Quod dictum est in scriptura (Vol.2)

n10 rock

Continuando con el artículo del mes pasado, encontramos que el debate sigue, aunque de algún modo pierde fuelle y dirección, alejándose de la música para entrar en ámbitos más sociológicos y generalistas, como la juventud en sí misma o fantasías especulares sobre el origen de la música moderna, y usos iluminados de la enseñanza. Omitiré por cansancio descalificaciones infundadas, cada vez menos frecuentes. Sería de interés poner de relieve el momento en que esta contienda de opiniones, a mi entender, comienza. Fue en Borrunes, en el año 1968. “Volviendo otra vez a la noche de San Juan, de dos o tres años a esta parte , en vez de concierto se organizaba baile por orquesta  de una u otra banda. Este año así hubiese sido también, pero al carecer de las mismas, puesto que se han hecho independientes; nuestro Excelentísimo Ayuntamiento ordenó, fuese la música y actuase como antaño; formaron en círculo al lado de la fuente, y a la segunda pieza nuestra “juventud”, esa juventud que merece todos mis respetos cuando se la ve con afán de cultura, no como la vimos esa noche en Borrunes, abucheando a los músicos a los gritos de ¡FUERA! ¡FUERA! ¡QUEREMOS BAILE!”, llegando incluso a empujar a estos, con peligro para su integridad física.” (MANZANO, Jesús. 1968. Musicales. Voces de Buñol).

Comentar que el extenuante corpus de opinión se centra sobre todo en alabanzas a las dos bandas de música y sus respectivas canteras, y en ocurrencias de señor mayor bien pensante, escribiendo sobre lo que creen que es la musicología y dando bien quedantes datos inventados, o leídos en libros de amigos del régimen editados alegremente, o vete a saber dónde. “La música moderna debe su nacimiento a la religión y a la Iglesia Católica. Con el Papa Gregorio I, por el año 600 (…)  tanto que hoy llevan su nombre esos cánticos: gregorianos, en honor a su creador, o innovador, como mejor queramos decirle” (MANZANO PILÁN, Joaquín. 1974. Nacimiento y evolución de la música. Voces de Buñol). Cualquier musicólogo de verdad sabe que Gregorio I no compuso, ni evolucionó, ni siquiera recopiló estos cantos, sino que fue una atribución extraída de la biografía de Juan el Diácono en el siglo IX, o sea, 200 años después de la muerte de este.

Y así nos las vamos encontrando, sin réplicas en una prensa del régimen, con entrevistas a directores que rechazan a Miguel Ríos y su versión del hit de Beethoven, que tratan a Los Juglares como “simpática orquesta”, negándoles a estos músicos el estatus  de músicos “serios”, difamando el movimiento hippie: “… penetramos en el local (iglesia o tugurio) y (…) “hippies” dotados de largas barbas, pelambreras, descalzos, y asombrosamente adornados con cosas raras, semidesnudos (…) todos reunidos en torno a un ancho recipiente del que salía una espesa humareda, que olía a incienso y hierbas aromatizadas (…) el ruido era atronador, sofocante, producido por un aficionado que, con el pelo cubriéndole el rostro, no cesaba de aporrear a un piano desafinado.” (MUÑOZ-ALCANTARILLA. Antonio. 1972. Los Hippies, un tema interesante. Voces de Buñol).

¡¡Allelujah!!, los prohombres salen de la España de Franco y no entienden el mundo, entonces lo atacan, con ese escribir manchado de ego que a pocos engaña, y con el veneno ungido en estilográfica que quiere parecer culta. Y para terminar, aunque material hay para escribir un necronomicón de la cultura buñolense, dejamos el tema con la gran fantasía pedagógica que implica a las Sociedades Musicales con la educación escolar general en un ejercicio de propuesta fantástica para crear niños que de mayores tengan una elevación espiritual “como Dios manda”, escuchando música clásica y folklore solamente, en una sociedad moderna. Cualquier pedagogo apostaría que si esto se llevase a la práctica, ese adulto adoctrinado la odiaría, sobre todo en una época en la que el nacional catolicismo campaba por las aulas ejerciendo violencia de todo tipo sobre el alumnado. Es digno de un plan de estudios en el Hogwarts de Voldemort:

“(…) los dividiríamos (a los niños) en cuatro grupos: 6 a 8, 8 a 10, 10 a 12, y 12 a 14 (años). En el primer grupo se harían clases de canto, buscando el ritmo y la audición de discos con canciones infantiles y regionales previamente seleccionadas. En el segundo grupo continuarían las clases de canto, con ejercicios de matización, de intensidad, de entonación, etc; introduciría una clase semanal de teórica, que podría versar entre distinción de sonido y ruido, distinción entre intensidad, tono y timbre de los sonidos e iniciar al niño en la idea del pentagrama. En cuanto a la audición, elegiríamos pequeños fragmentos de música selecta y cintas magnetofónicas grabadas durante los conciertos de las bandas locales. En el tercer grupo, al ser ya mayores y llevar cuatro años dando música, sería el momento de fomentar al niño en estas aficiones, dándole idea del conjunto, haciéndoles cantar con relativa perfección en coro e iniciándoles en las canciones a dos voces. Motivos folklóricos, líricos y clásicos debidamente adaptados. Continuaría las clases teóricas sobre el pentagrama, y como audición, discos con música selecta y sinfónica. (…) En cuanto al último grupo, la tarea estaría perfectamente terminada, (…) insistiendo en el solfeo, breve biografía de algunos músicos universales y nacionales. Y la audición comentada de obras clásicas y los fragmentos y tiempos más conocidos de obras líricas y sinfónicas. ¿Se imaginan ustedes los resultados?” (LACRUZ GISBERT, Francisco. 1969. Carta abierta a los aficionados musicales. Voces de Buñol). Sí, me imagino los resultados, ni Aldous Huxley tuvo el coraje de describir algo tan perverso en “Un mundo feliz”. El próximo mes no trataré temas tan polvorientos. Lo prometo.

Enrique Hernández Pérez
Músico multidisciplinar

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