La frenética trayectoria de una mujer de la clase trabajadora

Cuando pienso sobre mi trayectoria, inevitablemente pienso también en la de mi madre. Ambas nacimos en Buñol. Ella en 1964, yo en 1985. 21 años nos separan. Parece poco, pero es un abismo. Cuando mi madre cumplió 18 años, la convención social de la época dictaba que una mujer de su clase sólo podía independizarse a través del matrimonio (¡vaya contradicción!). Se casó a los diecinueve años, heredó una casa y al poco tiempo se quedó embarazada. 

Ha trabajado en fábricas, tiendas, residencias, limpió casas, fue concejal y ama de casa. Viajó a Cuba, el Sáhara e Irak, pero no tuvo la oportunidad de estudiar. Nos une nuestra condición de mujer, la pasión por cine, el compromiso social, el origen proletario y la precariedad laboral. Aunque mi adolescencia fue una época difícil, mi infancia fue idílica. Fui muy querida por mi familia, pasé muchos fines de semana viendo películas en Montecarlo, aprendí a tocar la flauta en los Feos y me encantaba pasear por los parajes de Buñol. Crecí sin conocer a mi padre biológico y me gusta pensar que el no saber me permitió no poner límites.

Cuando cumplí dieciocho años, obtuve matrícula de honor en el instituto, me saqué el carné del coche, ingresé en la carrera de Periodismo en la Universitat de València y me mudé al Colegio Mayor Lluís Vives. Fue aquí donde entendí, por primera vez, que yo era, o soy, de clase trabajadora. Y que, para otros, la clase obrera es percibida como una clase inferior. A veces se victimiza, otras se ridiculiza. A pesar de las inseguridades que estos juicios punzantes me generaron, me resistí a aceptar que mi clase condicionaría lo que podía alcanzar en mi vida. Y entendí que la única manera de tener opciones es estudiando. Saqué siempre muy buenas notas y conseguí becas que me permitieron estudiar en universidades de Madrid, Barcelona, Cali y Londres. Trabajé en los cortos de Darío, en el Vivir de Cine, Radio Buñol y Canal 9. Viví unos meses en Formentera (¡qué paraíso!) editando la revista local, Sa Savina. Hice películas con Canónigo Films, reportajes para VilaWeb y documentales como freelance. La crisis del 2008 fue demoledora. Aquí sí que sufrí mi condición de clase. Mientras mis compañeros de profesión podían continuar haciendo cine y desarrollando sus carreras sin cobrar, gracias al banco de papá y mamá, yo nunca tuve esa posibilidad. Sin rentas, ni herencias, ni inversiones, ni pagas, mi salario siempre ha sido mi único sustento. 

Tras años de precariedad, me mudé a Londres a probar suerte. Por entonces tenía un novio italiano, guapísimo, muy buen amante y un poco arrogante, que me acogió generosamente en su casa en el barrio de Hackney. Durante mis primeros años en Inglaterra trabajé de camarera y en la producción del musical Goodbye Barcelona, sobre las brigadas internacionales que lucharon por la República durante la Guerra Civil. Viajamos a Barcelona, Madrid, Ciudad de México y Nueva York. Pero a mí lo que me interesaba era el cine documental. En 2014 conseguí una beca de Ibermedia para estudiar nada más ni nada menos que en Colombia. Poco antes un loco al volante me atropelló mientras yo iba en bicicleta por Hackney. Afortunadamente, no sufrí lesiones graves, pero su seguro me tuvo que compensar y con ese dinero me puse rumbo a América Latina. Convivir con documentalistas de varios países, con trayectorias de vida diametralmente opuestas, me resultó tan fascinante que decidí canalizar todos esos aprendizajes en más estudios. Por ser extranjera y sí, quizás también porque tardé en entender qué es un doctorado, me costó tres intentos conseguir una beca para entrar en el programa de doctorado de University College London. Finalmente lo conseguí. Obstinación y perseverancia son dos de las cualidades que he ido cultivando todos estos años. Y, como no podía ser de otra manera, fue una experiencia que me cambió la vida en todos los sentidos. Hoy todavía sigo recogiendo los frutos de ese esfuerzo. Mi investigación me ha permitido conocer a personas maravillosas que me han abierto muchas puertas, publicar varios artículos en revistas internacionales y participar en conferencias y otros eventos organizados por universidades en Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Ecuador, Colombia, Venezuela, México, España y, por supuesto, Reino Unido. 

También he podido dirigir varios documentales: Pilas (2019), #PrecarityStory (2020) y Processing Images from Caracas (2022), que han sido seleccionados y premiados en festivales internacionales. Al acabar la tesis, conseguí un trabajo como profesora titular en una facultad de cine en el suroeste inglés. Me siento respetada dentro de mi profesión, a pesar de que soy testigo de cómo mi condición de mujer, migrante y de clase trabajadora siguen siendo trabas en mi progresión profesional. Tengo un buen salario pero el coste de la vida en Inglaterra es exorbitante, especialmente para los que vivimos de alquiler. En unos meses cumpliré 40 años. No soy madre, pero estoy acabando de gestar mi primer libro. Es un libro académico, escrito en inglés, sobre cine documental hecho por mujeres de América Latina. Se titula A Feminist Counter-History of Latin American Documentary y sus ejes, las luchas laborales, el despertar feminista y la vida migrante, también atraviesan mi propia trayectoria. 

Mi vida sentimental ha sido casi tan frenética como mi vida laboral. He tenido varias parejas, de varias nacionalidades, con las que he compartido de meses a años. Una vez estuve a punto de comprometerme y formar una familia tradicional. Me costó darme cuenta de que es una forma de vida que, a mí, me asfixia. Tampoco ayudó que este hombre, inglés, como muchos de mi generación, viviera anclado en el pasado. Mientras que las mujeres han ido tomando consciencia de la injusta y desigual distribución del poder y de la importancia de, por ejemplo, repartir las tareas domésticas y de cuidados de forma equitativa, muchos hombres se siguen aferrando a sus privilegios y condenan al feminismo desde la ignorancia más profunda. Todavía recuerdo cuando un compañero del colegio se quejaba abiertamente de que las amas de casa se pasan el día tomando café en Patrón. Lo que este aspirante a señoro ignoraba es que la ama de casa es, a menudo, la primera que se levanta y la última que se acuesta. No tiene horarios fijos pero tiene que estar disponible a cualquier momento del día. Prepara el desayuno, la comida y la cena. Lleva y recoge a sus hijes del colegio o del médico o de las clases extraescolares. Limpia la casa y hace la compra. Sí, toma café con sus amigas. Y, cuando todo el mundo se relaja viendo la tele, recoge la mesa y limpia los platos. El trabajo de la ama de casa sigue siendo el más invisibilizado. El más denostado. Y, lo peor de todo, no está remunerado. Yo nunca he querido ser ama de casa pero respeto a aquellas mujeres, u hombres, que deciden serlo y pienso que deberían recibir un salario por ello. Depender económicamente de un hombre es echar leña al patriarcado. Y el patriarcado ya ha quemado demasiado. 

Lorena Cervera Ferrer
Directora de cine documental

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