Nada está escrito hijo mío…

dominical-guerrero-5-12-16

Estaba pensando en las continuas vueltas que da esta vida loca que nos ha tocado vivir a unos y malgastar a otros. Vidas que cada día, y a través de ese enigmático atributo humano llamado libre albedrío, cambian radicalmente en cuestión de segundos. Vidas llenas de instantes en los que una decisión lo cambia todo. Y precisamente eso es lo más emocionante y a la vez incierto que tiene el proceso vital. Que solo el inexorable paso del tiempo nos saca de las dudas, los temores, y de las espectativas e ilusiones generadas a partir de cada una de nuestras elecciones.

Hace poco más de un año y tras mucho pensarlo, decidí (o al menos creí hacerlo) que mi tiempo para ser padre había caducado. Tenía 40 años. No es que fuera tan mayor como para descartarlo, pero varias razones me empujaban hacia una elección, para algunos egoísta, para otros prudente, aunque en ambos casos consciente, que determina y condiciona definitivamente el transcurso de nuestras existencias. Por mi edad, y sobretodo por la de mi pareja (38), debía tomar un camino pronto: o decidirme a ser padre, o evitarlo poniendo medios que fueran más allá de que mi pareja siguiera hormonándose más tiempo. Quizá estas prisas biológicas, junto a mis más que fundadas dudas y preocupaciones acerca de traer un hijo a un mundo tan terriblemente jodido y con tan poco futuro como el actual, fue lo que determinó que en aquel momento decidiese ir al médico de cabecera quien, después de preguntarme en repetidas ocasiones si “estaba seguro”, me hizo un volante hospitalario para visitar al urólogo y empezar así el proceso para hacerme la vasectomía.

Sin embargo, tras la conversación de aquella visita en la que expuse a mi médica mi decisión de pasar por una una intervención que me impediría tener hijos de forma permanente, mis dudas, lejos de disiparse empezaron a aumentar. En cualquier caso, salí de la consulta con una cita para el 16 enero con el urólogo. De alguna manera, esa fecha marcaba ya el principio de un proceso irreversible, lo cual me hizo comprender por 1ª vez la tremenda relevancia que adquiría la decisión que acababa de tomar. Aquel día,  tuve la sensación de que había tomado una decisión desde la parte más racional de mi ser, sin escuchar apenas el impulso vital y biológico de nuestro cerebro reptiliano. Había tomado una decisión desde la más absoluta consciencia, sin embargo me sentía más inseguro y confundido que nunca. A partir de entonces tenía apenas 2 meses para echarme atrás, o seguir adelante con mi decisión. El reloj del destino había echado a correr.

Durante el mes siguiente volví a repasar mentalmente los pros y los contras que suponía la decisión que acababa de tomar. De repente, me di cuenta de que no estaba sopesando las posibles ventajas que albergaba la vasectomía, sino solamente los incovenientes. Pensé que no iba a poder estrechar la manita de mi hijo recien nacido. Tampoco iba a vivir la sensación de verlo crecer, de tropezar y levantarse, de verlo llorar y reír, del calor y la ternura de abrazarlo…de quererlo. Demasiadas cosas que perder y a las que renunciar y sin embargo ¡todavía tenía dudas!. Hablé con algunos amigos y les expuse esas dudas. Todos sin excepción, coincidieron en decirme que era un error no vivir la paternidad, y más teniendo en cuenta que yo era “muy chiquillero”. Yo les decía que desde hacía unos meses ya estaba viviendo, eso sí, con un preadolescente, algo muy parecido a la paternidad. Ellos me decían: “Sí, pero te has perdido lo de antes?“. Supongo que durante unas semanas estuve buscando excusas para reafirmar una decisión que, mirando atrás, quizás no estuvo bien meditada. Pero asi son algunas decisiones. Que cuando son “en diferido”,  y por tanto no son inmediatas,  su caracter de provisionalidad nos da una prórroga para reflexionar más profundamente y quizás descubrir que tu verdadero yo, desea justamente lo contrario.

Llegó el mes de enero y con él, el día de la cita con el urólogo. Para aquel día, ya había tomado “la otra” decisión. Quería tener un hijo con Gema. No sé lo que cambió en mi. Simplemente descubrí que a pesar del futuro tan negro y complicado que les espera a los más pequeños y a los que están por venir, no debemos reprimir, si la sentimos, una pulsión tan ancestral y biológica como es la de crear una nueva vida. Durante aquellos días de intensa reflexión, me vino a la cabeza aquella frase de Martin Luther King que decía “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo hoy todavía plantaría un arbol”. Aquella cita me hizo decidirme. Por decadente, autodestructivo y cruel que sea este mundo en el que vivimos y por irremediable, irreversible y  fatídico que sea el destino que nos espera como especie, la vida tiene que seguir creándose. Si la fauna (la que queda) sigue procreando, y la flora, cuando no la talamos o la quemamos, sigue floreciendo, ¿por qué no habríamos los humanos de seguir completando nuestro ciclo vital a pesar de todo?

En una sociedad como la actual, donde lo considerado “racional” viene muchas veces impuesto por un sistema que te incita a seguir su propía lógica absurda, destructiva, alienada y desprovista de toda humanidad, conectar con nuestros instintos más primarios, quizá sea la mejor manera de romper algunos de esos miedos e inseguridades que nos insufla este cruel sistema que alimentamos cada día y que nos consume cada hora. El proceso vital debe seguir su curso aunque la esperanza en un mundo diferente se aleje cada vez más. No podemos sino continuar creando vida mientras asistimos a la vez como protagonistas y espectadores, a nuestro declive como especie. Una metafora perfecta pero amarga sobre la vida y la muerte.

Tres meses más tarde, en abril, Gema me dio la noticia. Estaba embarazada. A partir de ahí, ya no había vuelta atrás.El reloj,  esta vez imparable, se ponía de nuevo en marcha. Iba a ser padre. ¡Y solo 5 meses atrás había decidido hacerme la vasectomía! Recuerdo quedarme con la boca abierta. No reaccioné hasta pasadas 2 horas tras las que me invadió una sensación indescriptible, una excitación y una emoción que no había experimentado antes. Supongo que cuando empiezas a interiorizar que formas parte de un proyecto tan grande como la creación de un nuevo ser, algo se despierta en tu interior y parece que una energía y un entusiasmo renovados llenan tu espíritu.

Ya han pasado prácticamente los 9 meses. Gema y yo estamos a poco más de 2 semanas de ser padres de un niño. Es mi primera vez. Tengo inmensas ganas de verle y una especial curiosidad por ver el fruto que ha dado esta bonita historia de (in)decisiones, dudas y giros de 180º que se ha escrito alrededor de mis inseguridades sobre la paternidad.  A partir de ahora se abre para mi, el reto más importante de mi vida. Educar a un niño en aquellos valores que yo he tardado varias décadas en adquirir y a la vez prepararlo para sobrevivir en una civilización como esta, en fase de corrosión terminal, ante la que deberá ser extraordinariamente resiliente para salir adelante. ¡Ahí es nada! Por un lado, crecerá aprendiendo lo rematadamente mal que lo hemos hecho durante la mayor parte de la historia de la humanidad y por otro, y si algún día lee estas palabras, sabrá que por muy mal que pinten las cosas y nos quieran hacer creer que deben elegir por nosotrxs, todavía somos dueños de buena parte de nuestras decisiones. Nada está escrito hasta que la pluma y el papel se funden en negro sobre blanco. Mientras tanto, una decisión no siempre es definitiva, si al tomarla generas las dudas necesarias para reconocer que ése no era el camino que te dictaba el corazón.

Que las decisiones que tomemos a veces no sean definitivas ni irreversibles, nos concede una segunda oportunidad para reflexionar sobre la trascendencia que en muchas ocasiones tienen éstas. En ocasiones, la arbitrariedad y la incertidumbre que genera nuestro libre albedrío, es capaz de transformar mágicamente dos decisiones radicalmente opuestas en una nueva vida. Una vida como la tuya Guillem. Nos vemos en muy poco.

Aun no te he visto, y ya te quiero.

José Guerrero.
Autor del blog ‘La Pastilla Roja‘.

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