Consciencia

dominical Susana 14-2-16

Soy ese niño varado en la playa.
Ese cuerpo depositado por el mar sobre las rocas de la orilla.
Sin vida.
Soy ese niño.
Somos ese niño.
Todos lo somos.
Todos.

Soy ese niño que huye de la muerte de la guerra, para encontrarse con la muerte del que arriesga por la vida.
Sin saberlo.
En la ignorancia.
Inocente.

Soy ese niño, que sobrevivió al mar, a las bombas y a la hambruna, y llega a Europa, perdiendo durante el viaje a padres, familiares, y que, sin que nadie sepa cómo, estoy entre esos diez mil niños refugiados llegados con vida a Europa que han desaparecido. Diez mil. Perdidos. Seguramente en manos de mafias que los explotan y esclavizan clandestinamente, haciéndoles trabajar dieciséis o dieciocho horas al día elaborando productos para, irónicamente, ser vendidos por empresas europeas. O para ser explotados y esclavizados sexualmente por estas mismas mafias en diferentes países europeos. En Europa. Así de triste.

Soy ese niño invisible por no ser europeo.
Sin valor por ser refugiado.
Sin haber elegido mi origen.

Sí. Soy ese niño.

Prefiero serlo a ser el dirigente con traje y corbata o con vestido exclusivo, que mueve los hilos del engranaje, injusto y desalmado, en el que estamos todos inmersos.

Prefiero serlo que convertirme en un ser deshumanizado, vendido al capital, buscando solo bienestar y privilegios, mientras ignoro y desvío la mirada hacia otro lado ante el desastre de la guerra, el hambre, el frío, la huida de los orígenes hacia… ¿dónde?…

Prefiero ser ese niño a verme en la tesitura de, llegado el momento que a todos llega, estos dirigentes europeos metamorfoseados en psicópatas asesinos dirigidos por el poder del dinero, tengan que rendir cuentas ante sí mismos.

Y no va a ser cuestión de rezar.
Ni de confesar los pecados o pedir perdón cada uno a su Dios correspondiente.

Sino de mirar hacia dentro de uno mismo y encontrar la tranquilidad de haber hecho las cosas lo mejor posible, de encontrar paz por no ser responsable de la pérdida de vidas inocentes. Vidas humanas. Igual de valiosas que las de ellos mismos. Porque, cuando el momento llegue, nadie se lleva consigo ni privilegios ni riquezas, pero sí buenas acciones y gentileza en vida.

Y sí.
Soy ese niño.
Porque como parte del engranaje que soy, aunque sea indirectamente, también soy responsable.
Porque la palabra refugiado no es solo una palabra elegida como la más representativa del año dos mil quince en las redes.
La palabra refugiado son vidas vapuleadas sin dirección dentro del gran engranaje deshumanizado que es el Mundo y del que todos formamos parte y lo conformamos.
Son muerte, resultado del olvido de las masas en las que estamos incluidos.

Miro hacia mi interior, y veo ese niño varado en la playa.
Un cuerpo depositado por el mar sobre las rocas de la orilla.
Mecido a merced de las olas.
Soy consciente de que puedo ser ese niño.
Soy ese niño.
Todos podemos serlo.
Somos ese niño.
Todos lo somos.
Todos.
Tomemos consciencia.

Susana Martínez Lorente.

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