Liliana

Liliana salió del super cargada con su hijo Gus al brazo. Gus tenía 3 años y era el pequeño de sus tres hijos, le seguían Iris y Óscar, de 9 y 11. Arrancó el todoterreno de diez años, que era lo único que le dejó su marido cuando les abandonó, y salió a todo gas para llegar a casa lo antes posible. Llegó en 20 minutos y entró acelerada en la cocina con Gus y las bolsas de la compra. Al poco tiempo llamaba a Iris y Óscar, —hijos, venid a poner la mesa y cenar, hay que acostarse pronto que mañana hay que madrugar para ir al colegio —dijo agotada.

Al día siguiente Liliana llevó a sus hijos al colegio y fue a la floristería en la que trabajaba desde hacía 3 años. Era un establecimiento pequeño pero muy próspero. Allí hacía toda clase de faenas: limpiar, despachar o hacer hermosos centros de flores. El dueño, Don Matías, un hombre educado y de avanzada edad le solía decir: —Liliana sé que tienes muchas cargas y deudas, que vas muy apurada de dinero, ¿cuándo vas a aceptar mi proposición?—. Liliana siempre le contestaba lo mismo —le he dicho muchas veces que no quiero complicarme la vida y complicársela a usted, tengo tres hijos y pocas ganas de estar con un hombre—. Ese día tuvieron la misma conversación, pero Don Matías aportó algo nuevo que sorprendió a Liliana:

—Por eso mismo, debes aceptar mi proposición —añadió Matías—. Entraríais en mi casa, con mi dinero sobraría para tus niños, tú y yo, para vivir tranquilamente. Llegaremos a un acuerdo, yo solo quiero compañía así que no tendremos sexo, eso no será ningún problema y tú solo cuidarás de la casa y de tus hijos.

Liliana meditó un instante. «No tener que acostarme con él» se preguntó a sí misma. 

—Don Matías, ¿usted cree que eso podría funcionar?

—Todo es probar —contestó seguro de sí mismo.

—Muy bien, lo pensaré —concluyó Liliana—. Ahora seguiré trabajando.

El día transcurrió como siempre, ella haciendo su trabajo y él en su despacho con la administración de la empresa. Terminada la jornada se despidieron y cada uno se marchó por su camino. 

Al poco de llegar a casa sonó el timbre de la puerta. —Iris cariño, mira a ver quién es.

La niña reconoció la voz de su tía y abrió la puerta. Luci entró saludando y dando besos. —Hola queridos, ¿cómo están hoy mis amores? 

—Pasa a la cocina Luci, ¿quieres tomar un café?
—le preguntó Liliana. 

—Me vendría bien —contestó Luci.

Liliana puso a su hermana al corriente de la proposición de Don Matías.

—No te lo pienses —dijo Luci— estás pasando muchas necesidades, no te da casi para el alquiler de este cochambroso piso y tus hijos necesitan salir de aquí y tener una vida tranquila.

—Ya lo se, pero ¿crees que puede funcionar? —le preguntó dudosa Liliana.

—Él te ha propuesto estar contigo sin necesidad de tener sexo, solo por tu compañía y la de tus hijos, ¿qué hay de malo? Es la situación ideal. Está enamorado de ti desde hace mucho tiempo, siempre te lo he dicho. Además, tendrás cubiertas todas tus necesidades y las de tus hijos —concluyó Luci.

Al día siguiente, cuando Liliana entró al trabajo Don Matías la estaba esperando y acercándose a ella le susurró —¿Te has pensado lo que hablamos ayer?

Liliana dio dos pasos atrás. —Lo he estado pensando —contestó con firmeza—. Si su propuesta es que vivamos juntos, siendo compañeros y cuidándonos todos, sin que tengamos sexo, me casaré con usted.

Matías se frotó las manos, —eso está muy bien pensado, cuando quieras vamos al juzgado y damos validez a este matrimonio.

—Tiene usted mucha prisa —le increpó Liliana.

—No si yo lo digo por ti, en tu situación no deberías pensártelo mucho.

Se casaron a los pocos días y Liliana y los niños se instalaron en casa de Don Matías, la cual era bastante grande, se componía de 2 plantas y un jardín muy bien cuidado. Fueron pasando los días y el trato de su nuevo marido era de lo más normal. Cada uno tenía una habitación. Él no se metía con ella y ella se lo agradecía con toda su alma.

Una noche, después de cenar acostaron a los niños y Matías le propuso abrir una botella de champán, el cual hizo su efecto. Él empezó a mirarle los pechos. Liliana se tapó como pudo, se subió el cuello de la camisa hacia arriba y se sintió incómoda.

—Qué haces!, ¿por qué te tapas? ¿Estás asustada? ¿Te pasa algo? —preguntó malhumorado Matías.

—No, es que el champán me ha dado un poco de frío.

Pero se dio cuenta que los ojos de Matías estaban enrojecidos. Ella recordaba ese semblante en su exmarido y no le hizo gracia verlo de esa manera. —Bueno Matías que mañana hay que trabajar, vámonos a la cama.

—Soy el dueño, si quiero abro y si no no abro.

—Hombre no seas así, tendremos que trabajar —dijo Liliana intentando calmar la situación.

—Bueno, bueno —le contestó él con indiferencia.

Matías se levantó y puso música. —Vamos Liliana, a bailar.

—¿A bailar? Yo no he bailado nunca.

—Pues ya es hora de que vayas aprendiendo. Vas a bailar conmigo que soy tu marido

El gesto y modo con que la cogía de la mano y la miraba la aterrorizó. Se soltó la mano dado un tirón. Matías la volvió a coger. —¿Por qué me sueltas la mano? ¿Tanto asco te doy?

Ella se echó a temblar. —No, no me das asco, pero tenemos un contrato.

—Los contratos se rompen, ven a bailar.

La volvió a coger de la muñeca haciéndole daño. —¡Suéltame! —le increpó Liliana.

—Pero ¿qué te has creído? No te he pedido la luna, solo es un baile. Así notaré tu cuerpo junto al mío.

Esta vez la abrazó, ella forcejeó, pero no conseguía soltarse. Matías la apretó más contra su cuerpo.

Liliana le dio un bofetón. —¿Qué haces? ¿Cómo te atreves a pegarme? ¿Eres una desgraciada, te lo he dado todo y así es como me tratas?

Liliana empezó a llorar, —yo no quería, pero usted me convenció, este no era el trato.

—Contrato, trato, contrato, trato— y empezó a pegarle muy fuerte.

Ella le suplicaba, —por favor no me pegues—. Recordaba las palizas de su exmarido y eso la sacó de sus casillas. Alargó la mano y cogió un jarrón con el que golpeó a Matías en la cabeza.

Matías la cogió del cuello muy fuerte y apretó hasta oír un seco crujido, Liliana cayó en el suelo. En ese instante Matías se dio cuenta que la había matado. Horrorizado, la envolvió en una sábana, cavó un profundo hoyo en el jardín y la enterró.

Amelia Miguel Fayos
Aficionada a escribir relatos cortos

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