Niña pobre, niña rica

Yo era una niña pobre según los estándares de la época. ¿Qué por qué lo sé? Porque me preguntaba el motivo por el cual los Reyes Magos eran tan injustos que a niños repelentes por su egoísmo les regalaban aquellas muñecas que yo anhelaba o los juguetes mecánicos tan bonitos y tan caros, bicicletas y mis soñadas pinturas y pinceles… En fin, todas aquellas cosas tan caras y bonitas que otros niños de mi círculo social no podíamos poseer nunca, a no ser que alguno de aquellos niños ricos, se sintiese complaciente y nos los dejasen disfrutar por un pequeño momento.

Yo era pobre porque mi madre me tejía los abriguitos suéteres de lana que a mí me parecían tan bonitos y tan cálidos, los que, por cierto, eran más imperfectos que los que le había comprado su madre a mi amiga rica. Pero a mí me gustaban los míos, ya que me complacía ver cómo me los tejía mi madre y los ratos que pasábamos juntas al ayudarla a desenredar las madejas para hacer los ovillos. También me hacía largas bufandas, gorritos y calentitos calcetines altos. Yo estaba orgullosa de lo que sabía hacer mi madre y de lo bien que me cuidaba. Yo era pobre pero no tanto como para no estrenar un precioso abrigo de buena tela cosido por una modista (en la costura mi madre no era tan buena) una vez al año por el día de la Purísima y el consabido vestido de mudar para invierno, que solo se llevaba los domingos y días festivos. Mi amiga rica tenía esos vestidos para todos los días, pero en lo que no me ganaba era en los alegres vestidos que lucía en Pascua y que luego me servían para todo el verano.

Cuando llegaba Pascua yo estrenaba dos o tres vestidos de tela fina y alegres colores, vestidos que la gente admiraba y que a mi madre le costaban muy poco, solo la tela y un puñado de pastas que regalaba a una vecina experta modista y talentosa diseñadora que, con unas sencillas telas, casi siempre de hilo, lino, piqué, hacía unas de las más preciosas creaciones que yo haya visto nunca. Recuerdo las combinaciones geniales de rayas o cuadros y telas lisas conjuntadas, los escotes raros y bonitos que ella se inventaba. Las mariposas aplicadas con mano primorosa en el vuelo de la falda o las cerezas salpicando de rojo unos pequeños cuadros rojos y blancos. 

Sí, aquella mujer tenía mucho talento, que no la sacó de la pobreza, pero siempre lucía una preciosa sonrisa en su bello rostro, parecía feliz. Un día descubrí el secreto de por qué me hacía aquellos vestidos y no nos cobraba nada. Mi padre, un competente mecánico y hábil artesano, había comprado una máquina de coser vieja que al parecer solo valía para la chatarra y la había desmontado, limpiado, reparado y sustituido piezas, y la había dejado mejor que nueva. La máquina era fuerte y suave a la vez, las telas se deslizaban con delicadeza y no se tenía que hacer esfuerzo para mover el pedal de fino que iba. Su madera estaba brillante y pulida, su superficie sin impurezas… lo que he dicho, mejor que nueva, y mi padre se la regaló a la modista para que pudiese coser mejor, y ella, en agradecimiento a tal regalo, me cosió los vestiditos de Pascua durante un montón de años. Así hacíamos las cosas la gente pobre.

Como yo era una niña pobre y mi padre muy mañoso, este me hacía algunos juguetes. Recuerdo que un día me hizo un cochecito que se suponía que era para mis muñecos, pero no era esa la utilidad que le di. El tal cochecito era de fuerte madera, bastante grande, pues cogíamos un niño en él, y sus ruedas eran anchas, de recio hierro y acabadas en ceñida goma, que rodaban muy bien en la cuesta de mi calle. Aquel carro era una fiesta para los críos, que nos deslizábamos una y otra vez por aquella calle, entonces casi sin tráfico. Mi amiga rica nos miraba con cara de superioridad y nos decía que éramos unos salvajes. Nosotros, los niños pobres, nos divertíamos de lo lindo.

Una vez, mi padre rescató una bicicleta estropeada de la chatarra y, como era un talentoso mecánico, me la restauró. La pintamos juntos de un color verde claro que me gustaba, juntos le pusimos nombre, “Verónica”, y recuerdo con cariño cómo me enseñó a manejarla. Mi amiga rica nunca tuvo bicicleta, pues desentonaba en su lujoso piso y su papá nunca la enseñó a ir en bici, pues estaba muy ocupado en ganar dinero para sustentar la buena vida de su familia.

En el colegio también era un problema ser una niña pobre, al menos en aquellos tiempos, pues como no tenías dinero para hacer regalos a la maestra, ni podías llevarle la comida que se necesitaba en casa, esta no te hacía el menor caso, a no ser para reñirte por hacer un trabajo mal hecho o por armar bulla, por lo que no tuve más remedio que esforzarme por aprender más o menos yo sola. Era divertido hacerse amiga de los números y de las letras y ser brillante en ello a pesar de la desventaja del desinterés de mi maestra. Eso me hizo entender que se pueden conseguir las cosas si uno se lo propone en serio. Me pregunto si me hubiese esforzado tanto en aprender en la escuela si yo hubiese sido una de esas niñas ricas.  Ahora dicen que soy autodidacta, y no sé si ya lo era entonces y por eso aprendía fácilmente, o fue mi propio esfuerzo por aprender lo que me hizo serlo.

Mi gran pasión era el dibujo y la pintura, y utilizaba cualquier material que caía en mis manos, cualquier papel. Pero eran escasos mis recursos, solo tenía pinturas de madera para pintar, mientras mi amiga rica obtenía con facilidad los óleos y acuarelas que yo anhelaba. Un día le pedí que me los dejara un rato para probarlos en mi adorado cuaderno de dibujo. Ella se negó alegando que yo tenía el talento y ella los medios, y que si me daba aunque fuese temporalmente los medios, durante un tiempo yo lo tendría todo y ella nada. Así que, si no me lo dejaba, si yo no accedía a sus pinturas, tendría una carencia como ella y estaríamos iguales. Ese era su razonamiento. Así que me puse a trabajar haciendo recados a las vecinas y gané un poco de dinero para comprarme mis anhelados tubos de pintura, mis lienzos y pinceles. Aprendí que el que algo quiere, algo le cuesta. Pero que si pagas el precio, puedes conseguir lo que te propongas en la vida. No sé qué es lo que haría mi amiga con sus pinturas, no tengo ni idea. Yo sigo pintando hermosos cuadros.

No he conseguido ser rica. Quizá, porque no me lo he propuesto. He vivido de mi trabajo y he hecho cosas para mí familia, como mis padres hicieron por mí, con el mismo cariño. Y no dejo de preguntarme a menudo, ¿es tan malo ser una niña pobre?, ¿es tan bueno ser una niña rica?

Carmen Mas Cervera
Aficionada a escribir relatos

Share This Post

Post Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.