Año nuevo, come sano

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Hace poco una clienta me comentó que le había salido colesterol y que si podía darle algo natural. Le comenté que había unas gotas que iban bastante bien, pero que, si la alimentación no era adecuada, podían no ser muy efectivas. Y me dijo que iba muy perdida, que si podía sugerirle qué cosas debía cambiar. Así que aquí estoy, escribiendo un artículo dirigido tanto a ella como a todos y todas las que, con el año nuevo, se han planteado empezar a llevar una alimentación más sana. Afortundamente cada vez hay más concienciación de lo importante que es llevar una alimentación adecuada, y a nadie le extraña ya si te dicen que no debes tomar lácteos o azúcar. Yo voy a intentar daros unas pautas para que poco a poco vayáis transformando vuestra alimentación. El resultado será una dieta más equilibrada y saludable, sin pasar hambre y sin dejar de disfrutar de uno de los placeres del ser humano.

¿Por dónde empezar? Por lo más básico, evidente y de sentido común, hay que volver a consumir los alimentos de siempre, los originarios del campo, e intentar evitar el consumo de proteína animal (carne, lácteos y otros derivados animales), reduciendo su consumo a momentos puntuales, como fiestas, aunque para empezar podríamos reducirlo a los fines de semana.

¿Qué es lo que debemos evitar, además de la proteína animal? Toda la comida prefabricada y procesada en paquetes de plástico, es decir, todos los alimentos que el ser humano ha elaborado de forma adulterada y artificial, pues se trata de comida llena de aditivos, grasas, azúcares, sodio en exceso, levaduras artificiales y exceso de proteína animal. Esta manera de comer (yo no lo llamaría alimentarse) escapa al sentido común, es incoherente, nuestro organismo no lo necesita y lo único que va a provocarnos es desequilibrio, que a larga desembocará en una enfermedad, como la obesidad, la diabetes, problemas de circulación, de digestión, cáncer y otras enfermedades degenerativas.

Quizás todo esto te parezca exagerado, y solo desees cambiar porque ese michelín ya hace demasiado tiempo que está presente, pero está sucediendo en la sociedad desarrollada.

No es sostenible ni para nosotros ni para el planeta. ¿Sabes que para producir un kilo de carne hacen falta 15.000 litros de agua para alimentar a los animales? Mientras en unos países hay obesidad, en otros hay hambre y sed.

Busquemos, pues, los alimentos que la sabia naturaleza pone a nuestra disposición. Cereales, legumbres, frutos secos, semillas, frutas…, que podemos encontrar en cada país y continente de una manera diferente, pero que es suficiente para vivir.

Nuestro objetivo debe ser generar buena calidad de pH de nuestra sangre. Los alimentos que debemos rechazar acidifican el pH y obligan a nuestro organismo a re-equilibrarse, haciéndonos perder nuestras reservas de minerales (calcio, magnesio, fósforo…) Eso nos produce debilidad y cierto “enganche” hacia esos productos, que nos dan una energía falsa y breve. La publicidad y los supermercados nos llevan directa e irremediablemente a una alimentación sin sentido.

Así pues, recomiendo el consumo de alimentos naturales de origen ecológico (sin aditivos, químicos ni transgénicos), y si es posible, locales y de temporada. Pueden parecer caros, pero los básicos y simples seguro que nos resultan más económicos que llenar la cesta de la compra de quesos, carnes, embutidos, comida preparada, bebidas gaseosas, alcohol, dulces, pastelería…

Empezaremos por cambiar lo comercial por lo natural, y pasaremos de lo refinado a lo integral. La pasta, el arroz, la avena, el mijo, la quinoa… todos los cereales deben ser integrales, fuente de vida y energía, que nuestro organismo asimila adecuadamente sin acumularlo en forma de grasa, como sus variantes refinadas. La mezcla de tres partes de cereal con una de legumbre nos ofrece la misma proteína que los productos de origen animal, pero de más calidad, sin acidificar la sangre, sin generar putrefacción y pérdida de flora intestinal, sin envejecernos ni alimentar las células cancerígenas, sin sobrecargar el hígado y los riñones, sin debilitarnos desde dentro. Nuestra dentadura y nuestros largos intestinos nos informan de que estamos mejor preparados para recibir alimentos de origen vegetal.

Cereales con legumbres será la base de nuestra alimentación (hay otras proteínas vegetales, como el seitán, el tofu o el tempeh, pero mejor ir poco a poco). Los acompañemos de verduras, semillas (girasol, calabaza, chía…), frutos secos (almendras, nueces…), fruta solo entre horas (se digieren antes y mezcladas con otras comidas nos pueden sentar mal)…

Cambiaremos la sal refinada por sal marina; la mantequilla o margarina por aceite de oliva de primera presión en frío o por tahín (puré de sésamo); el azúcar u otro endulzante refinado, incluída la miel, por sirope de arroz; elegiremos mermeladas sin azúcar ni endulzantes (la fruta ya es dulce); cambiaremos las salsas y aliños por salsa de soja natural bio y hierbas aromáticas; la leche de vaca por leche vegetal (excepto de soja, que es una legumbre); los snachks salados por frutos secos tostados y semillas (sin sal); el pan blanco por pan integral con levadura madre (ya hay muchas panaderías en Buñol que los ofrecen de buena calidad); los refrescos por zumos de frutas naturales sin azúcar; el café por infusiones o café de cereales…

Eso sí, debes cambiar progresivamente y sin ser radical, a tu ritmo, poco a poco. Y un último consejo: desayuna bien, come aún mejor (es la comida principal) y cena poco y temprano, dejando el sueño para reparar el sistema nervioso, no para hacer la digestión.

Manolo Marzo Zanón
elecologicodelahoya.com

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