Cuentos y relatos de Buñol: “Yo estuve en el fusilamiento del general Torrijos”

…Con este relato quiero homenajear a un gran liberal del siglo XIX, quien sin miedo se enfrentó al despiadado y seguramente peor Rey de España del siglo XIX y de toda la historia, Fernando VII, sembrando así los cimientos de la Constitución española… 

Yo, José de los Santos, nací en la Villa de Buñol en 1795, cuando todo el Condado era leal a la Corona y a su Rey Carlos IV. Me alisté en la Infantería Real a principios de siglo y marché a Zaragoza, a Capitanía General numero 1, donde hice mi carrera militar. Cuando las tropas francesas entraron en España nuestra compañía las combatieron en pleno sistema ibérico cerca de Teruel, donde les dimos buen escarmiento y fuimos condecorados por el General Castaños. Allí me concedieron honores y con este grado acometí el fusilamiento de Torrijos en Málaga.

Como decía, hice carrera gracias al combate del francés, o sea, del gabacho. Estuve en Madrid en 1808 junto a Daoiz y Velarde en las calles madrileñas, sacando a aquellos miserables extranjeros, violadores y canallas, a cañonazos. Yo mismo hice retroceder a un escuadrón de dragones a caballo con morteros caseros. Fue una carnicería, los vecinos se nos unieron frente al francés y las calles eran ríos de sangre. El grito de Independencia reventaba junto a los cañones en las paredes de la capital. Me libré por pelos de ser fusilado en una tapia del Palacio Real gracias a mis compañeros de montaña, que se vistieron de gabachos en el último momento y fusilaron a los que tenían que hacerlo. Salimos corriendo de la Villa para ir a juntarnos con el Empecinado y avanzar sobre Jaén… Pero eso es largo de contar.

Cuando sacamos a los franceses de España y vinieron los cien mil hijos de San Luis, yo estaba ya de capitán en Cádiz, hasta que fui a las Indias. Allí me instalé en Méjico occidental y combatí a los ingleses en la península de Yucatán.

En 1830, cansado de tanta guerra y con un ojo menos, volví a España, donde me instalé definitivamente. Fue en Cádiz , en el Fuerte de San Lorenzo. El Rey Fernando VII estaba en contínuas luchas contra liberales y exaltados por todo el país. 

A últimos de noviembre de 1831 se me encomendó por el mismo Ministro de la Guerra abortar un golpe de estado de un general, en las playas de Málaga. Según me contaron, serían sobre cien hombres armados que desembarcarían en la Playa Corta de Málaga, cerca de Mijas. Mi compañía les esperaría en las montañas del pueblo y serían apresados para su juicio posterior. Recibí la orden en San Lorenzo y lo ví tan fácil que ya me veía en la Corte de la Villa con algún título de general, pero cuan equivocado estaba. 

Partimos hacia Málaga en el San Antonio y el día 1 de diciembre de 1831 llegamos entre tormentas y fuertes lluvias. Nos apostamos en el cuartel de Mijas y allí esperamos a los enemigos de la patria y del Rey.

Cuando la fragata Neptuno abrió fuego sobre Torrijos y sus hombres y estos escaparon por la sierra de Mijas, ya estaba todo claro. Los apresaríamos en el pueblo, donde tenían contactos.

La nublada y fría mañana del 4 de diciembre de nuestro Señor, fueron apresados en Coín y encarcelados en el Convento de San Andrés, y el día 11 de diciembre, Torrijos y sus 48 compañeros fueron llevados a las playas del mismo nombre, donde serían fusilados sin juicio previo.

Avanzamos por la estrecha senda hacia la playa de san Andrés, mis veinticinco soldados realistas de la guarnición y yo. 

La tarea era fácil, fusilar a esos sublevados y su general, un tal Torrijos.

Las nubes espesas y grises cubrían un mar revuelto y sin sonido. Mis hombres, cabizbajos y tristes avanzaban hacia las dunas. Detrás, los 48 presos y su general, custodiados por una docena de mis soldados. Alguno gritaba: “¡Viva la libertad, viva la independencia!”.

Ese día, en las playas de san Andrés, mi vida cambió, se tornó como más clara y valiente.

La lluvia me salpicaba la cara y mi ojo se llenaba de lágrimas. No podía entender lo que me ocurría. Aquellos hombres que íbamos a fusilar, mirando hacia el mar, atados de manos y con gesto de héroes y nobleza sublime, nos daban la espalda. Mi sable temblaría para dar la ultima orden de fuego, las fuerzas me flaquearon en esa fría mañana de diciembre. 

El tiempo futuro, la historia del país, se me apareció como un cuadro insólito e incomprensible ante mi ojo. Mis hombres me miraban con rabia y tristeza. –No podemos hacerlo, mi capitán, no podemos matarlos. 

La mañana de diciembre día 11 di la orden y mi pelotón abrió fuego sobre la libertad y la Constitución de la Patria. Allí, en las playas de San Andrés, corrió la sangre de cuarenta y ocho héroes. Yo, José de los Santos, capitán de la Real Guardia de Cádiz, cambié ese día mi fusil por la bandera de la libertad. Y, cuando mi pelotón marchó de allí, abracé el cuerpo aún caliente del general, y de su bolsillo saqué la bandera de la nación manchada de sangre. Algo interno despertó aquel día en mi interior que nunca se apagaría, vi la verdad en los ojos de aquellos hombres condenados, vi la libertad…

La revolución liberal se extendió por toda Europa y las guerras asolaron nuestro país. Caí herido en Pamplona frente al castillo y fusilado después por los tropas carlistas, mientras gritaban sin cesar “¡Dios, Patria, Rey!”.

Mientras caía herido en Pamplona, ya cerca del fin, pude ver al general Torrijos viniendo hacia mí. Su rostro radiante me sonreía, indicándome que le siguiese. Una brisa fría me alivió las mortales heridas. Al final, él me perdonó. Eso era lo que importaba.

Rafael Ferrús Iranzo
Buñol histórico

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