¡Ah, los libros!

La verdad es que todos los gobiernos locales, o casi, desde los tiempos del condado y más desde después del memorial ajustado que retornaba castillo y vasallaje al pueblo de Buñol, han dejado el casco histórico y sus torres abandonados a su peor suerte, y más, su valiosa estructura arquitectónica como patrimonio de una historia que va mas allá de lo urbano: las casas, las gentes, las calles, las vidas… Todo lanzado a una ruina no metafórica sino real: vean Alpujarras, Quevedo, Moratín o Talega, Gravina, Méndez Núñez… Como muestra tememos decenas de botones y no un botón sólo.

Los vencejos que adecentan el cielo con su virtuoso vuelo ignoran cualquier asunto al respecto y en estos últimos mil y pico años han hecho lo mismo sobre los tejados, frente a las torres, bajo el sol entre abril y agosto…

Parecerá que estos siglos han pasado en vano pues estamos a un tris de asumir en su totalidad y casi sin retorno un pleno, nuevo y viejo feudalismo: ¡Qué fue del memorial ajustado! ¡Qué fue del fin del antiguo régimen! ¡Qué fue del liberalismo hispánico tan encomiable y perseguido! ¡Qué fue del socialismo utópico!

En el Medievo los vasallos juraban lealtad a un señor y a cambio este los protegía, estructuraba y creaba una pirámide de poder feudal… En el nuevo mundo digital el vasallaje medieval casi queda como un canto a la libertad, la impositiva y novedosa «infocracia» es un continuo juramento de vasallaje: hay que entregar documentos, fotografías, situación, dineros, esfuerzos, súplicas y siempre para seguir hay que picar «Acepto»… Como señala Diego Hidalgo en su libro «Anestesiados», para las grandes empresas del mundo intangible que han acumulado capital y poder nunca visto no hay leyes, no hay revolución francesa, no hay estado de derecho, no hay límites, ni ética: son Señores más allá del antiguo vasallaje: un retorno al futuro más allá del futuro: una continua distopía mas allá del propio concepto distópico.

Bajo el imperio de estos trusts tecnológicos, este retorno a la edad media o al reino de los avernos con muchas luces sería más interesante si, por ejemplo, se derribara todo el trazado urbano del Castillo de Buñol. No el Castillo en sí, no la Torre del Homenaje, no la Torreta y las otras (por dejar algo, aunque se podría considerar) pero sí todo el casco urbano, abandonado, ruinoso, sucio y empulgado como está, que lo rodea en especial desde la muralla sur hasta la plaza del ayuntamiento, y… derribado todo allí se construyera un tomatinomódromo bien hecho, bien diseñado, con capacidad para 30.000 participantes y, sobre todo, con capacidad para, de junio a septiembre, montar al menos 10 ó 25 tomatinas partys en días diversos o incluso en el mismo, como los pases teatrales o las antiguas sesiones continuas. Antes de ello, claro, jurar  vasallaje a Google para darle merchandising y así, con un eslogan apropiado, por ejemplo «Buñol Tomatina Party, no te lo vas a creer» rentabilizar el inestimable patrimonio de esta extraordinaria fiesta que se codea, por el ancho mundo de la estulticia, con otro esperpento borrachil y testosterónico navarro.

Lean por ejemplo, al hilo de lo dicho, «Contra el futuro», de Marta Peirano, el antes nombrado «Anestesiados», de Diego Hidalgo y, puestas a leer, además del susodicho «Memorial ajustado»,  lean al actualísimo filosofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han en su nuevo panfleto: «Infocracia».

En fin, acordémonos que Alonso Quijano el Bueno sale al mundo un día de verano manchego para que, en los siglos venideros, recuerden sus aventuras y tengamos pues un rico verano lector, lejos del «neofeudalismo tecnológico», abrazando la lectura que si no nos salva de la hecatombe, por lo menos no nos aproximará a ella.

¡Ah, los libros! 

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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