La angustia y sus objetos hoy

dominical-fran-16-10-16

Me gustaría, aunque muchos de ustedes ya lo sabrán, conceptualizar un poco a qué nos referimos con objeto y cómo es y de dónde viene esta angustia a la que hacemos referencia.

Para ilustrar estos conceptos me gustaría que imaginaran una situación de una madre y su hijo bebe, en la que el niño está llorando a lágrima viva y la madre no sabe bien qué le puede estar pasando. La madre se propondrá mecerlo, darle pecho, cantarle para que se duerma, creerá que tiene caca, etc. En esta situación la madre hará todo lo que imagina para calmar esa angustia de su hijo significantizando su llanto y proporcionándole un objeto para calmarlo. Sin embargo todo lo que haga será insuficiente para atender a una demanda de un niño que no puede expresarse con palabras y por tanto no se sabe lo que realmente quiere.

En este ejemplo se puede ver muy bien como hay una angustia inicial que escapa al mundo de los significantes y que la cantidad de objetos que se puedan poner para paliarla no son acordes con la situación angustiante.

Este objeto, al no estar sujeto a la dialéctica, no se puede resolver ni disolver. Es el resto, aquello que escapa a las palabras.

La angustia, es una vía de acceso a este objeto. Se concibe como la vía de acceso a aquello que no es significante.

Como vía de acceso al resto que no es significante, Lacan elige una vía equívoca, dudosa, la vía de un afecto. La angustia es algo inquietante, es la espera que algo ha de suceder…

Lo significable es por excelencia lo imaginario, tanto el significado como lo especular, en tanto que el mundo de los objetos tiene su prototipo en la imagen especular

¿Cuál es la Importancia clínica de la angustia en la actualidad?

Una frase en Lacan dice “la angustia no es sin objeto”, ya que pese a que la angustia no tiene objeto, necesita de él para aparecer. Para hacerlo entrar en la dialéctica utilizamos el miedo, el miedo tiene objeto y concierne a algo articulable, nombrable, real.

Como remedio para la angustia, tenemos la fobia, la fobia como miedo a un objeto. La fobia produce una serie de objetos que funcionan como señales, son objetos que dibujan límites, umbrales, un interior y un exterior. Pese a todo, la angustia sin objeto no queda abolida con la fobia y su significantización. Hay un resto.

La angustia no puede estar en relación más que con una ausencia. El lugar clínico de la angustia es el cuerpo. Algunos de sus efectos son la sudoración, opresión torácica, náuseas, mareo, escalofrío, desmayo. Del lado del pensamiento aparece un “no sé” (el sujeto no sabe). “La angustia no sabe de qué se angustia”.

El enfoque analítico de la angustia no pretende curarla, ya que la angustia está fuera de lugar. Se sitúa fuera de los límites que traza el sujeto del significante. En los análisis llega hasta el desamparo, allí donde falta toda orientación significante. Sin embargo Intentar poner palabras a una experiencia de angustia es ya una primera forma de tratarla. A diferencia del tratamiento cognitivo-conductual que pretende considerar la angustia en un aquí y ahora, y tratarla mediante el significante imperativo, modulado como consejo. Para ellos la angustia se puede resolver. Véanse las diferentes formas disfrazarla con ansiedades, neurociencias, estrés, ataques de pánico…

En el seminario de Lacan sobre la angustia (Seminario X), ésta no es tomada como un trastorno que debe ser eliminada de inmediato, ni mucho menos, sino que va a tomar a la angustia como un signo, como una experiencia del sujeto que es fundamental y que no hay que borrar a cualquier precio. La idea de Lacan es que cuanto más borremos ese signo de angustia, más va a reaparecer por otra parte, con otra cohorte de síntomas, que van a intentar resolver esa angustia de otra manera. Lacan va a dar a la angustia todo su valor de dignidad subjetiva, indicando que tenemos ahí la experiencia de la subjetividad moderna y que hay que tener mucho cuidado en no escuchar lo que esa experiencia nos está diciendo.

Ahora me gustaría darle forma a estos conceptos enfocando la angustia y el objeto al problema que está ocurriendo con los niños y las nuevas tecnologías.

El año pasado algunos de los presentes pudimos presenciar una conferencia que dio Hebe Tizio en la sede del Instituto del campo Freudiano de aquí de Valencia donde explicaba muy bien lo que está ocurriendo en referencia a esta problemática.

Estamos en el Siglo XXI y nos encontramos ante una revolución de orden mundial. La diferencia es que esta ya no es una revolución popular, sino una revolución tecnológica. Hay una nueva ola generacional de personas dominadas por un objeto común, la pantalla (“el objeto”). Sea la TV, la Tablet, el móvil, la videoconsola…(sus diferentes modalidades),la pantalla captura nuestra mirada de una forma tal que no somos nosotros quién la miramos, sino ella quien nos mira. Nos hace partícipes en la formación de un síntoma social que nos deja inútiles frente al exterior y su actividad.

Si nos remontamos un tiempo atrás, podemos ver como el adulto podía guiar el proceso de socialización de un niño, establecer unos límites claros en la educación, a fin de conseguir una promesa de futuro de su hijo, traducido en un “hoy no, mañana si”, y ejercía de figura de autoridad (no confundir con autoritaria, ya que la violencia solo implica cobardía).

Ahora, estas figuras se han descompensado. Los niños utilizan el “Objeto Pantalla” como fuente de saber, cuestionando e invalidando el mensaje que reciben de padres y maestros. El “Objeto” les proporciona la ilusión de un poder inmenso y ninguna otra cosa que se les pueda ofrecer tiene tal funcionamiento. Con el añadido de que este “Objeto” es inagotable, y al no tener “corte” o “apagado” se pierde la función del tiempo, siendo la pantalla quien gobierna a la persona en todo momento.

Es pues este objeto pantalla nuestra fuente de deseos y de angustias, ya que al poco tiempo de conseguir uno de estos objetos, sale otro nuevo mucho más bonito y más deseable que “necesitamos” adquirir. Objetos perecederos que en ningún caso llegan a ocupar el lugar de ese resto angustiante pero que lo calman parcialmente con la posición de un nuevo objeto. Dejan el deseo a merced de los objetos de consumo.

Lacan decía “Somos seres deseantes destinados a la incompletud y es eso lo que nos hace caminar”.

¿Por qué parece que hoy en día nos cuesta caminar?

Ocurre que parece que estamos totalmente absorbidos por el sistema de consumo y que con la premisa de “tenemos que ser libres” nos venden un ideal de libertad basado en el poder tener más cosas y hacer más cosas, y viajar más y tener mejores prendas y poder consumir todo tipo de alimentos y consumir-consumir-consumir. Aparentemente hay un avance sin freno hacia una sociedad líquida en la que todo vale. Y digo líquida porque el acercamiento total a todas las cosas materiales ha hecho que estas pierdan su valor.

Volviendo al ejemplo inicial de la madre y su hijo. El sistema capitalista estaría ejerciendo de madre que nos pone objetos incesantes a fin de saturar un deseo que no deja hueco para nada, para experimentar una falta que nos haga desear de verdad. Nuestra falta y nuestro deseo están condicionadas por el objeto que “tiene que venir” sin poder encontrar satisfacción con nada de lo que se pone por delante.

¿Qué consecuencias puede estar teniendo este efecto?

Que nosotros mismos nos estamos convirtiendo en objetos, véanse drogas, tatuajes, operaciones estéticas, deporte en exceso, anabolizantes, cremas, y un sinfín de productos que han sobrepasado la barrera de lo externo y van directamente a nuestro cuerpo, con los riesgos que eso conlleva. Parece que todo vale y es porque no hay hueco para la falta. Queremos una cosa y al instante de conseguirla queremos otra. No hay lugar para el aburrimiento. Si en el pasado creábamos síntomas por represión (“No puedo hacer esto”), ahora los creamos por excesos y sobreestimulación.

Esta objetización sin medida nos arrastra hacia una generación “sin ganas…”. No hay ganas de relacionarse, no hay ganas de estudiar ni de trabajar, no hay ganas de nada. Hemos saturado el deseo.

Como ya he mencionado, para desear es necesario experimentar una falta. Por ejemplo, el niño recién nacido debe separarse del pecho materno para observarse a sí mismo como individuo independiente que tendrá que apañárselas para conseguir lo que quiere.

Es por esto que muchos padres se preguntan, “cómo pudo pasarle eso a mi hijo, si nunca le falto de nada”. ¡Eh aquí el error! Le faltaron las ganas de desear. Por tanto es indispensable no desear por los hijos, no anticiparse reiteradamente a sus demandas es una actitud fundamental para despertar el deseo en ellos.

Para que un niño o un joven estén en condiciones de enfrentar su futuro sin más angustia de la imprescindible, debe dar sentido a su vida a través de proyectos que se lo permitan y criarse en un clima donde esto sea posible. Un hogar, en el que se hable de futuro con expectativas.

Por otro lado tenemos también el efecto de farmacéuticas, terapias de conducta, etc., buscando el patrón y la categoría. En lugar de escuchar (un bien escaso en nuestros días), esperan a que el problema ya se ha generado y no se sepa cómo responder. Es entonces cuando desesperados buscamos ayuda y nos consolamos con una etiqueta, “Su hijo es hiperactivo” a lo que la familia piensa “menos mal. No somos los únicos”. Sin poder entender que no hay una fórmula general para cada niño, que cada uno de nosotros es singular y necesita de un tipo de ayuda diferente. No hay hiperactividad, sino hiperexcitación o hiperinmovilidad y corresponde a los padres ponerle freno.

Y ¿Cómo ponerle freno a algo que parece imparable?

Pues en la medida en que tomemos consciencia de que las soluciones no tiene que venir a ponerlas el “hada madrina” o la “pastilla mágica” sino que la responsabilidad está en cada uno de nosotros, el cambio será posible.

Quizá con los niños habría que tratar de ser más auténticos, no escondiéndole las emociones que sus padres sienten. Los niños necesitan un patrón de referencia verdadero. También, fijando unos límites claros en su educación que les permitan comprender no ya lo que es socialmente aceptable sino lo que su familia piensa que es bueno o malo, a lo que su entorno cercano da valor.

Y esto está muy lejos de los libros de cómo ser mejores padres o de autoayuda, que solo buscan una universalización que no deja hueco para los silencios y los interrogantes, que dan consejos según lo “socialmente aceptable” y sin responder a la Singularidad del caso por caso, del uno por uno, que es la única vía de atender de una forma real la angustia. Sin juicios de moral y sin presiones de tiempo. No somos robots, al margen de lo que intenten hacernos creer.

Tras varios meses trabajando como psicólogo en una residencia de ancianos he podido aprender muchas cosas, pero quizá la más importante es que uno solo da importancia a su vida cuando ha pasado. Entonces en esos últimos años, intenta recordar aquello que en otros tiempos no daba importancia. Salir a pasear al campo, disfrutar de la compañía de la pareja, comer chocolate, tomarse un vaso de vino y un café, hacer algunas travesuras. Son pequeñas cosas que en el pasado costaban cierto sacrificio y eran vistas como privilegio y ahora hemos perdido su valor debido a la abundancia. No digo que tengamos que privarnos del acceso a aquello que tanto nos ha costado conseguir, pero tomémonos un tiempo en disfrutarlas porque quizá el día que queramos hacerlo ya no podamos.

Francisco Hernández Pallás
Psicólogo y Psicoanalista

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