«Podemos anclarnos a una mente reactiva que nos lleve indefectiblemente al círculo cerrado o buscar o entrenarnos en una mente creativa que nos lleve, probablemente, a la espiral, al cambio, a la apertura…» Esto nos cuenta el maestro zen Keizan Ey en su libro «Mente creativa, mente reactiva». Y, ¿dónde nos instalamos como individuos? Y, ¿dónde nos instalamos como colectivo sí buscando delante, como el asno engañado, la zanahoria andamos y andamos sin mirar por donde andamos?
Apuntaba el escritor uruguayo Eduardo Galeano en un texto recién editado, «Úselo y tírelo»: «En América latina nos han usurpado la tierra, el presente y el futuro sistemáticamente, el neoliberalismo ha continuado exponencialmente con el sistema colonial…». Por el contrario, en Valencia (¿quizás con mejor suerte?), hemos vendido casi todo a precio de saldo y lo sustancial casi se ha regalado.
A partir de los 70 poco a poco vendimos la franja costera, y mucho mucho, lo que quedaba, a partir de los 90, hasta no dejar ni un bancal sano desde Cullera a Torrevieja, desde el Puig hasta Vinaroz. Vendimos viñas, algarrobos, olivos, bancales de almendros… Paisaje mismo vendimos, lo vendimos o regalamos (si acaso se pudiera en estricto sentido vender lo intangible) pensando que era el negocio del siglo y realmente fue el principio de una ruina selectiva donde algunos tuvieron el espejismo de enriquecerse, si es que alguien se puede enriquecer en un entorno insostenible.
El escritor Rafael Chirbes retrata parte de este misterio en dos de sus novelas: «En la orilla» y «Crematorio».
Aun así, siguió la venta y, como ya no se puede vender ni siquiera el paisaje, hemos comenzado en el Levante feliz a vender las ciudades creando parques temáticos para ciudadanos clase media o turistas transportados por medio mundo con el espejismo de que están viajando, de que son viajeros.
Para ello, el cielo se ha llenado de aviones por doquier, es imposible mirar hacia arriba y no ver pasar por lo menos tres o cuatro aparatos. Es imposible estar en algún lugar de esta misma comarca y no escuchar continuamente el sonido de motores a reacción que llegan o se van generalmente a ningún sitio.
La industria aérea, subvencionada por los Estados, se ha convertido en una infraestructura de transporte o, mejor, de «deportación viajera» o trasvase de ciudadanos: los de aquí se van allá, los de allá se vienen aquí, y dicen ministros y hacendados que este mundo del revés genera riqueza, sobre todo este año imbebible en el cual se van a batir récords turísticos.
Estos millones de «turistas» llegan a una tierra escasa de agua y dicen que crean riqueza yendo de aquí para allá, consumiendo, a su vez, lo que hay que llevar de aquí para allá.
¿Riqueza para quién? ¿Para los bosques abandonados, para los sentidos amedrentados, para las ciudadanas gentrificadas, para las gentes sin un lugar, para las muchachas de los puticlubs, para los transportistas de Amazon, para los camareros latinos, para los exiliados de los barrios convertidos el macro alojamientos…?
Nuestra comarca está vapuleada en el segundo círculo urbano y, ¿dónde está la riqueza?
Lean, por ejemplo, «Capitalismo caníbal», de Nancy Fraser: «en los años 70 las unidades familiares vivían con un salario, 50 años después pocas personas decentes viven con un salario…»
La riqueza es otra cosa, la riqueza son comunidades sanas y solidarias, la riqueza son relaciones constructivas, la riqueza es imaginar la utopía propiciatoria y colectiva, la riqueza es una mente creativa, la riqueza son las muchachas y muchachos con ilusión por vivir y no por machacar sus días en videojuegos reactivos o en peonaje digital.
N. Fraser, en «Capitalismo caníbal», nos habla de un sistema económico con valores corrosivos que anteponen el beneficio de trusts, entidades o empresas de una minoría al interés general, al interés de la comunidad, al interés de las personas, al interés y al bienestar de una ciudadanía plena y, por ende, de la Tierra misma que, realmente, la Tierra misma sería el enfoque destructivo de este capitalismo caníbal, el mismo que ha alentado hasta la neurosis la persecución de bienes, que ha permitido que el máximo beneficio haya corroído los intentos de sistemas políticos democráticos y al servicio de la soberanía ciudadana. No se puede tratar a las personas y a la Tierra como elementos desechables, es imprescindible un cambio transformador.
La división, la fragmentación, la expropiación del tiempo y las ideas han conseguido la tormenta perfecta: convencer a demasiadas personas, a muchas personas, de que no podemos imaginar nada, de que no podemos hacer nada, de que no hay nada mejor que lo que tenemos o, peor, de lo que nos merecemos.
Han conseguido crear un ejército disciplinado, como en las mejores novelas distópicas antiguas, sumiéndonos en la supervivencia o en el consumo inconsciente, mecánico o incluso neurótico.
Y ustedes dirán, a cuenta de qué viene todo esto. Pues viene a cuenta de los libros, porque la lectura, la investigación crítica, tienden a generar inteligencias creativas, y las mentes creativas tienden a generar ciudadanos y ciudadanas libres, y los colectivos humanos fluidos, atentos, solidarios…
Es lo que nos dará la posibilidad de salir con certera perspicacia del círculo angustioso o laberinto de un sistema fallido y destructivo que amenaza, no sólo la integridad del paisaje, las relaciones, las estructuras edificantes, sino de la vida misma, porque somos muchas, porque somos muchos, los que tenemos capacidad para detener esta barbarie, además de leer, o quizás por leer, de Machado hasta Cervantes, de Estellés a Ausiàs March.
Vale.
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