Mirada del Bosco

Era angosto el espacio en que convivíamos. Mas, no porque fuera pequeño el lugar, sino por la gran cantidad de seres y objetos reales, irreales e imaginados que ocupábamos aquel espacio.

Nuestro espacio.

La sensación de ahogo y angustia reflejaba en nuestros rostros el miedo, la desesperación, y al mismo tiempo, la crueldad y la oscuridad sobre algunos cuerpos y algunas vivencias.

Miembros sangrantes separados de cualquier otra anatomía. Escenas de fuego, faltas de piedad, y llenas de muerte. Oscurantismo de criaturas mitad reales mitad irreales. Aparatos de tortura y torturados. Jardines repletos de figuras humanas, animales inventados que devoraban cuerpos humanos, objetos con vida extraña, flechas, armas y herramientas hendidas en la carne… sangre, castigos sin piedad, cuerpos humanos desnudos, ojos desorbitados, ángeles y demonios, sexo explícito… depravación y horror bailaban al compás de una melodía escrita en el trasero, buen rasero de medida para una apocalíptica y oscura envoltura. Seres alados que sobrevolaban contemplando el variopinto escenario, o que nos atacaban cayendo en picado. Desesperación, aglomeración y caos, miráramos donde  miráramos.

Y, dentro de este escenario, el niño tuerto, sordo y manco, y la niña bizca, muda y coja, se bañaban desnudos en el lago. Se introducían en el agua y jugaban a abrir los ojos. Y descubrieron que, en el fondo del lago, había exactamente el mismo lugar que en la superficie, pero del revés…

Curiosos, se aproximaron .Avanzaron y avanzaron, terminando abocados al río de una lágrima. Lágrima que brotaba del ojo y cayó por la mejilla del hombre que contemplaba angustiado y compungido el culmen de su obra, terminada en el taller de pintura de aquella galería de arte que era su casa, su hogar, su angosto espacio.

El niño tuerto, sordo y manco, no lograba ver nada nítido con un solo ojo y movía, entre gritos y desesperadamente, sus piernas y su único brazo dentro de aquel torrente salado. La niña bizca, muda y coja, lo veía todo doble, y, oyendo el ímpetu de aquella corriente salada, exhalaba gritos mudos agitando al mismo tiempo sus brazos y su única pierna.

Y así, horrorizados y entre espasmódicos movimientos, fueron arrastrados por la lágrima, que desembocó en la boca abierta del angustiado y compungido artista, convirtiéndose en alimento de su propia angustia interior, a la que hubo que añadirle la propia angustia final y satírica del niño tuerto, sordo y manco y de la niña bizca, muda y coja. Angustia de su obra plasmada en lienzo, contemplada detenidamente por el artista. Obra que nos muestra su visión sobre el verdadero interior del ser humano, rudo y mezquino, sin caretas ni hipocresías.

Susana Martínez Lorente (21-01-17)

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