El martín pescador

Me animo y atrevo con este «martín pescador», de José Ferrús, ir de afuera hacia adentro.

Un magnífico y sencillo dibujo deliberadamente infantil del propio autor, una preciosa recreación del mundo en el ayer del autor, también un deslizamiento muy atinado repartiendo pincel y collage, una pintura de fragilidades, que se muestra rotunda al mismo tiempo. 

Es José Ferrús cuando se pone a crear pintando. Toda la obra pictórica de este autor me gusta y me interesa. Nos abren el primer cuaderno de nuestra biografía en la niñez, en él comenzamos a escribir mucho antes de aprender qué son las letras y para qué sirven.

El país de nacimiento, haberlo hecho al norte o al sur, al este o al oeste, o habiendo quedado en su centro, la familia, el entorno social, las posibilidades económicas, el sistema político de ese país, todo cuanto nos rodea y construye nuestra infancia contará, decididamente, para hacer de cada uno de nosotros lo que somos, y muy probablemente hasta el final de nuestra vida.

No nos podemos olvidar y no lo haré, de la sopa primigenia y genética que cada ser humano lleva grabada a fuego en la piel de su individualidad. 

El autor despliega para sus lectores un mapa con anexo callejero que nos permite acercarnos fácilmente a lo que fue la morfología de la trama urbana del pueblo de Buñol, animada por el ruido sereno y sonoro del río y guardada por un castillo medieval.

La infancia y primera adolescencia, ya politizada, de José Ferrús, transcurre siendo protegida por un cielo luminoso de tíos y tías sobrevenidos, que no carnales, como el tío Godofredo, la tía Tona, el tío Emilio, la tía Concha, la tía Anita y otros muchos que daban serenidad, cobijo y seguridad a los críos del pueblo. También lo hacían Don Antonio y Don Luís, aunque desempeñaran otro papel, el de maestros.

El libro habla de las calles que pisaban las botitas y los zapatos que contenían los inquietos pies de la chiquillería, nos cuenta los oficios de aquel momento, muchos de ellos desaparecidos en la actualidad.

Escribe sobre sus días de pesca y caza de la que se sentirá arrepentido, llegando a llamarse a sí mismo «asesino». La caza como rémora, como arrepentimiento, sin la paz de la absolución.

José Ferrús, el autor, tiene el libro salpicado de grandes nombres universales, como Arnold Böcklin, Friedrich, Mircea, Rothko, Cartier Bresson, El Lisitski, Leonardo Da Vinci, etc. Con ellos aclara ideas y conceptos, comparándolos muy certeramente a sus momentos vividos.

Es la familia del niño la que en los primeros años lo fija al suelo, a la casa, al sentir profundo, y son luego los amigos los que lo impulsan a volar junto a las cometas, con el aire en la cara, a sentir el poder de la imaginación y sus logros.

Los amigos nos animan a atrevernos, a saltarnos las pequeñas limitaciones que imponen los mayores en el entorno familiar. Limitaciones que se ven, fundamentalmente, dirigidas a que el niño no llegue a casa con rasguños, moratones, laceraciones e incluso con algún hueso astillado o roto.

El niño y el adolescente viven en dos mundos, dos mundos destinados a alejarse cada vez más. Sí, llegará un momento en que el joven abandonará al niño, aunque no del todo, aunque no para siempre. El adolescente querrá, sobre todo, atender su impronta, sus deseos, consolar sus temores, sus dudas y todos los asuntos que la vida le irá presentando.

De esto y de tantas otras cosas nos hablará y nos guiará José Ferrús, tomándonos de su mano. También será muy preciso a la hora de contarnos cómo son los primeros pasos fuera de la madriguera, muy pegados a la puerta de la entrada de la casa, y luego ya, más tarde, las cada vez más frecuentes  y largas salidas con los amigos. La cuadrilla acompañándose unos a otros.

El autor va asumiendo que muda, que cambia, que deja unos deseos y unos ánimos, unos intereses para poder ir tomando otros.

Lo que el autor nos quiere reseñar es la vida de su casa, de su pueblo, de sus amigos, sus experiencias, la vida de un pueblo del interior valenciano, la vida de sus calles, de sus plazas, de sus campos, de sus altos montañosos, de sus peñascos, de su castillo, de su flora y fauna, de su río, y necesita el autor además hacer alusión a colores, sabores, ruidos y silencios que hoy ya no existen, se esfumaron, se evaporaron en un momento determinado.

El autor alude explícitamente y con íntimo deseo de señalarlo, a su época de cazador de pájaros y otros pequeños animales, de la cual quiere dejar firme constancia.

Nos regala el autor un salvoconducto para que podamos entrar sin peligro a su pensamiento político y su acción. Nos cuenta cómo su familia, y fundamentalmente su padre y su hermano mayor, estaban políticamente cercanos al pensamiento progresista y de izquierdas.

El autor, el escritor, nos contará sobre el tiempo final del franquismo y la llegada de una incipiente y amordazada democracia que, poco a poco, a base de dejar años atrás, iría acercándose a lo que se considera una democracia madura.

Ferrús, instalado en el recuerdo con neutral limpieza, sin nostalgias ni melancolías lacerantes.

Rosa Sánchez González
Profesora de Lengua y Literatura

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