Lectura, lectores, lectoras

Nuestro cerebro, el cerebro humano, no está preparado para leer, de la misma forma que no está preparado para tocar el clarinete, es decir, que no hay un rasgo genético que nos facilite la tarea, como sí lo hay, por lo que parece, para la adquisición del lenguaje, para la disposición a la huida o la defensa, para la expresión sexual, la habilidad manual, la alimentación, etc.

Nadie enseña a un cachorro a mamar y no hay una didáctica planificada para aprender a hablar. En fin, esto lo apuntan neurólogas, antropólogos, investigadoras sociales y otras nobles gentes que se dedican a estas reflexiones. 

Sin grandes investigaciones, es de sentido común que no puede haber impronta genética en algo, la lectura, tan reciente en la experiencia humana: la escritura y la lectura aparecieron hace poco más de 2.000 años y gran parte de la población ha sido durante toda la historia analfabeta. Es más, y por ir a la proximidad, en este lugar donde ahora lees, hace 90 años la mayoría de personas no sabían leer ni escribir, es decir, no contaban con esta habilidad suprema, dicho lo cual y, siguiendo al neurólogo Michel Desmurget en su obra Más libros y menos pantallas, podemos decir que la lectura no llega a las personas por sí sola, requiere un aprendizaje sólido y certero y, tras el aprendizaje, un continuo entrenamiento con el cual nuestro cerebro, no sólo empieza a entrelazarse con esta práctica tan extraordinaria, sino que, por el famoso y actual concepto de neuroplasticidad, se ajusta, potencia y despliega creativamente con ella. 

En verdad, la lectura es el proceso más extraordinario que un cerebro humano pueda realizar. El logro de una lectura sólida, funcional, creativa y rápida determina que se potencien, o no, muchas funciones cerebrales, psicológicas y emocionales. No es igual la capacidad de aprendizaje y relación con el mundo de una persona lectora o muy lectora que la de una persona poco lectora o no lectora. La realidad es que la capacidad, la habilidad de lectura y el desarrollo de los elementos cognitivos y cerebrales que la facilitan, nos sitúa en un plano de mayor disposición personal (y colectiva) para entender el mundo y para interrelacionar con él, con nuestra realidad humana, con nuestra realidad psicológica y física, de una manera más creativa, integral, fructífera. 

Ha sido un verdadero logro la alfabetización en Europa durante el siglo XX. Ha sido un verdadero logro que la lectura formara parte de los procesos cognitivos de la mayoría de personas. Ha sido un verdadero logro que las habilidades lectoras se enraizaran con un aprendizaje difundido y casi democrático que ha llegado a la gran mayoría de la población. Después de la II Guerra Mundial, los ciudadanos y las ciudadanas de clase obrera pudieron acceder a los libros, a la cultura, a la información, a la educación reglada, mas todo ello no llegó por sí sólo, se vio impulsado y facilitado por movimientos culturales, educativos, políticos, sociales, económicos… que propiciaron que ésta enraizara en todo el abanico social. 

¿Y qué está pasando con este asunto en el tercio del siglo en el que vamos? Según Desgurmet, lo que está pasando es que –y eso lo podemos ver hasta por las calles–, tras esta difusión y asentamiento, en estos momentos las capacidades lectoras están en claro y medible retroceso. 

Los motivos son variados, pero en el centro de ello se encuentra la omnipresencia de las pantallas, la disposición adictiva de nuestra psicología, el interés en generar adicciones que tienen las empresas de los contenidos en la red, la perfecta dictadura de las herramientas vinculadas a internet con los diversos dispositivos y la red misma, que funciona en más de un 70% como una verdadera red de pura captura. Las pantallas, la información visual, la lectura fragmentada, el ocio como consumo y lejos de los libros, el abandono del entrenamiento en la tarea de leer, están llevando a un amplio grupo de personas a lo que podríamos llamar, a la manera antigua, analfabetismo funcional: podemos leer, pero no entender lo que leemos; podemos leer, pero ser incapaces de disfrutar del despliegue de nuestras capacidades intelectuales, sensoriales, imaginativas, resolutivas, creativas… que la lectura propicia, potencia y, a su vez, desarrolla. 

Es posible que esta pérdida relativa, pero importante, forme parte de un proceso global de pérdidas sustanciales en el que ahora mismo estamos como sociedad: pérdidas de seguridad, pérdidas sociales, pérdidas de memoria, pérdida de libertad, pérdida de sentido común, pérdida de comunidad, pérdida de la Tierra misma. 

En cualquier sueño autoritario, visto o por ver, una máxima mínima es reducir o, mejor, eliminar la independencia, capacidad, autonomía, imaginación y criterio de las personas. La lectura nos puede aportar y ayudar a cuidar todo lo que cualquier distopía de poder rechaza de plano, de manera que, frente a tanta derrota, hay mucho que hacer, y una acción silenciosa, constructiva y con sentido sería, sin duda, mantener vivo y vivificante el sentido profundo, radical y moderno de leer un libro. 

¿Nos lo vamos a perder? ¿Vamos a cambiar todo este tesoro por unas baratijas? Podría ser.

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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