Diario de un viajero-Leyendas de Buñol: El hombre del tren

Con este relato imaginario quiero rendir homenaje a esos paisajes tan hermosos de la línea del ferrocarril Buñol-Utiel-Requena. Sus túneles, sus barrancos, Carcalin, el río al fondo, sus grandes peñascos y también a los hombres valientes que lo realizaron.

Como todas las tardes sobre las 15.30 horas cogía el tren de cercanías hacia Valencia para cursar mis estudios universitarios en la ciudad de Sorolla. Sería sobre el mes de Brumario en plena época de la transicion española, en aquella tarde fría. Al subir al vagón, lo vi por primera vez. Tras la ventana del tren, el cielo plomizo caía como una losa sobre el efímero espacio que planeaba sobre mi juventud. Atrás quedaba el esqueleto pétreo de la enorme cementera. Eché un vistazo al chalet abandonado, ahora instituto musical, rodeado de pinos centenarios, y una nostalgia infame me dejó sin aliento. Me acomodé en mi asiento dispuesto a ojear el libro que llevaba, lo cual aún recuerdo, se trataba de Ficciones, del argentino Jorge Luis Borges. Pero no pude leer, el hombre del tren se encontraba frente a mí, mirando por la ventana hacia el infinito, vestido de negro, como si de ropa del siglo dicenueve se tratase. Su aspecto becqueriano me dejó sin aliento. Tendría unos cuarenta y pico años. Sus cabellos largos y con bucles me transportaron al romanticismo español, y un crisol de imágenes y sensaciones me abatieron. Sin percatarse de mi presencia, siguió mirando al paisaje otoñal y distante. Llegué a mi destino, él permaneció como lo había encontrado, sentado, absorto en sus pensamientos. Bajé al andén y miré hacia atrás. La atracción de ese hombre que ejerció sobre mí desde el primer momento me dejó tocado para siempre, mientras un laberinto de ideas e imágenes me transportaban hacia otras épocas, y casi sin querer, pensé varias veces en el poeta sevillano, y su Monte de las Ánimas. ¿Qué buscaría ese hombre enigmático y especial en estos lares, seria algún escritor o pintor perdido en los túneles del tiempo? Pensé que nunca lo sabría y bajo una inmensa arboleda de chopos y tras la avenida rectilínea y sin fin de la ciudad, me perdí en el horizonte.

Era miércoles y volvía a los estudios. Subí al tren y allí estaba de nuevo. Pensando que era un fantasma y solo lo podía ver yo, hice una prueba. Le comenté a la persona que llevaba a mi lado señalando al misterioso personaje, “Parece que va vestido como de otra época, ¿no le parece?” Mi acompañante de asiento dijo: “Sí, es verdad, parece la foto de mi abuelo.Y sonrió”.

Así, pude comprobar que no era yo solo quien lo veía. Esa tarde estaba dispuesto a averiguar quien era y que es lo que buscaba. No bajé en Valencia, él tampoco, seguía sentado allí sin inmutarse. Todos los viajeros iban hacia la estación, solo quedamos los dos. ¿Por qué no bajaba? Pasó media hora y el tren se puso en marcha, ahora en dirección desde donde salimos, a Buñol. El trayecto se me hizo corto, solo pasó el revisor, por lo demás estábamos solos en el vagón. El tren esta vez no paró en Buñol, siguió hacia Requena-Utiel, pensé, mientras a mi derecha se alzaban los pinos y a mi izquierda de lejos los arrabales del pueblo, grises y sin tiempo. Cruzamos un puente llamado Roquillo y nos adentramos en túneles. Comenzó una tormenta eléctrica inusual pero muy fuerte, la lluvia se transformaba en ráfagas de agua. La gota fría, pensé, mientras iba y venía la luz de nuestro vagon. Cuando se apagaba, esos segundos eran eternos, hasta que volvía la luz. El estallido de los truenos me heló la sangre, no quería volverme para ver su rostro, pero lo hice. Un destello de luz blanca le iluminó todo, y pude ver un ser que no era de este mundo, mas bien de un relato del norteamericano HP Lovecraft. Sus ojos hundidos, su cabellera ahora gris y metalica, sus pupilas como dos haces imposibles de mirar y no perecer, y su boca… no tenía boca. Mi corazón empezó a desbocarse y un escalofrio invadió todo mi ser. Ahora se habían apagado de nuevo las luces del vagón, la tormenta fuera daba manotazos al tren que, como gusano eléctrico, se metia en la tierra y volvia a salir. Abajo, aunque ya estaba oscuro, se contemplaban los riscos y el río, que a la luz de los rayos parecían cadáveres enormes de monstruos caídos. Intenté levantarme pero no pude. Me desmayé. Una mano me zarandeaba diciendo “ya estamos, ya estamos en Requena, y el tren ha terminado su ruta”. Era el revisor, que me avisaba del fin del viaje. Me incorporé rápidamente y le pregunté por el otro pasajero y me dijo que había salido a toda prisa hacia la estación. Pero sabía que no decía la verdad, aquel hombre ya a punto de jubilarse estaba mintiendo, y le noté que sabía más de aquel ser.

Al final me contó la siguiente historia:

Yo no lo viví, pero mi padre sí. Fue al poco de ponerse y construir esta línea de ferrocarril, a últimos del siglo XIX. La obra fue faraónica y también con alguna desgracia, pues se utilizaba dinamita y el terreno ya ve usted como es, lleno de montes y pendiente. Se trabajó muy duramente y vinieron muchos obreros e ingenieros de todas partes. Un ingeniero que vino de Francia, al cual se le llamó expresamente para la construcción del ferrocarril, vino con su familia. En el punto del segundo túnel donde se apagan las luces del vagón fue muerto por un gran pedrusco que cayó de arriba, del monte.“

Afuera, la lluvia había cesado pero la noche era obscura y becqueriana.

…nunca encontraron su cuerpo, caería al barranco, me imagino, pero nunca se encontró. Fue una tragedia enorme, pues no se pudo hacer duelo…Qué le diría yo, creerá que estoy loco, pero mi padre y yo en todos estos años, lo hemos vivido, lo tenemos como un pasajero más “
Yo le dije, “Pero él se deja ver, yo lo veo , un hombre a mi lado también lo vio”.

– No, solo se deja ver a quien el quiere que lo vea, así de sencillo.

– ¿Y por qué a mí? El contestó, y ojalá nunca lo hubiera contestado, “Los elige igual que eligió a mi padre o a mí, o a usted y al hombre que le acompañaba y también lo vio”.

– ¿Y para qué los elige?

En ese instante el revisor se marchó sin contestar, se volvió y dijo: “Para morir, para morir como él. Mi padre fue aplastado mientras labraba con su tractor. Yo estoy a la espera, quizás sea hoy… o mañana. No hay escapatoria. Los va eligiendo día tras día, año tras año, el por qué no lo sé”.
Un sudor blanquecino me cubrió la frente mientras notaba como la fiebre me subía. A lo lejos, la ciudad langidecía lentamente frente a la oscuridad de la meseta castellana. Ya no había vuelta atrás, ni billete de vuelta, el tren era el fin y el medio.

BUÑOL. Brumario 1978.

Rafael Ferrús Iranzo – Buñol histórico
Columnista de latribunadecartagena.com

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