Botones, el muñeco de nieve

Botones era un precioso muñeco de nieve redondito y gordiflón; una bufanda roja rodeaba su cuello y en su barriga llevaba dos enormes botones haciendo juego con su bonito sombrero negro.

Cuando llegaba el invierno con sus primeras nieves, Botones aparecía y junto al invierno, poco a poco, desaparecía.

Este invierno Botones vivía en un bonito jardín con grandes arbustos y muchas flores de diferentes colores, la nieve adornaba sus hojas y un precioso manto blanco hacía mas bello el lugar. A pesar de la belleza de su alrededor, Botones no era feliz, sus ojos estaban tristes, no sonreía, algo le faltaba, algo le ocurría.

Genoveva era una abuelita que vivía sola en la casa que tenía en un bonito pueblo, cerca de la ciudad. Su única distracción era asomarse a la ventana y contemplar las cosas que por ella podía ver.

La mayor ilusión de Genoveva era la llegada de la Navidad, entonces llegaban todos sus nietos a pasar con ella las vacaciones.

Al calorcito de la chimenea, los niños contaban a su abuelita sus aventuras, sus ilusiones y las cosas de cada día. La abuelita les contaba cuentos e historias interminables, que, aunque todos los años las repetía, a sus nietos les encantaban.

Pero Genoveva estaba muy preocupada, pronto llegaría la Navidad y aquel año no tenía nada para regalarles. Le daba vueltas y más vueltas a la cabeza pensando en un solo regalo que les gustara a todos.

Como todos los días al levantarse, Genoveva abría su ventana, sin saber que aquel día iba a ser un día especial. ¡Allí estaba! No podía creer lo que veían sus cansados ojos. ¡Un muñeco de nieve! Un precioso muñeco de nieve redondito y gordiflón que a todos sus nietos les iba a encantar.

Faltaban pocos días para la llegada de los niños y Genoveva miraba ilusionada a Botones desde su ventana, pero pronto se dio cuenta de que aquel precioso muñeco no sonreía, él estaba triste, no era feliz.

El timbre de la puerta sonaba repetidas veces. Desde el interior de la casa se podía oír el bullicio y los gritos de alegría que llegaban de la calle. Eran sus nietos. ¡Ya estaban aquí! ¡Por fin llegaron las navidades!

Los niños rodearon a su abuela y entre besos y abrazos le decían cuanto la querían y cuantas ganas tenían de volverla a ver.

Llegó el momento de presentar a Botones a sus nietos. Genoveva llamó a todos y les dijo: –Este año mis regalos no estarán debajo del árbol de Navidad como siempre. Este año mi regalo está en el jardín.

Los niños no entendían lo que su abuela quería decir pero todos juntos, con gran curiosidad, salieron al jardín. –Este es vuestro regalo. Su nombre es ¡Botones!.

Los niños quedaron alucinados al ver aquel bonito muñeco de nieve. Locos de contento empezaron a jugar con él. Alba le quitaba el sombrero. Marta, le tocaba la nariz. Izan le quitaba y le ponía la bufanda. Evan y Amaia jugaban con sus botones, y Alma, la más chiquitina, le tiraba besitos con su manita.

La abuela miró a Botones y vio una enorme sonrisa en su cara. Ahora sí que era feliz al tener a los niños a su alrededor y pensó que lo más importante para un muñeco de nieve son los niños.

Muy contentos decían a su abuela que aquel regalo era lo más bonito que nunca habían tenido.

Llegó el día de la despedida, los niños fueron al jardín a decirle adiós a Botones. Con sus caritas muy tristes le decían que se tenían que marchar y que sentían mucho que se quedara solo. Botones les dijo: –No estéis tristes, yo me iré a otro lugar dónde haga mucho frío. Allí también seré feliz porque hay niños como vosotros que me están esperando. Pero os prometo que volveré con el próximo invierno y juntos celebraremos la Navidad.

Los niños volvieron a su casa aunque un poquito tristes, pero muy ilusionados por volver a ver a Botones.

Chelo Pérez
Aficionada a escribir relatos

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