A favor de la lengua, la que sea

Creer para ver. Asisto con perpejlidad a los avatares que las lenguas tienen en el contexto cotidiano del vivir y convivir. Y recelo, porque el humano siempre recela de algo, de la consabida lección que nos dan unos y otros a la hora de defender algo tan apreciado como la lengua que nos vio nacer, la lengua vernácula.

Soy pesimista a la hora de reconocer la supremacía de una lengua sobre otra porque entiendo que no hay nada ni nadie que obtenga buenos resultados planteando una ecuación así. Las lenguas deben coexistir y hacerlo con mesura sin crear espectativas  o mala práxis. La lengua enriquece y ennoblece por eso hay que cuidarla y mimarla, como se hace en casa con un objeto de gran devoción. 

¿Y porqué planteo todo esto? Será porque mis oídos han dejado de percibir las buenas vibraciones y detectan algoritmos que hacen chirriar las mentes y las conciencias. La lengua, la que sea, no debe facilitar la controversia y el antagonismo; al contrario debe ser portadora de belleza y bondad porque la lengua, la que sea, es un don que la Naturaleza nos da y lo hace a manos llenas sin notar los conflictos que su uso cotidiano conlleva.

Además, la lengua nos orienta en dirección continua, no única, continua, porque nos permite ver a los lados y comprender que es un instrumento que ayuda a las personas a entenderse y nunca a enfrentarse. Por eso cuando se lee la problemática que suscita en algunos lugares entendemos que la lengua ha dejado de ser un instrumento de unión para convertirse en un lazareto.

La lengua, la que sea, es también una realidad cambiante y ajustable a los avatares del tiempo y las circunstancias, y como elemento vivo que es además de cuidarla y acrecentarla debemos ser conscientes de su poder en el mundo en el que vivimos.

Para la lengua subsistir es a lo máximo que puede aspirar. Subsistir, medrar, nunca desaparecer, por eso hay que defenderla, claro que para hacer eso debemos hacer primero un ejercicio de memoria y entender que la lengua como tal, es un elemento coordinante, y también parte emotiva de nuestra vida, aquella que nos conecta con nuestra niñez, con esos primeros pasos por la vida que son en realidad los que más recuerdas.

Voy a brindar por la lengua, la que sea, porque me permite estar junto a vosotros mes tras mes, desglosando una mirada nada crítica, que nos permite recordar y al mismo tiempo anticipar las ideas que deben marcar publicaciones como ésta. Al levantar esa hipotética copa y brindar por la bondad de la lengua, la que sea, quiero hacerlo con la esperanza y la convicción puesta en la necesidad de acercarnos unos a otros y nunca permitir que ese afán que conlleva, utilizarla y amarla, decaiga por muchos avatares y maleficios que caigan sobre ella. 

Recordar que la lengua, la que sea, es una parte indiscutible de nuestra identidad como personas y que subsistirá y se desarrollará siempre que tengamos con ella la misma dedicación y entrega que tenemos con nuestros propios hijos. Y recordad también que la lengua, la que sea, además de estar presente en todos nuestros actos, no es eterna y su final es la muerte, porque todo en realidad es efímero y hasta surrealista.

Disculpad estas metáforas y alzar, esta vez sí, la copa de los buenos deseos para un año 2022 más bondadoso que el anterior, sin sombras de pandemias y alejados de los malos augurios porque para malos presagios sólo hay que ver los telediarios. Feliz Año para todos.

José Luis Cañamero
Miembro de FAPE y Unió de Periodistes

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