La única guerra: la del tomate

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Rondaban los años 30 del pasado siglo cuando al profesor Albert Einstein le surgía una duda más allá de su entendimiento como físico, acerca de qué sería necesario para evitar a la humanidad los estragos de la guerra. Einstein miraba a su alrededor y veía que solo una minoría tenía bajo su influencia escuelas, prensa e iglesia y así dominaban las emociones de las masas hasta convertirlas en instrumento.

Sin embargo, esta explicación seguía resultándole insuficiente. No podía comprender que estos procedimientos lograran despertar en la población un sentimiento tan salvaje para  sacrificar su vida. Debía de existir entre los hombres un estado de odio y destrucción dormido, capaz de despertar en circunstancias poco habituales.

Para resolver tales cuestiones decidió consultar al profesor Sigmund Freud, especialista en analizar aspectos psicológicos de las personas.

La respuesta de Freud no se hizo esperar. “No se trata de eliminar por completo la inclinación de los hombres a agredir, ya que forma parte de su naturaleza. Puede intentar desviarse para que no encuentre su expresión en la violencia”.  ¿Cómo hacerlo? Potenciando relaciones de comunidad. Hay que intervenir en la desigualdad de los seres humanos separados en dominadores y súbditos (que necesitan de una autoridad que tomen decisiones por ellos). Para esto, hay que enfatizar el concepto de educación, generar personas de pensamiento autónomo que no sean manipulables y luchen por la verdad.  Todo lo que promueve el desarrollo de la cultura trabaja también en contra de la guerra.

Una manera de romper con la rutina y la monotonía que puede destapar el sentimiento violento es, sin duda, la fiesta. Al cansancio de las obligaciones, del trabajo cotidiano, de las prohibiciones de la sociedad, donde la cultura nos inculca un “orden determinado”, se opone la agitación y el descontrol de la fiesta. Necesario agotamiento que nos da salud.

En Buñol, a nivel del pueblo llano, nuestros abuelos encontraban un método eficaz de manejar la  agresión y liberar la energía reprimida. La Tomatina. Nuestra fiesta es un “colorido” sobre la gris monotonía de la vida ordinaria.

Toda fiesta requiere de algún tipo de exceso y manifestación. La Tomatina podría ser, por medio del exceso de tomate, nuestra vía de enlazarnos, comunicarnos y manifestarnos contra todo aquello que nos sobrepasa.
Mi consejo particular es que, si te sientes alegre, con vitalidad, y con ganas de expresar el bienestar que sientes en tu vida, no hay mejor manera de celebrarlo que disfrutando de nuestra tradición y salir a lanzar tomates.

Pero si te sientes deprimido, piensas que esos problemas que tanto te inquietan no tienen solución (aunque por supuesto la tienen), llevas mucho tiempo sin sentirte comprendido y almacenas pensamientos negativos… sal a la calle, coge un tomate, apriétalo fuerte y lánzalo.

Porque lanzar tomates potencia la risa y en esta manifestación de humor se libera al sometido de sus miedos, de sus ataduras; la risa lo levanta y lo enfrenta a la autoridad, al poder, sea del tipo que sea.

Debe quedar claro que no queremos guerras, y si las hay, entonces que sean como la del tomate. Sin líderes, sin potencias ni prepotencias, del uno contra otro en igualdad, del no hacer daño, de reír, de saltar, de correr y al final, del comprometerse a dejarlo todo igual de ordenado que estaba. ¿Os imagináis? Por tanto, queremos guerras, pero solo de tomate.

Francisco Hernández Pallás
Psicólogo y Psicoanalista

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