Hace ya un tiempo, no sabría decir cuánto, empezaron a aparecer pintadas en nuestro querido pueblo con una tipografía muy concreta elaborada con moldes, cuyos mensajes no eran necesariamente subversivos, pero bastante más reflexivos y profundos que las típicas pintadas de toda la vida que generalmente han recogido mensajes simples, groseros o que expresan viejas –y no tan viejas– consignas de sueños y luchas frustradas y utopías que parece que no terminan de llegar.
Estas pintadas anónimas me llamaron en su día la atención y ahora, en un momento en el que parece que los mensajes, hoy mayoritariamente escritos en las pantallas de los smartphones donde importa menos lo que se dice y más quién lo dice y por qué lo dice, pareciera que pretenden ser la expresión de una nueva era. Estas pintadas, como aparecidas de la nada, apelan a la (re)conexión con lo sensorial, a rescatar del olvido esas emociones que hoy parecen castradas o autoreprimidas, víctimas de una farsa, escenificada en el teatro de lo virtual, que se empeña en tenernos pegados a las pantallas la mayor cantidad de tiempo mientras la vida misma con todos sus matices se nos escapa de las manos inexorablemente.
Cuando paso por los lugares (muros, fachadas, puentes, el asfalto, pasos a nivel, etc..) que están decorados por estas pintadas me pregunto quién/es estarán detrás de estos mensajes. Si será gente joven con ganas de expresar el sentir de una generación vapuleada, culpabilizada de problemas que no ha generado, y harta de no vislumbrar un futuro mínimamente deseable, o adultos ya entrados en años –como el que escribe– que, a falta de poseer altavoces mediáticos potentes, quieren recuperar los espacios urbanos que siempre nos han ofrecido los pueblos y –aún más– las ciudades, para expresar nuestra rabia, nuestras frustraciones y miedos, o como en este caso, revivir emociones hoy casi desaparecidas.
Estas pintadas, que resultan incluso agradables e inofensivas a la vista de los “defensores del orden” y amantes del mobiliario urbano por su extrema sencillez y porque parecen inofensivas, interpelan, sin embargo, a una sociedad –la actual– aletargada, resignada y anestesiada que parece no querer salir de un estado catatónico inducido por el “encantamiento” que les ofrecen las grandes corporaciones tecnológicas y el capitalismo de la vigilancia. Por eso, me infunden una mezcla de esperanza y melancolía. Sí, sé que suena contradictorio, pero me imagino a esta gente preparando los moldes y el material para pintar los mensajes, planeando los lugares, el día y la hora para ejecutar –de noche, claro– su obra con esa mezcla de ilusión y a la vez resignación al ver que aunque los muros vayan a volver a hablar, la mayoría de la gente no quiere escuchar y ya no digamos pararse a leer. Quizá porque me vea reflejado en esas emociones, cada vez que leo estas pintadas me sale una sonrisa, a veces reconfortante, a veces amarga..
Con todo, me gustaría que las gentes –quiero pensar que son jóvenes– que en su día decidieron dejar estos mensajes en nuestro pueblo, no hubieran dejado de hacerlo. Cada palabra es un aliento, cada frase es una pequeña luz que invita a creer que todavía hay gente ahí –que de noche– utiliza la palabra escrita en piedra para remover conciencias. Unas conciencias que andan hoy muy perdidas víctimas de un sistema que nos quiere enzarzadas las unas con las otras en espacios ideados, no para la reflexión, sino para el estéril enfrentamiento mientras en la vida off-line, la de verdad, todo se desmorona.
Ell@s, l@s mensajer@s de la noche, pertenecen a esa estirpe de gente anónima que resiste publicando en los muros de verdad, y no en el “Muro” artificial, maniqueo, impostado, cínico, y rápidamente perecedero de Facebook y del resto de las Redes (in)Sociales.
Los muros, las calles serán siempre nuestras. Sigamos escribiendo en ellas. Los mensajes, ahí, perdurarán por muchos años. Y quien sabe si alguna vez, alguna generación pueda leerlos cuando por fin, sea capaz de levantar la mirada de las pantallas.
José Guerrero
blog La pastilla roja