Los besos que no nos dimos

El pasado 14 de marzo nuestras vidas se pararon. El mundo, tal y como lo conocemos, cambió por completo. Y no solo cambió, sino que, desgraciadamente ya no volverá a ser el mismo que conocimos.

Siento ser tan catastrofista, pero esa es la nueva realidad a la que nos tenemos que enfrentar a partir de ahora. Una realidad de mascarillas, de distanciamiento social, de protocolos de seguridad, de medidas que tenemos que tomar para hacer las cosas que antes considerábamos normales. En definitiva, una nueva realidad que ha venido para quedarse.

En este artículo quiero recoger lo que nos hemos ido dejando en el camino en estos casi tres meses de confinamiento. Han sido muchos y mucho. Me explicaré. Muchos, son los que desgraciadamente nos han dejado. Miles de personas han visto sus vidas segadas por el virus. Miles de familias han quedado destrozadas porque ni siquiera se han podido despedir como toca de sus seres queridos. No han podido agarrarles de la mano, mientras la vida se escapaba. E incluso no han podido brindarles la despedida que merecían, porque esta maldita pandemia no sabe de sentimientos, ni de nada que se le parezca.

Con esto quiero poner de relieve que hemos vivido y estamos viviendo una de las peores tragedias de nuestra historia como sociedad. Y no porque no nos haya tocado, somos inmunes al virus y podemos hacer lo que nos dé la gana. Tenemos que seguir protegiéndonos, para también proteger a los que tenemos a nuestro alrededor. Si algo ha demostrado esta pandemia, es que de aquí solo podemos salir juntos. Pero también ha puesto de manifiesto el egoísmo de muchos a la hora de no renunciar a lo que hacían antes de la llegada del COVID-19. Pues les diré una cosa, la realidad es otra, el mundo es otro y el que no se quiera dar cuenta, es como el que niega el cambio climático o es terraplanista, porque este mundo ya no volverá a ser igual.

Aparte de perder a los que más queremos, como decía, esta pandemia nos ha cambiado la vida. Nos ha hecho que nos tengamos que adaptar a una nueva realidad, que no es la que esperábamos a inicios de esta década. Teníamos por delante proyectos, ilusiones y esperanzas, que se han visto truncadas de un plumazo. Hasta lo más cotidiano se ha visto alterado, como ir a casa de tus padres o abuelos a comer un domingo, abrazar o besar a tus familiares, estar con tus amigos o dar un paseo por el pueblo. Ha sido frustrante, estar en el mismo sitio y no poder ver a los tuyos. Y si a eso le sumas la distancia de los que estamos fuera, ya ni os cuento. Menos mal que hemos tirado de tecnología para poder simular esa cercanía.

Pienso que nadie está preparado para ver como la vida se para de repente. Y creo que no empezamos a ser conscientes hasta que vimos cómo todo lo que teníamos por delante empezaba a paralizarse. Primero fueron las Fallas. Luego el poder pasear por nuestros parajes en Pascua. Más tarde fue la Feria del Comercio y Turismo. Pero cuando recibimos la bofetada de realidad que ponía de manifiesto que era muy gordo lo que teníamos encima, fue con la suspensión de las fiestas de nuestras dos sociedades musicales, de nuestra Tomatina y de nuestro gran Mano a Mano. Otra cosa no, pero si hay algo que una buñolera o buñolero está esperando durante todo el año, son las fiestas de la localidad. Y sin ellas, el pueblo pierde toda su esencia. Porque es en esos 15 días, donde se resume nuestra idiosincrasia, nuestro carácter como pueblo, nuestra esencia. En esos días nos reencontramos con la familia, con los amigos, compartimos, reímos, nos emocionamos, nos divertimos, nos olvidamos de las preocupaciones. En definitiva, vivimos.  Pues bien, cuando esto cayó como una losa a los buñoleros, creo que muchos se dieron de bruces con la realidad. Lamentablemente tuvieron que llegar estos anuncios para que muchos fueran conscientes de la que teníamos encima. 

Como decía anteriormente, la vida de un pueblo, es la gente, sus tradiciones, sus fiestas, pero también sus comercios, negocios y empresas. Muchas de ellas han tenido que bajar la persiana durante la pandemia. Cientos de autónomos y empresarios han visto cómo su fuente de ingresos se secaba de repente. Y muchos nos hemos dado cuenta de que, sin ellos, la vida de nuestro pueblo no tiene ningún sentido. Aunque si algo bueno ha traído la emergencia sanitaria, es que las vecinas y vecinos de Buñol han vuelto a apostar por el comercio cercano, por lo nuestro, por lo que nunca falla, por los que hacen un esfuerzo cada mañana para que la economía local funcione. Se ha escuchado mucho decir que de esto saldremos mejores. Yo me conformo con que salgamos con memoria y nos acordemos de quiénes estuvieron ahí cuando más los necesitamos. Sirvan estas líneas para rendir un pequeño homenaje a esos comercios y empresas que han estado prestando sus servicios desde el primer día. Tengamos memoria y apostemos por el comercio local, porque esto también forma parte de la vida de un pueblo.

Quería concluir diciéndoles, que siento haber sido tan catastrofista, pero no podía negar la realidad de algo que nos ha golpeado muy duro a toda la sociedad. No por esconderlo, deja de ser menos real. Quería huir de mensajes buenistas y pseudopositivos, porque la realidad es la que es. No obstante, sí quiero pensar que esta situación nos hará reflexionar sobre lo que verdaderamente importa. Que no es otra cosa que los nuestros. Todo lo demás es accesorio. Porque sin los nuestros, no somos nada. Espero que muy pronto nos podamos dar los besos que no nos dimos.

Dedicado a todas las personas que han perdido a sus seres queridos durante la pandemia.

Luis Vallés Cusí
Periodista

 

Share This Post

Post Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.