En el otoño, Buñol se transforma en un rincón donde el tiempo parece volverse tangible y el cambio de estación afecta, no sólo al paisaje, sino también a quienes lo habitamos. En la Cueva Turche –ese paraje que parece detenido en el tiempo– la caída de las hojas cubrirá el suelo con un manto dorado, creando un espectáculo casi mágico que se refleja en el agua.
Caminando entre las rocas y el murmullo del agua cayendo, el ambiente se llena de un aroma que mezcla humedad, tierra y hojas secas, recordando a los visitantes la fugacidad del momento y la profundidad del olor a vida. Las tonalidades ocres y amarillas pintan el entorno, haciendo que cada paso sea como un susurro que cuenta historias antiguas de este pequeño rincón de Buñol.
En el paraje de San Luis, el otoño se manifiesta de forma distinta. Aquí, las hojas de los árboles se vuelven marrones, y el viento las arrastra formando remolinos caprichosos y vuelan sin destino hasta las aceras. Las sendas que en verano vibraban de verde ahora son un mosaico de tonos marrones y rojizos. Las ramas desnudas de los árboles apuntan al cielo, como si quisieran arañar las nubes que avanzan pesadas, presagiando las lluvias que vendrán. El cambio de luz, con el reloj marcando antes la caída del sol, hace que las sombras se alarguen, dando al paseo un aire de nostalgia.
La gente de Buñol, acostumbrada a los ritmos del campo y la naturaleza, siente estos cambios de manera profunda. Con cada día que acorta su luz, surge una nueva percepción del paso del tiempo. La atmósfera invita a la introspección, a mirar hacia adentro mientras se observa la transformación de nuestro entorno. Las mañanas empiezan a ser frescas, las tardes, a pesar del sol, llevan consigo un viento que corta, anunciando la llegada del frío. Las casas se llenan del aroma a leña quemada y guisos de cuchara, y las conversaciones en las plazas y los cafés del pueblo giran en torno al cambio de estación y el inminente invierno.
El cambio horario trae consigo una sensación de pérdida de tiempo: las jornadas parecen más cortas y, de repente, la noche se apodera de la vida cotidiana. Esto no es sólo una cuestión de luz, sino un cambio que también se siente en el ánimo de la gente. Hay una cierta melancolía en los saludos al final del día, una sensación de que todo está en constante movimiento hacia algo más, hacia el final del año, hacia el cierre de un ciclo que culmina en las festividades de diciembre.
Sin darnos cuenta, las primeras luces de Navidad comenzarán a aparecer en las ventanas y en los comercios, y Buñol se preparará para los encuentros familiares y la reflexión sobre el año que se va.
Pero antes de eso, el otoño dejará su huella: las estaciones parecen fluir sin detenerse. Los más mayores hablan de otoños pasados, cuando las noches eran más frías y las casas se llenaban de vida con la llegada de las aceitunas y las naranjas que empezaban a recogerse. Los más jóvenes parecen estar en un limbo temporal, entre la vuelta a la escuela, la nostalgia de la estación que se marcha y la anticipación de la nueva que se aproxima.
Los campos que rodean, donde los olivos y almendros ya se han vestido de tonos apagados, son testigos silenciosos del trabajo incesante que no se detiene con la llegada del frío. Los agricultores de Buñol preparan la tierra para el descanso invernal, y se preparan para la poda, que dejará las ramas de los árboles como esqueletos esperando la primavera. El sonido de las tijeras de podar cortando el aire se mezcla con el crujir de las hojas secas bajo los pies, componiendo una pequeña sinfonía del otoño en Buñol.
En el fondo, esta estación no es sólo un cambio de color en el paisaje, sino un proceso de transición que influye en la vida de todos los que vivimos aquí. Los niños que juegan en los parques se abrigarán pronto con bufandas y mucha energía, mientras que los mayores pasarán más tiempo en casa, buscando el calor del hogar y el consuelo del televisor o, con mucha suerte, la lectura o la conversación pausada. Todo parece ralentizarse: los paseos se hacen más cortos y dejamos que la naturaleza recupere su calma y su silencio.
Pronto, los primeros vientos fríos de diciembre soplarán desde el interior, bajando por el valle y revolviendo las calles. Será entonces cuando el paisaje otoñal de Buñol se transforme de nuevo, despojándose de sus últimos colores cálidos para abrazar el gris del invierno. Pero no antes de que el otoño haya dejado su marca: la sensación de transitoriedad, la nostalgia de los días largos y el recordatorio de que todo, en la naturaleza y en la vida, está en constante cambio.
En Buñol, el otoño es una invitación a reflexionar sobre el paso del tiempo. Es un recordatorio de cómo las hojas caen y los árboles se preparan para el frío, y cómo nosotros también pasamos por ciclos de crecimiento, pérdida y renovación. Los paisajes que nos rodean, con sus cambios sutiles y su belleza silenciosa, nos invitan a detenernos, a observar y, quizás, a hacer las paces con el inevitable avance del tiempo. Aquí, el otoño no es sólo un espectáculo para la vista; es un espejo en el que cada habitante de Buñol puede ver reflejadas sus propias transformaciones.
Y, aunque todo parece prepararse para el letargo del invierno, hay una certeza en el aire: la primavera siempre vuelve y, con ella, la vida renacerá una vez más. Sin más.
Alejandro Agustina Cárcel
Aprendiz de todo y maestro cuando aprendo