Amores a mares

El concepto de amor romántico que tanto vende y más descalabra en este siglo XXI surge y se afianza en occidente a partir del XVII, quizás el XVIII. Escribe Boris Shipov en su libro «Teoría del amor romántico» que «aquellos mecanismos psicológicos que dan lugar a la limerencia o amor romántico entre un hombre y una mujer son producto de la contradicción entre el deseo sexual y la moralidad de una sociedad monógama, que impide la realización de esta atracción».

En cierta medida, a pesar de que tenemos un tremendo velo al respecto que conjuga valores sociales, publicidad y patología, podemos imaginar que no va desencaminado. En cualquier cultura ajena a la occidental las grandes historias de amor de nuestra literatura: Madame Bovary,  Cumbres borrascosas, Penas del joven Werther, Bodas de sangre, Ana Karenina, las grandes series increíbles de Corín Tellado o toda la nueva novela romántica impregnada de elementos amen de emocionales de otros explícitamente sexuales, no es que les hubiesen sonado a chino, no, es que les hubiesen resultado en el mejor de los casos cómicas o ridículas. Cuenta un antropólogo europeo, no recuerdo cual, ni dónde, que en una de sus estancias en las culturas medio vírgenes del África central, tras contar una historia de amor y las pruebas que un joven enamorado tuvo que vencer para llegar a su amada, alguien de su audiencia preguntó que si el objetivo era establecer una relación, por qué no lo hicieron más simple… Ese es el asunto… Realmente, y quien lo probó lo sabe, el amor romántico que tanto eco tiene en la literatura posee un nítido componente distorsionador y en ocasiones patológico: insidioso e imposible deseo de unión, idealización distorsionadora, dependencia emocional, pensamiento intrusivo sobre el objeto de amor, celos, etc.

Atendiendo a esta realidad casi certera y fuera ya del ámbito estrictamente literario, en los últimos tiempos han ido apareciendo diversos títulos que buscan esclarecer elementos que sirvan para ubicarnos en este laberinto entre Eros y Cupido. Por ejemplo, el libro testimonio de Pamela Palenciano «Si es amor no duele» puede servir para ubicar a los adolescentes en cómo establecer vínculos emocionales saludables; o «La construcción sociocultural del amor romántico» de Coral Herrera, que nos perfila con más profundidad en la idea señalada del amor romántico como un constructo que, visto lo visto, quizás deberíamos revisar, si no colectiva, al menos individualmente; o «Si duele, no es amor», de Silvia Congost, donde revisa precisamente la toxicidad que surge a veces en las relaciones amorosas; u otro título, «Dueña de mi amor: mujeres contra la gran estafa romántica», que desde una perspectiva de género entra en el tema, y el tema, por lo que vemos, tiene tela…

En fin, dichos todos estos dislates no es necesario que nos perdamos a Romeo ni a Julieta ni a Elisabeth Bennet, ni a Dulcinea, ni a la Dama de las Camelias, ni siquiera a esas azafatas, oficinistas, periodistas, domadores de caballos… de Corín Tellado, o de las todavía existentes novelitas de amor como las que leían en la calle Moratín de Buñol antes de que la desidia municipal la llevara a la ruina, a esa ruina que a veces las novelas retratan en los amores contrariados…

Pero, por terminar con el tema valentiniano, sólo comentar la ingeniosa propuesta de lo que, para entendernos, llaman la derecha hispánica, que ha impulsado trasladar el día de los enamorados del 14 de febrero al 23F y ampliar sus términos, también, a los enamorados de la patria, o como la legión de la misma muerte, instando a las pastelerías a vender tartas, subvencionadas, con la efigie de Millán Astray.

Vale.

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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