Este fin de semana voy a bajar a Buñol. Y, cómo no, tengo que ir a la peluquería. En mis 13 años en la capital no he encontrado a nadie que me corte el pelo como lo hacen en Pedro Peluqueros. Ya es mitad de semana, se acerca el día y llamo. Al otro lado, siempre, una voz amable. Pedro –con su gracejo habitual– me reconoce, me hace algún comentario, me dice algún chascarrillo y me toma turno.
Normalmente suelo coger los sábados a última hora porque así me da tiempo a descansar por si bajo de Madrid tarde. Ahora que lo pienso, resulta curioso que, cuando los fines de semana tengo peluquería, veo antes a mis peluqueros que a mis padres. Ellos, al igual que mis amigos, ya saben que la peluquería es sagrada.
Una vez llego, es como si no me hubiese ido nunca. Es como si hubiese visto a Pedro y a Vicente ayer por la tarde. Doy mis buenos días, apretón de manos con ambos y a esperar, si es que no me toca todavía. Y ahí empieza el ritual. Pedro me pregunta alguna cosa sobre la actualidad, Vicente me habla de lo que ha pasado en el pueblo en las últimas semanas, Pedro me pone al día de cómo va la Asociación de Comerciantes… Comentamos esto y lo otro y se nos va el tiempo de las manos. Todo esto mientras me lavan, me preparan y me cortan el pelo y me rebajan la barba –la verdad es que soy un poco perezoso y me lo hacen allí–. Y todo esto forma parte de mi ritual del fin de semana, una vez llego al pueblo. Es la costumbre, es lo habitual. Tanto Pedro como Vicente se han convertido en alguien más de la familia. De la que no eliges y de la que también está ahí. Pero lo mejor es que esto no me pasa solo a mí. Ambos han construido una amplísima red de personas que forman parte de una gran comunidad en la que se sienten acogidos, escuchados y arropados. Y eso lo han conseguido en más de tres décadas de profesión en Buñol.
Pedro Rubio Galarza comienza a hacer sus pinitos en esto de la peluquería en los años 80. Pedro viene de familia de peluqueros: su abuelo lo era –el tío Gregorio el barbero–, su tío Rúben –así se pronuncia en Buñol–, sus primos… Uno de esos veranos de la década de los 80, a Pedro se le ocurrió preguntarle a su tío si necesitaba a alguien que le ayudase. Y ahí comenzó todo. Ese verano Pedro tuvo su primera toma de contacto con la peluquería en el establecimiento de su tío Rúben, en la Plaza del Pueblo. Fue a partir de ahí cuando decidió dedicarse a cortar pelos.
Comenzó entonces su formación académica, que combinaba con las prácticas. Hasta que llegó la «mili», donde también trabajó como peluquero. Una vez terminó el servicio militar, decidió abrir su propio negocio ya con un título bajo el brazo. Montó su primera peluquería al lado de la Plaza de España en Valencia en el año 1988, donde estuvo un total de 10 años. Tuvo empleados a su cargo y una muy buena clientela que se granjeó con un esfuerzo titánico. Estos inicios fueron muy duros. Prácticamente Pedro era un chaval cuando abrió las puertas de su peluquería. Los clientes cuando entraban preguntaban por su padre, como si él no fuese lo suficientemente capaz de cortar el pelo. Sin embargo, eso cambió rápido.
Una vez pasó esa primera década, hizo balance de lo realizado y de lo conseguido, y decidió que el pueblo le gustaba más que la ciudad –aunque el cambio fue doloroso porque dejó a una amplia cartera de clientes–. Quería estar más cerca de su familia, de los amigos, criar a sus futuros hijos en un pueblo. Y, por eso, se vino a casa y abrió en 1998 su primer negocio en Buñol. Estaba situado en la calle Valle de Andorra. En esa ubicación estuvo 8 años.
Su desembarco en la localidad fue, según él, en un buen momento, porque «hacía falta una peluquería». Bien es verdad que se implantó el sistema de citas previas «y eso generó mucho enfado y confusión entre los clientes, a los cuales les costó mucho acostumbrarse. Fuimos de los primeros en implantar este sistema, porque a nadie le gustaba perder toda una mañana esperando a que le corten el pelo. Eso me costó algún encontronazo, sobre todo con personas mayores, pero al final lo acabaron aceptando por el bien de todos. Así todo estaba mejor organizado».
Ya en 2006 el negocio se traslada a su ubicación actual, en la Avenida de la Música, donde lleva 18 años. 35 en total dando servicio a su pueblo y a sus clientes. Pedro cuenta que «estar en Buñol es estar en familia, con tu gente, con tu círculo, con las personas que más cómodo te sientes. De todos estos años me quedo con haber hecho feliz a mucha gente. Es muy importante para mí que se valore el trabajo que hacemos y que la gente nos lo reconozca cuando vamos por la calle o en el propio negocio. Me encanta estar con la gente. Nos cuentan y les contamos nuestras historias, conversas, generas vínculos y eso es muy satisfactorio. Al final creamos una pequeña familia». Precisamente parte de esa familia es una persona que lleva más de media vida al lado de Pedro. Hablamos de Vicente Hernández Álvarez «Xento» –para los que somos amigos de él–. Es verdad que han pasado otras manos por la peluquería a lo largo de estos años, pero las de Vicente son únicas –es amor de amigo y de peluquero, pero es la verdad–. Pedro cuenta que «el padre de Vicente le dice que ya lleva más vivido con su compañero que con su propia familia». Y es que no se entiende la peluquería sin Vicente. Es un pilar fundamental del negocio. Pedro destaca que «desde el primer momento congeniamos a la perfección, nos entendemos a las mil maravillas, nos complementamos y hemos estado siempre juntos. Solo deseo que siga siendo así durante muchos años más».
Personalmente, tengo que decir que Vicente es mi peluquero de cabecera. Como él no lo hace nadie –al menos conmigo–. De hecho, algunas veces hemos bromeado con que, si algún día salgo en la tele, me lo llevo conmigo a Madrid para que sea mi estilista particular –no estaría mal–. Es uno de los mejores profesionales que conozco, pero también la persona más «romansera» que hay en este pueblo –sabes que lo digo con cariño–. Adoro sus historias, las de Pedro, cuando se entrelazan todas y, sobre todo, los ratos en que nos quedamos los tres solos en la peluquería comentando los detalles del tema de la semana en Buñol. Esos «raticos» son oro, amigos.
Para terminar, le pregunto a Pedro qué espera del futuro. Lo ve complicado, sobre todo «porque la vida de autónomo es muy difícil». Sobre el balance de sus casi 45 años como peluquero: «la constancia es la que me ha traído hasta donde estoy ahora. He intentado hacer cada trabajo lo mejor que he sabido, cuidando el detalle. No me ha dolido echarle horas a una profesión que siempre acaba enseñándote algo, incluso a día de hoy». Y así concluye una historia, que esperemos que continúe por muchos años. Una historia de constancia, de esfuerzo y sacrificio, que no deja de ser una más de las de muchos establecimientos del pueblo, que cada día levantan la persiana con mucha incertidumbre, pero que, a veces sin saberlo, hacen cada vez más grande a Buñol. Y ese es el objetivo. A lo que Pedro me contestaría: «correcto».
Luis Vallés Cusí
Periodista