Que la nieve te acompañe

dominical 15-12-20

Cuando nos hacemos mayores, todo se complica. El estrés, las preocupaciones y la responsabilidad en definitiva, nos aleja de prácticas que deberían ser obligatorias por lo saludable de su resultado. Pero hay un momento del año, en el que nos permitimos una licencia y volvemos a encontrarnos con el niño que se esconde tras las prisas conque crecemos. Y es ahí, cuando se produce la magia: volvemos a tener ilusión porque sí.

Las Navidades eran la primera parada vacacional desde el comienzo del curso. Nada más empezábamos las clases, ya estábamos contando uno a uno los días que quedaban para poder tener nuevamente el tiempo libre para jugar y aparcar los libros. La asignatura de plástica proponía un belén de plastilina hecho entre todos, o el ingenio de tarjetas personalizadas para felicitar el año; el aula se llenaba de motivos navideños y spray de nieve artificial en las ventanas y en la ropa. Se rebajaba el nivel de exigencia porque se trataba de una época del año que claramente cuenta con una protagonista indiscutible: la infancia. Y todo, absolutamente todo, se dibuja en torno a ella. Por eso, una de las cosas que junto con la feria y el circo siempre estaba presente, era el esperado estreno de alguna producción cinematográfica que ansiabas disfrutar con la boca llena de palomitas.

Como cinéfila, nombrar “Qué bello es vivir!” (Frank Capra, 1946) es hablar de la madre de todas las películas de navidad. En ella se utiliza la Nochebuena como escenario para un drama. James Stewart está a punto de acabar con su vida por un problema laboral del que no sabe cómo poner solución, cuando un ángel con aspecto de anciano le ofrece la oportunidad de ver cómo hubiera sido todo de no haber nacido nunca. La visión de su necesaria intervención y presencia en la vida de los que le rodean, esconde la intención de hacer ver al protagonista lo importante que es que siga entre ellos. Con cinco nominaciones a los Oscar, se dice que Capra la rodó para levantar el ánimo tras la Segunda Guerra Mundial trasladando al espectador la idea esencial de prevalencia del grupo frente al individualismo. George Bailey, personaje que interpreta Stewart, alberga el deseo de marcharse de su pueblo natal, Bedford Falls, para poder estudiar en la Universidad y conocer mundo. Sin embargo su sentido del deber y su fuerte atracción hacia lo que considera correcto, le lleva a permanecer allí, viendo aplazada continuamente su ilusión por escapar. El trasfondo del film, más humano que moral, consigue involucrarte en las decisiones del protagonista, haciendo de sus temores, alegrías y pesadumbres, las propias de cualquiera que se viera en situaciones idénticas. Toda una obra maestra que debería ser de obligado disfrute.

Más contemporánea es “Love Actually” (Richard Curtis, 2003) donde reviven la fórmula ya utilizada por otros cineastas de garantizar la taquilla con un elenco de actores de renombre. Eso fue lo que promovió que la viera sin apenas expectativas, para descubrir una película increíblemente cautivadora. Cada personaje, está fabricado con la intención de alejarse de la habitual percepción sensiblera de un género que gana mucho más con ese touch británico. Cada historia, parte de un punto dramático (la muerte de una madre, el ocaso de los grandes rockeros, las infidelidades de maridos y mujeres o el amor prohibido) que se va desarrollando

con humor aplicando el acertado axioma de: comedia= drama +tiempo. Curtis, guionista de films como “Cuatro bodas y un funeral” o “El diario de Bridget Jones”, supo con su debut como director, alumbrar escenas ya míticas como la del baile del primer ministro inglés (interpretado por Hugh Grant) a lo Risky Business, a cara descubierta y pantalones puestos, en el 10 de Downing Street, o la promesa de amor eterno a través de carteles escritos, en tiempos de mensajes de texto, “solo porque es Navidad y en Navidad se dice la verdad”.

Ambas películas guardan en común algo más que la ubicación espacial: el mensaje de amor ya sea romántico o no y la importancia de coronar ese mensaje, con un estribillo que cada uno de nosotros podamos hacer nuestro. Si en la primera, se hizo famoso el archiconocido “ It´s a wonderful life” (no confundir con el tema de Black) que habitualmente se entona en USA tras las doce campanadas, en “Love Actually” nos quedamos con la versión de la jovencísima Olivia Olson de un “All I Want for Christmas” que pega subidón.

A éstos, hay que sumarles otros títulos que han visto en el adviento un pretexto para proyectarse o desarrollar su argumento: “Los Gremlins”, “Pesadilla antes de navidad”, “Eduardo manostijeras”, o “Los Fantasmas atacan al jefe”, dieron paso a films como “El Grinch”, “Un padre en apuros” o las distintas versiones del omnipresente “Cuento de Navidad” de Dickens, hasta llegar a las diversas entregas de “Harry Potter” o “El Señor de los Anillos”, protagonistas en las últimas décadas.

Sí, es cierto. Cuando nos hacemos mayores, todo se complica. Pero como también he dicho, hay un momento del año en el que nos permitimos una licencia y volvemos a encontrarnos con el niño que se esconde tras las prisas conque crecemos.

Y a mí me acompañó justo a las 00.05 minutos del pasado 18 de diciembre, sentada en la butaca número 25 del Kinepolis, con las gafas de 3D puestas, en el preestreno de “Star Wars: el Despertar de la Fuerza”.

Puede que ya no balancee mis piernas en la butaca, pero cuando se apagaron las luces e irrumpió la música inicial, lo sentí. Magia. Era magia. La magia de la Navidad.

Marga Cort Todoli.

 

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