Lo que el dinero no compra…

Woman giving thumbs up

Hace unos días fue Sant Jordi y aprovechando la ocasión fui a una librería a comprar un libro, como es típico. Me llamó la atención el sinfín de libros a la venta que prometen dar las claves para ser feliz. Acto seguido, una amiga me mando por una red social una foto con un mensaje positivo en el que me invitaba a comerme el día, la misma invitación que me hacía el servilletero del bar que frecuento.

La psicología tradicional, la de toda la vida, se ha centrado en estudiar e investigar la parte negativa del ser humano, sus problemas y patologías, dejando de lado las fortalezas humanas. De hecho, por cada artículo sobre felicidad que encontramos publicado hay 21 sobre tristeza, ansiedad y depresión. Aunque encontrar la felicidad ha sido uno de los propósitos primordiales de las personas a lo largo de la historia, en los últimos años se ha desarrollado una rama de la Psicología dedicada casi exclusivamente a estudiar la felicidad humana: la Psicología Positiva. Es una aproximación que se agredece, diferente a lo que estamos acostumbrados. Intenta completar la visión desde el otro lado, estudiando el bienestar y la alegría, no solo la depresión, sino lo bueno que tenemos.

Por tanto, el bombardeo de caritas sonrientes, frases motivadoras y gurús que prometen “ser feliz” en tres sencillos pasos, tiene que ver con que la Psicología Positiva está de moda, y mucho. Se aplica a diversos ámbitos: laboral, educativo, clínico, etc. Su objetivo es el estudio de qué nos hace felices y qué no. ¿Parece fácil verdad? Pues no lo es.

La felicidad es un sentimiento universal, todos la sentimos, pero cada uno lo experimenta a su manera. De ahí radica la complejidad para definirla. Tan difícil es esto, que se acaba antes diciendo lo que no es: “la felicidad es la ausencia de lucha, conflicto y sufrimiento”. Lo que sí que tienen claro los investigadores es que suele darse en instantes más fugaces que duraderos, y en momentos colectivos más que en los individuales. Los grandes acontecimientos conllevan un alto valor de felicidad, pero las pequeñas cosas también. Se han realizado numerosos estudios acerca de qué nos hace más felices y las conclusiones son curiosas: asociamos más la felicidad con experiencias vividas que con objetos adquiridos. Algunos la logran tocando la guitarra, estando con los amigos, leyendo o disfrutando de un paseo, por citar algunas de las respuestas más típicas. Otros entran más en el terreno de las emociones y son felices con un beso inesperado, un abrazo bien dado (sí, de esos de oso) o una sonrisa cómplice.

Aun así, seguimos pensando que la felicidad está vinculada con lo que tenemos y hacemos, dejando a un lado por completo lo que somos. ¿No os ha pasado nunca que habéis deseado algo mucho y cuando lo habéis conseguido no os sentís como esperabais? Si pensamos que nuestra felicidad depende de algo externo, dedicamos casi todo nuestro tiempo, dinero y energía a conseguir todo tipo de deseos y objetivos, desatendiendo nuestro mundo interior, nuestro yo interior. Y con el tiempo, esta huida de nosotros mismos suele pasarnos factura. Aunque no se suela hablar de ello porque aún sigue siendo un tema tabú en nuestra sociedad, al menos seis millones de personas sufren depresión en España. Seis millones.

Hay que ser realistas. No podemos estar felices veinticuatro horas al día trescientos sesenta y cinco días al año. Lo que sería desadaptativo es estar siempre contento. La tristeza, queramos o no, es necesaria, sin ella la alegría no existiría. En ciertas ocasiones, llega algo inesperado que hace tambalear nuestro bienestar y paz interior. Como decía Lair Ribeiro, médico y escritor brasileño “no es lo que nos sucede, sino como reaccionamos ante ese suceso”. Nadie se va a librar de obstáculos o pruebas por superar, pero cómo nos tomemos estos giros inesperados va a ser fundamental. Podemos salir fortalecidos o hundirnos en la tristeza. Es una cuestión de elección.

En muchas ocasiones, demasiadas, he escuchado decir a personas, que a mi entender, lo tienen todo que no consiguen ser felices, y se sienten culpables por no conseguir serlo. Cada vez es más frecuente esta sensación de obligación a sentirse bien si las circunstancias son supuestamente favorables. Nuestra predisposición es crucial y a ser feliz también se puede aprender, no en tres sencillos pasos, pero se puede practicar. Varios estudios sobre felicidad publicados por el Journal of Happiness Studies ofrecen algunas formas de alcanzar esa felicidad más real, más tangible, esa que no huye de los malos sentimientos sino que pretende dar valor a momentos o situaciones concretas. Es decir, al aquí y al ahora. Las que me han parecido más interesantes son:

  1. Las personas materialistas tienden a ser menos felices. Eso de que el dinero da la felicidad no es del todo cierto. Las personas que se consideran más felices son las que viven en África, curiosamente el continente más pobre, así que quizá algo estemos haciendo mal en nuestro camino hacia la felicidad.
  2. Fomentemos ser extrovertidos. Vivimos en sociedad y la felicidad tiene mucho que ver con la forma en la que nos relacionamos. Una simple llamada inesperada a alguien querido o un encuentro propiciado por nosotros nos hace sentir bien.
  3. En las redes sociales, fomenta lo positivo. Somos lo que transmitimos a los demás. Dejemos la negatividad para otro momento y enviemos señales positivas también a través de las redes sociales. La felicidad es contagiosa.
  4. Sonríe y haz sonreír. La risa como terapia, la risa como estado de ánimo, la risa como actitud, la risa como forma de vida… La sonrisa nos acerca a ese sentimiento al que llamamos felicidad. Es gratis. Riamos y hagamos reír.

Algunos os preguntareis qué libro compre. En efecto, lo habéis adivinado. Era de Psicología Positiva.

Mari Fuertes Miguel
Psicóloga

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