La chica de las botas amarillas

Como todos los días, estaba asomado a la ventana de su casa esperando ver a la chica. Él la llamaba ”la chica de las botas amarillas”. Liberto tenía 25 años, era ingeniero informático y vivía con su madre, Perla.

—Liberto, ven a desayunar —la oyó gritar desde la cocina.

—Voy, madre.

Siempre esperaba ver a la chica y allí estaba, como cada día, andando pausadamente, con una falda de cuadros rojos, azules y blancos, botas amarillas y el pelo rubio hacia atrás. Tenía una belleza extraordinaria. La vio desaparecer a lo lejos, se apartó de la ventana y se fue a desayunar.

Su madre tenía preparado el desayuno.

—Liberto, hijo. ¿No te cansas de verla?

—No mamá. Cada día me atrae más.

Perla se enjuagó los ojos para que su hijo no la viese llorar.

Liberto trabajaba desde su casa como asesor para jóvenes emprendedores. Su gran capacidad y experiencia hizo que pronto tuviera tanta demanda que su piso se quedó pequeño. Pronto encontró un lugar donde montar su negocio. Cuando lo tubo preparado, empezó a contratar trabajadores. El primero, alguien de confianza que le ayudara a contratar más personas. Ese era José, un gran amigo de toda la vida.

—José, ¿no crees que necesito una secretaria? Ya sabes que tengo problemas de movilidad atado a esta silla.

—No te preocupes —contestó José— Yo me encargo de buscar. Llamaré al INEM y a las empresas de trabajo temporal a ver que es lo que podemos conseguir.

A los pocos días les llovieron los curriculums y empezaron a hacer entrevistas. En uno de esos días citaron a una chica que se ajustaba a los propósitos tanto de la empresa como de Liberto. Ese día Liberto llegó el primero, como de costumbre. Entró en el despacho y empezó a trabajar en todas sus tareas diarias. 

Por el momento, pensaba todo lo que tuvieron que luchar él y su familia para que sus problemas de movimiento no fueran un impedimento para llevar a cabo sus sueños. Sin duda, apoyado por el amor tan grande que su madre le tenía. Era hijo único. Su padre murió cuando Liberto tenía diez años. Desde entonces el principal pilar de su vida personal y laboral fue su madre. Esta le acompañó en cada momento de su vida. Él siempre pensó que su falta de movilidad ayudó a desarrollar esa gran capacidad que tenía. Se acarició la sien y siguió con sus tareas diarias.

Al poco entró José, no sin antes llamar a la puerta.

—Adelante José. —dijo Liberto.

—La chica de la entrevista de esta mañana está aquí.

—Hazla pasar.— Liberto se recostó en su silla de ruedas y entrelazó las manos.

—Buenos días—saludó la chica.

A Liberto empezó a latirle el corazón tan fuerte que temió que ella lo oyera. ¡Dios mío! Es ella, pensó. La chica de las botas amarillas.

—¿Y las botas? —preguntó Liberto.

La chica hizo un gesto arrugando la nariz.

—¿Qué? —le increpó.

—No. Nada. —corrigió Liberto—Me dice el jefe de personal que tiene usted un perfil bastante bueno para el puesto.

—Sí. Pero no sabía que tendría que trabajar para un impedido.—dijo la joven.

En ese momento Liberto llamó a José. 

—José. Ya puedes echar a esta señorita inmediatamente de aquí.

—Pero Liberto…—José se extrañaba del gesto decidido de su amigo y de sus palabras. Aquella chica parecía la idónea para aquel puesto.

—Ni una palabra. —contestó Liberto atajando implacable a su amigo.

—Lo siento, señorita. —se disculpó el siempre amable José invitando a salir de allí a aquella candidata.

Ella levantó la barbilla con desprecio y salió del despacho sin volver la vista atrás.

Moraleja: Conoce antes lo que quieras comprar.

Amelia Miguel Fayos
Aficionada a escribir relatos cortos

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