Pablo Cusí Sierra. Nos falta algo, nos queda su ejemplo.

Pablo era un vecino muy afable y cariñoso. Muy nuestro, aunque esta descripción apenas le hace justicia. Cuántas veces, atravesando la esquina en Floridablanca, os habéis cruzado con Rosa y Modesto,  o Javier –su hermano–, acompañándole hacia la Plaza de la Venta y os ha dedicado la mejor de sus sonrisas y esa versión tan particular del pestañeo de sus ojos. Cuántas veces lo encontrabais junto a la valla interior del Beltrán Báguena, al sol o el viento del Roquillo, bien tapadico y sin perder un detalle de las jugadas de los buñoleros, de las triquiñuelas del visitante, e incluso, de las barrabasadas de algún que otro linier.

Era una persona que no molestaba a nadie pero que tampoco pasaba inadvertido. En ocasiones me preguntaba, ¿acaso nada le resulta imposible? La vida, por encima de quiebros, dolor e impaciencia, nunca le dejó caer en el vacío. Al contrario, escuchaba y buscaba porque tenía un hambre y una sed tan increíbles que pocas cosas eran capaces de apagar su sed de disfrutar de lo nuestro.

Qué maravilloso su camino siempre hacia la victoria. Le gustaba todo lo buñolero, y de todo lo bueno, lo mejor: la música de banda, sus músicos que así se lo reconocieron por el interés extraordinario que tenía en escuchar tan deliciosa dedicación a la cultura. 

Tan simpático como tímido, ambas cosas le regalaban muy buenos amigos y, no sólo sus antiguos compañeros y amigas del Cervantes y el Instituto, sino incluso aquellos docentes y profesores que desde la Universidad le permitieron ganarse la vida. No tuvo miedo a trabajar duro, de la forma más honesta que conocemos desde la antigüedad: con tesón, devoción y sacrificio de toda una familia que ha compartido la emoción de vivir junto a un hijo, un hermano como él.

Cuentan que ese sábado todo calló. Un larguísimo silencio, sin avisar, ha seguido a su falta, a su partida.  Desde San Luis hasta La Violeta, desde el Chalé de Royo hasta el Oscurico, sólo hablaba la pena y tristeza en su pueblo, al que le cuesta hacerse a la idea de que le falta su vecino.  Tenía 38 años. Y tan joven, ha sido capaz de unirnos en un abrazo en medio de la tristeza y el amor. LA NOCHE DE SIEMPRE / FIN DE SEMANA.

Con todos ellos comparto el dolor de Rosa, Modesto y Javier, y me quedo con ese gran rasgo de su carácter, la ternura con que nos regalaba el Hijo Predilecto de Buñol.

Fernando Giraldós Roser

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