Cuentos y relatos de Buñol: Parroquia San Pedro Apostol. El Secreto.

250 AÑOS DE LA CONSAGRACION DE LA IGLESIA DE BUÑOL 1769 2019

Ese año, el 13 de agosto se inauguró la nueva Iglesia, siendo Rey de España Don Carlos III el Cazador, don Francisco de Paula Mercader, Milán de Aragón y Belvís de Moncada, Marqués de Albayda y VII Conde de Buñol, y como Papa, Clemente XIV.

Gracias a los esfuerzos de los Marqueses de Albayda y Dueños de Buñol y del Estat:

No podían deixar estos
Señors de fer festa gran
En esta Dedicasiò
Quant tenien tanta part
Els seus socorros continuos,
y gran lliveralitat
An pogut alzar la Iglesia
en lo discurs de deu anys.
El gran retaule machor
Tan magnific y agraciat
A corregut per son conte y corre
a fer-se adorar

Era una fría tarde de Marzo, cuando el cielo azul era un bloque enorme de masa al aparecer espesas nubes que anticipaban la primavera. Faltaban unos días para la Semana Santa. Entré a la Iglesia para disponerme a orar y a sentir la paz que no encontraba en otro lugar. Al instante de avanzar por la nave central un aroma de incienso y velas quemadas me transportaron sin más a otros siglos… En la lejanía, un cirio verde en capilla circular anunciaba mi vigilia.

Sólo, en el inmenso templo de mi querido pueblo, de dimensiones enormes para su población, me sentía tranquilo y en la máxima soledad.

En La Capilla de la Comunión, entre penumbra y vidrieras de colores fríos, divisaba las hermosas figuras de los santos que sin tiempo ni espacio me observaban. Un niño bajo la obediencia del Papa callaba, en una tabla de Luis Planes. El silencio, a veces roto por los trinos de los gorriones en el tejado, un silbido de estornino, te llevaban a otra época, al siglo XVIII, al temido Siglo de las Luces.

Centrado en mis rezos, de frente el Sagrario, escuché a mis espaldas unos pasos huecos y lejanos que se acercaban a la capilla. No quise volverme pero me inquieté, pues pensaba que estaba solo. Los pasos cesaron tras de mí. Sentí que me observaban desde lejos, estaba seguro.

Las llamas de las velas oscilaban ahora como si el aire las agitase sin motivo aparente. Sentí un escalofrío por la columna y acerté que algo nuevo iba a sucederme. Desde unos metros atrás alguien dijo: –Sígueme. 

La voz era aguda, como de cristales al vibrar de una gran lámpara de castillo. No dudé en levantarme y dejar mis rezos para seguir aquella voz. A unos veinte metros una figura negra y con sombrero, según pude ver, me precedía. Se paró delante de la Capilla de las Almas, unos cirios rojos se fundían entre luces opacas y sombras granates. Alto, esbelto diría yo, vestido de otra época que no podría determinar, estaba el autor de aquella voz.

Soy Mossém Bertome, y he venido aquí, enviado por otro superior a mí, a abrirte las puertas de este Templo, a explicarte sus paredes, sus tablas y pinturas, pues las estatuas ya te han hablado, ¿no es así, joven? Todo lo oculto se te dará a conocer…

Salió de la Capilla de las Almas y vi como se difuminaba todo su ser entre los pilares centrales. Se dirigió al Sagrado Corazon de Jesús, cerca de la sacristía, y allí se detuvo.

–¿Ves esta pintura mural sobre la sacristía? Es Jesús y su sagrado corazón. La monja es Santa María Margarita de Alacoque, sabes muy bien su historia, ¿no?… Quiero que la cuentes a los que conozcas, me envían para esto y tú me obedecerás. 

Le pude ver el rostro, pues estábamos a pocos metros y yo no había hablado todavía, el temor me sobrecogía y no dudé en que estaba ante un auténtico fantasma del siglo XVIII. Acerté a decir cuál era su nombre y qué quería de mí. De pronto, su voz no era ya la misma, se transformó en hueca y gutural. Como un trueno, dijo: –las preguntas las hago yo. Me quedé helado al ver que se me acercaba. 

Ahora su rostro, sin ojos, con dos cuencas vacías, y su cara alargada y pálida, su sombrero de pico, y su mano huesuda, estaban muy cerca. Yo me sobrecogí, pero como creyente sabía que arriba de mí estaba el sagrado corazón de Jesús, que me protegía.

–Tu misión es narrar la historia de este templo, de esta iglesia, en el tiempo –dijo–. Y quizás algún día tengas la labor de investigar sus muertos aquí enterrados, bajo nuestros pies. Desde que era antigua mezquita mora. Y, en concreto, mi tumba. Lo tendrá todo escrito como en un libro. El Libro, aseveró sin piedad. Sígueme –ordenó. 

Abrió una puerta que yo nunca había visto, tras Santa Cecilia, y me llevó por unos pasadizos que estaban iluminados con grandes velas. La humedad era palpable y casi no podía seguirle, pues iba demasiado rápido. Un aire helado me cortaba la cara. A ambos lados del pasadizo unos ángeles oxidados por el tiempo nos observaban, figuras allí trasladadas desde hace más de trescientos años que impasibles custodiaban aquellos tuneles.

Al fin se detuvo en una especie de pequeña sala parecida a una capilla, pero cual fue mi sorpresa al ver bajo la bóveda, y enclavado entre muros, unos medios arcos moros que cubrían toda la sala. Mi tristeza se hundió como una huella en el barro recién, y comprendí el misterio, el origen de muchos templos, en un solo instante. Aquella mezquita ahora pequeña, guardaba su inicial origen de nuestros invasores moros. Quizás un alfaquí habitase cerca, visitando a diario aquel lugar. Mi acompañante, al verme hundido y eterno a la vez, ululó: –Así es, muchos de nuestros templos, incluso iglesias y catedrales del país, recuerdan quienes fueron sus padres moros, bajo casi todos se encuentra este gran secreto. Oculto y presente.

Azulejos moriscos, trozos de columnas de mármol y de jaspe, pedazos de ladrillos, sillares cubiertos de musgo, jirones de tela… cubrían toda la sala que parecía no tener fin. 

Pude observar otra puerta dentro de otras puertas, pero no me dio tiempo de más. De una vieja estantería, alcanzó un libro obscuro y dorado, de gran tamaño, que me ofreció.

–Esto es para ti, custódialo, pero no lo abras hasta que yo te lo ordene.

Cogí entre mis manos tan preciado tesoro y un escalofrío inexplicable heló mi cuerpo de arriba abajo, como una descarga eléctrica.

Mossem Bertome despareció por una puerta y ya nunca más lo volví a ver, pero sí sentir su presencia. Torné sobre mis pasos, otra vez pasando entre los oxidados ángeles del pasillo, los cirios y los misteriosos sonidos que de allí provenían. Cánticos y voces inundaban las paredes.

Ya de nuevo en el templo, bajo el Sagrado Corazón de Jesús, puede escuchar una campanada de espadaña que melancolicamente tañía ya en la noche oscura. No pude más que sobrecogerme y esperar al alba en tan sombría estancia. Las luces tenues y tristes de las verdes velas iluminaban la fantasmagórica nave, creando figuras imaginarias para mi cansada mente.

Pensé en aquel ser, quizás ya imaginario, que me entregó El Libro, su devenir por los túneles del tiempo y la estancia secreta, su purgatorio infinito de soledad para que alguien conociese su secreto, el secreto del templo y quizás de nuestras vidas como pobladores o intrusos de aquellas tierras antes moras, ahora cristianas. 

Y bajo la Capilla de las Ánimas, con las miradas eternas de ángeles del Nuevo Testamento y San Andrés, pasé la fría noche hasta que el canto de un estornino me indicó el nuevo día. Una vez escuché la puerta de la iglesia abrirse, salí raudo sin ser visto.

Desde entonces custodio El Libro, y sus tres siglos o más bajo mi ser ya hundido por la responsabilidad de tan gran labor y tarea. Ahora, entre días y noches, siento la presencia de Mossem Bertome en todo momento, sin saber fecha ni hora de abrir el precioso libro.

Ya, como sospechaba, estoy en otro tiempo, quizás hace cuatro o cinco siglos atrás, así veo sus cosas y costumbres, sus cielos y crepúsculos. La construcción y origen del Templo, sus paredes y túneles, su historia completa.

Algún día espero abrir El Libro entregado por Bertome, pero no sé cuando, creo que él debe darme la señal, y también sé que será lo último que haga, porque todo será descubierto y entendido, desde la campana hasta el medio arco, los frescos y las tablas y sus dibujos. Ya, alguna tarde, frente a la Capilla de las Almas, veo figuras pasar, enlutadas hacia aquel lugar, quietas y lentas pasan frente a mí hacia esa antigua mezquita que yo conocí.

Quizás en Corpus Cristi abra el Libro y su secreto, esta es la fecha elegida por Bertome.

De la Iglesia San Pedro BUÑOL, Dios mediante. 13 de agosto de 1769 inauguracion.

Rafael Ferrús Iranzo
Buñol histórico

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