A veces las lectoras…

A veces las lectoras, a veces los lectores cierran los ojos, cerramos los ojos y… seguimos leyendo. A veces caminamos y seguimos leyendo, vamos en tren, en bicicleta, estamos en nuestros asuntos, navegamos en la vida y seguimos leyendo. Es entonces (leyendo con los ojos cerrados o viviendo la lectura mientras andamos por el mundo) cuando la riqueza de ésta cobra su abundante presencia, cuando percibimos el tesoro que el hecho de leer nos proporciona. Cerramos los ojos y sentimos la abundancia de una extensa realidad poblada por el aire de las páginas, por las innumerables vidas contenidas en los libros, por los análisis, conjeturas, perspectivas que nos aportan autoras y autores siempre vivos para nuestros ojos.

«Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si aparecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír…» (Cervantes).

Leer, como acción vinculada indisolublemente a nuestro vivir ,nos enriquece tanto que está más allá de toda medida: riqueza sin límites. Leer da vigor a nuestras capacidades cognitivas, creadoras, emocionales, lingüísticas… vigor éste que difícilmente podríamos adquirir de otra manera. 

No hay herramienta tecnológica, psicológica o intelectual que nos aporte tanto como la lectura. De facto es el proceso mental más extraordinario que nuestro cerebro realiza: descifrar símbolos extraños, como son estas letras, vincularlos a un concepto, idea o imagen y a raíz de ello desplegar todo el universo que surge de estos signos.

«No paraba de leer, la lectura era mi pasatiempo, mi pasión, mi alimento intelectual. Leyendo me olvidaba de la opresión, de mi compleja identidad, del rechazo que mi persona inspiraba en la gente como si fuese una apestada. Leyendo vivía de nuevo, podía empezar por el principio. Leyendo vivía muchas vidas» (V. Ievleva «Vestidas para un baile en la nieve»).

Por ello es tan gozoso sentir cuando cerramos los ojos, cuando vamos en bicicleta, cuando vivimos sin más, no sólo la riqueza de los días por sí mismos, sino también por todo aquello que en una vida lectora incrementa nuestro universo personal de manera secreta, segura, fiable…

«Lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido aprender a leer… La lectura ha sido mi gran placer; de hecho, no hubiera resistido el confinamiento sin la lectura» (M. Vargas Llosa).

De manera que una forma óptima de empezar el año (igual que lo acabaron aquellos y aquellas que tienen esta saludable y cervantina afición) puede ser leyendo: enriqueciendo la mirada, enriqueciendo las mañanas y las noches, enriqueciendo los tránsitos y las estaciones… Enriqueciendo la vida, individual y colectiva, con este extraño, cotidiano, modesto, virtuoso y moderno, sin duda, asunto de leer. 

«Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de biblioteca» (J.L. Borgues).

Vale.

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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