Fortunato. Zitro Otanutrof.

Consuelo Alvarez Ruiz nos remite estos artículos extraídoS de la revista “Voces de Buñol” número 50 y 51 (agosto y septiembre de 1972)

Cuando éramos chiquillos
“Zitro otanutrof”

No, no acabáis de leer el nombre de un representante eslavo o caucasiano en la ONU, de los que, unidos al conjunto general de plenipotenciarios Universales, tratan inútilmente de remendar a este pobre mundo, que así no tiene remedio, por la muy clara cuestión de que cada cual, grupo o potencia, trata de “arrimar el ascua a su sardina”, y de esa forma la cosa no se arregla, por supuesto. ¿Estamos de acuerdo?
Si pacientemente cogéis letra a letra y las colocáis, una a una, justo al revés de como las he puesto yo, os saldrá el simpático nombre y primer apellido de un buen paisano “con historia”, que nunca ha hecho daño a nadie (alguna foto frustrada sí, pero nada más) y es querido por todos. Esto, digo yo, puede que ocurra porque él se lo merece todo, o quizás, quizás, porque no es enviado por nadie, aunque esto a él le tiene sin cuidado, bastante que le importa! Estoy hablando, con todo cariño, del sin igual Fortunato Ortiz.

El éxito editorial que supuso el genial libro de Díaz-Plaja, “El español y los 7 pecados capitales”, es rotundo cuando dice: “Parece mentira que el pueblo más generoso del mundo sea, probablemente, el más envidioso…” y en esto somos muchos los que estamos de acuerdo. Nuestro Fortunato es feliz y vive tranquilo (hasta creo que no se casó por aquello de que “el buey suelto bien se lame”) porque envidia de él y por él, nada de nada, cuando sí, que sí, debía ser pero que muy envidiado, porque, ¿conocéis a muchos con una vida tan desprovista de problemas como es la suya? Alguien dijo, vanidoso él, “que hablen de uno aunque sea mal”, pero es mejor, mucho mejor, os lo digo yo, que no se ocupen de uno, que lo dejen tranquilo, y que las miserias humanas (rencores, odios, complejos al fin, soberbia, ambición) pasen de largo, porque tacan, manchan… Pues, ¿y cuándo los que no han podido ni siquiera resolver su problema particular, siendo su casa un desastre, quieren gobernar y administrarnos a los demás?

A esos los llamo yo, y vosotros, claro, “fasilitarios”. (Creo que la acepción más próxima a nuestra “buñolera” palabra, es la del castellano facilitón, “quien todo lo encuentra fácil o presume de facilitar la ejecución de todas las cosas en que interviene”).
Como a Fortunato ingenio nunca le ha faltado, ¡hijo de Buñol tenía que ser!, cuando en su juventud se inclinaba por los caminos del arte, se formó con todo lo suyo, es decir, con todas sus letras, ese original seudónimo para anunciar sus interpretaciones. ¿Cuáles eran? Creo que no debemos “adelantar acontecimientos” y esperar a que relatando, someramente, su original y fuera de lo vulgar, vida todo venga “por sus pasos contados”.

Nuestro Fortunato Ortiz Galarza (70 años) nació “de la asequia p’arriba”, en la querida barriada del Castillo, y en su calle de Espartaco (¡Toma! Célebre tracio, jefe de la segunda guerra de los esclavos en Italia. Año 71 antes de Jesucristo – Espasa Calpe, S. A.), en la misma casa que hoy sigue siendo lo que entonces era, horno, aunque en aquellos tiempos fuera el propietario su abuelo “Majo”, y hoy lo es el competente “Gayán”. Pasado algún tiempo, su padre, con deseos de prosperar, “cruzó la acequia” y se instaló en nuestra calle del Cid, en el mismo lugar (y no digo casa, porque el amigo Estellés, tras su derribo, ha levantado esa hermosura actual, por la que sólo felicitaciones merece) del horno, frente al Ayuntamiento, que entonces era la famosa casa de la tía Liberata, pero un alcalde recio, todo un hombre, “echau p’alante”, de carácter rotundo y firme (perdonadme esta expansión, porque hablando del recordado Ricardo Perelló Ortiz), como entonces el Ayuntamiento estaba instalado en la Costura, casa derriba no hace muchos años, en el terrible zig-zag subiendo hacia San Luis, para tratar con buena voluntad de corregir el peligro, y aquello no reunía condiciones, compró y construyó el actual (una de las primeras obras del llorado ilustre Arquitecto Goerlich) que ahora suena que va a derribarse para levantarlo mismo en el mismo sitio. Si nadie se me enfadara, que sí que se me enfadan, yo me atrevería a decir, pero no me atrevo, que en el mismo sitio no, por favor, “vamos” a empezar a conseguir huecos allí, por ver si “podemos” lograr, poco a poco, poner de una auténtica plaza (árboles, jardín, albercas-agua, bancos, farolas, lo que no tenemos en nuestro amado Buñol, y ya es hora de conseguirlo, ¿no?).

Bien, pues ya están los padres, hermanos y nuestro Fortunato instalados allí. Desde chiquillo, dio pruebas de rebeldía y especial carácter. Un día, por la noche, claro, y esto entonces era cosa muy natural, en la plaza (bueno, en el modesto enchamiento de la calle que llamamos plaza) trabajaron, según anunció por bando, el alguacil, el bueno del tío Brigidín, unos saltimbanquis (aunque su etimología es la de saltabancos, los de aquellos tiempos hacían de todo). Con la boca abierta, embelesado, contempló Fortunato, sentado en el suelo (¡qué culatas nos poníamos con aquella tierra de entonces!) los equilibrios y piruetas. Al día siguiente, nuestro hombre (chiquillo) no lo pensó mucho y en el “allá arriba” de su casa, el horno, primero puso una mesa de alas, encima una silla grande, luego una silla bajica, y al final la silla pequeñica, aquellas blancas de los chiquillos, y él, con 6 ó 7 años, empezó a subir, intentando llegar arriba y una vez allí saludar como había visto por la noche, extendiendo los brazos y diciendo ¡jap!, pero sólo pudo llegar a tocar con las manos la última silla arriba la pequeñica, siendo el “guachaso” de los que forman época, el ruido fenomenal, y no menos los “boños” y el “chirle” (chirla), con que “adornó” su cabeza (¿cabezota?) el crío.

Casi un “cagarrón” (hoy se dice párvulo, es más fino), ya iba a la escuela, por eso nuestro hombre es culto y educado. Doña Harmonía se encargaba de los más chicos, y al crecer “los cogía” el padre, don José Casasola, en aquella destartalada escuela, mal instalada en el piso alto (pero entrando por detrás), de la casa propiedad de la querida familia de Ordinarios Agustina.

El culto don José no podía con Fortunato, ya que en lugar de estudiar la cartilla y el catón, se pasaba el día haciendo garabatos, titubeantes dibujos, presagio de su afición de toda la vida. Pero cuando la cosa pasó de “castaño a oscuro” fue cuando en la pizarra general, con tiza, dibujó la caricatura de don José, con orejas de burro… El castigo fue “minso”, dos días arrodillado en un rincón, cara a la pared, con los brazos extendidos, y en las palmas de las manos los libros que no quería estudiar.

Otro día, su buena, su excelente madre, la tía Teresa Galarza, en un cangilón puso a hervir las patatas más pequeñas y defectuosas de la cosecha, para dárselas al cerdo. Fortunato no lo pensó mucho ni poco. Pela que te pela y come que te come, qué “tripá” se pegaría que al fin le dio un patatús (asiento) quedándose tan “derringlau”, amarillico y quieto, que pensaron lo peor, y su buena madre dando gritos, que hicieron que acudiera gente, decía: -”iAy, que s”ha muerto mi Fortunatico!” Como aquello no se pasaba, y ya sabéis que luego se quedan fríos y tiesos, por lo que es más fácil hacerlo “en caliente”, cuando ya estaban preparando la ropica para amortajarlo, menos mal que “reventó” la “pará” interna y “resusitó”, y ahí lo tenéis tan campante…

(Como os va a dar asco, no digo que una vez echó una ratica muerta al puchero, y ya notaban un gusto raro en la sopa, así que os podéis imaginar la que se armó cuando la madre, “abocó” el puchero –segundo plato– y a pareció el roedor… eso sí, escaldaíco el pobre.)

Como el padre de nuestro Fortunato era inquieto por naturaleza y hombre previsor, contando con la modestia del pueblo entonces, al no presentir un porvenir seguro en el oficio Jera de él, para sus cuatro hijos (¿nos acercamos a la misma misa?) en el comienzo de los años 20, con harto dolor de corazón, como cuando los buenos hijos de Buñol tenemos forzosamente que abandonar este bendito pueblo que nos vio nacer crecer, “emigró” a Valencia instalándose con toda la familia en horno, situado en la calle del Arzobispo Mayoral, esquina de la Culla, posteriormente desaparecida, cuando las reformas emprendidas por aquel modelo de Alcalde (Marqués de Sotelo) llegaron a la zona.

Pero, eso sí, como todos los “buñoleros” ausentes, pensando cuándo podría llegar el momento de poder “echarse un trago en la fuente de la plasa” (otra frase hecha local que se nos ha perdido). Ahora tendría que andar un poco más, pues ya sabéis dónde ha sido instalada (¿desterrada?) al mismísimo pie del Alto Jorge, bello paraje, donde podréis verle las señales de la “delicadeza” con que fue desmontada su legítimo sitio (más de 30 años de “ocupación pacífica e ininterrumpida”) a golpe de caterpillar, quedando partida en dos al primer envite de la mastodóntica máquina, la graciosa farolita que la coronaba y que ahora hubiera venido muy bien, lugar del muñón de piedra actual (existen fotografías y testimonios que todo lo demuestran). Podría ser llamada, con un juego de palabras, “la fuente de la plaza que se desplaza”.

Por cierto, que una de las componentes de un grupo de queridísimas y bien dispuestas paisanas, que han “caracoleado” bastante este verano, con sus chiquillos y algún marido, en La Espinaca, haciendo “sufrir” a la balsa, que se estremecía con sus “culás y tripás”, lloró emocionadamente al verla de nuevo, pues le recordaba a los “chapoteos”, tragos y escurrirse, de su niñez, cosa muy lógica y natural, sí señor. (Un abrazo, Araceli. Enhorabuena por esa fina sensibilidad, que hoy no abunda y muchos ni saben lo que es, para su desgracia.)

Aparte de los trabajos propios de un horno y panadería, todo la planta baja de la casa, en los pisos altos, donde vivía la familia en Valencia, podía aquello considerarse como la fonda “buñolera” gratuita. No me cansaré nunca de repetir que aquellos tiempos estaban dominados por la modestia (y no quiero la trágica palabra de miseria, que cuadraría mejor con aquel desdichado ambiente); por eso la madre, la buena, la extraordinaria y santa laica tía Teresa, cuando les visitaban los “soldaícos”, aparte los que iban a la capital a “ver los toros” o una “funsión” (María Guerrero, Enrique Borrás, Antonio Vico, etc., o las Revistas del Ruzafa) porque el fútbol no apasionaba como ahora, viajando todos en tren, ya que el automóvil escaseaba y las carreteras tenían un palmo de polvo, amén de baches, pero a lo loco, y el llegar significaba una auténtica y emocionante aventura; raro era aquel que no pasaba por lo podía ser considerado como el Consulado de Buñol en la capital de la región, siempre repetía lo mismo: “Chiquillos, no os gastéis las perricas, venir aquí.” En el “allá arriba”, entre las camas disponibles y colchones en el suelo, pasaron noches y noches muchos de nuestros paisanos viajeros.

El Fortunatico de los primeros años crecía y crecía, como sus hermanos, claro, y el horno se quedaba pequeño para todos. Queriendo independizarse se unió a un circo, el Caprani (italiano), que pasó por Valencia, para el humilde oficio de mozo o asistente, los que tienen a su cargo poner y quitar las alfombras, aparatos y cuantos accesorios utilizan la variedad de artistas que forman el “mundo del circo”. Esto era para empezar, pero su inquietud (herencia paterna) le forzaba a tener sana ambición, y no se conformaba con su presente.

Tenía deseos de mejorar y seguir progresando, como debe ser, sí señor, otra cosa es que uno tenga o no, suerte en la vida, que ese es otro cantar. “Dios te dé suerte, que el saber de poco vale”… aunque ayuda, digo yo, ¿no? Así que su ingenio le empujó para que aquel día en Guadasuar, aprovechando que el director del circo había salido para un corto viaje, en el cartel (ahora se dice “póster”, ¡no te digo!) que anunciaba el espectáculo del día, de su puño y letra puso al “genial imitador de animales procedente del extranjero, el gran Zitro Otanutrof”.

Llegado el director, casi al tiempo de empezar el espectáculo, se quedó de piedra viendo aparecer a nuestro Fortunato, vestido de frac (alquilado bien sabe Dios con cuanto esfuerzo) y haciendo el animal, digo no, imitando tan perfectamente a toda clase de animales (¿no le habéis escuchado hacer el “serdo”?, aunque ha perdido facultades pues los años no perdonan) que aquello constituyó el éxito del día.

De tal forma fue así que aquel director, pillín él, quiso que continuara después ya en plan de artista… pero sin dejar de trabajar como mozo de pista, y Fortunato no aceptó, saliendo del circo y actuando por toda nuestra provincia, bien solo o encuadrado en espectáculos de variedades, que entonces se anunciaban como “varietés”, siendo el número fuerte, como actualmente, lo que se llamaban cupletistas, y ahora vocalistas (pero sin micrófono, ¿eh?, la que no tenía voz no servía) que insinuaban sus formas entre una maraña de ropa, que se arremangaban picarescamente.

Hoy no se arremangan, porque no pueden, no llevan ropa, y además, nos “obsequian” con el mal gusto de esos chabacanos chistes, que pueden ser aptos para un sector y momentos determinados, pero no en actos donde asistan las familias e inocentes menores.

En Turís tenía mucho cartel y era popular. En cierta ocasión actuaba sábado y domingo en un local improvisado. Seguramente, por no estar muy afortunado en su primera noche, los espectadores, sin duda por el cansancio y madrugón de aquel día de trabajo (ya sabéis que siempre ha sido pueblo agrícola y para sus faenas es preciso madrugar) casi lo dejaron solo. En cambio, al día siguiente domingo, avanzaba la representación y nadie se movía del local. Fortunato, emocionado ante el hecho, se dirigió al “respetable público”, para agradecerle su asistencia y el fino detalle de que, al fin, habían comprendido su arte. Pero uno del público, ante la carcajada general, se levantó de la silla y le dijo, con potente voz, estas exactas palabras: “Calla “monín”, si no estamos aquí por tú, ¿cómo quieres que nos vayamos con la “troná” que está cayendo?” .

Aquel suceso trajo tanta cola, que fue motivo de una frase que se incorporó al léxico del argot local en nuestro querido pueblo. Por ejemplo, cuando en los lavaderos públicos (no abundaban las casas con agua), el “Partior” o cualquier otro, en los días, fijos, de lavar la ropa, que aquello se llenaba a más no poder, las mujeres al terminar, poco a poco, iban marchándose y al quedar pocas, mirando a la que aún tenía “lavatorio” para rato, solían decirle: “Chica, ¡te vas a quedar más sola que Fortunato en Turís!”

Como su carrera de artista no llegó a la meta propuesta, su afición al dibujo le llevó por otros caminos y siempre haciendo gala de su ingenio, para designar a sus caricaturas, alegres y festivas, las llamó Humorgrafía. Entre una y otra faceta, fue discurriendo su vida bohemia, propia del ambiente que frecuentaba. Por la floja administración de sus ganancias, tónica general entre las gentes del arte, y al perder facultades, se refugió en la fotografía, volviendo al calor de las buenas gentes de su (nuestro) pueblo. Aquí terminará con sus aficiones. ¡Que sea por muchos años!, aunque como ya se adivina acabe “desfargalau del to”, y muera tan viejo como la tía Ministresa.

Mas el humor no le abandona y ante la fiebre (o necesidad) actual de la compra a plazos de todo, incluida la vivienda, nuestro hombre me decía que él fue de los primeros que pudo tener su casa a plazos, porque en los días que el ánimo le fallaba y su estado físico no le permitía el lucimiento, ante las protestas del público y el arrojar objetos al escenario, según era costumbre, ladrillo por aquí, teja por allá, aparte piedras y otros objetos aprovechables, pudo construirse su casa, de forma gratuita y aún sobrándole “materiales”.
Hasta pronto. Un saludo.

Por MIGUEL GALÁN SÁNCHEZ

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