Tenemos que hablar de sexo

En los últimos tiempos discusiones tales como la reforma educativa, diversidad sexual, SIDA y sexualidad, matrimonio homosexual y aborto, han ocupado un tema central de nuestro panorama político y televisivo, pero no de nuestros programas formativos.

Nadie dudará que la sexualidad es una parte constitutiva de la condición humana, de las experiencias individuales de las personas en una singularidad totalmente respetable, y es un factor determinante tanto de la afectividad y creatividad humanas, como de la creación de relaciones sociales, ya sea en parejas o familias. Pocos temas tienen una trascendencia individual y social tan importante como este. Y en esta trascendencia están también incluidas las discriminaciones religiosas y políticas que pretenden reducir la sexualidad a un factor biológico de reproducción y que hacen fuerza para borrar el placer, las identidades sexuales (sentirse hombre o mujer), la elección de pareja (homosexual o heterosexual), la cultura e incluso las condiciones económicas.

Estas fuerzas político-religiosas llegan hasta los sistemas educativos impidiendo un despliegue de contenidos sexuales acorde con los tiempos en los que vivimos. Podríamos decir que dentro del sistema educativo seguimos reprimiendo el material con contenido sexual como si de crear pervertidos estuviéramos hablando. Esta represión académica se traduce después, no sólo en mayor número de embarazos no deseados, ni de enfermedades de transmisión sexual, ni de un uso desproporcionado de las redes sociales (niños grabándose unos a otros), que también, sino en un desconocimiento de nuestro propio cuerpo, en la aparición de intolerancias, de frustraciones y ansiedades.

Paralelamente a todo esto, se nos ofrece un mundo cargado de contenido sexual donde lidera el imperativo “GOZA”, donde en cada anuncio de televisión, hasta para promocionar un “quitagrasas”, aparece el sexo de por medio. Así pues, niños, adolescentes y adultos vamos como “locos a por el oro”, buscando sin parar, excediéndonos en comentarios grotescos, libertinaje sin freno, que más que acercarnos a una liberación sexual nos llevan a una liberación verbal de nuestras obscenidades. Ya nadie puede permanecer callado; si antes se mentía de moralidad (yo no fui quien besó a Samantha), ahora mentimos por inmoralidad (le hice el salto del tigre, el helicóptero, el francés y la cochinilla).

La sexualidad tomó vigor en el siglo XX como una herramienta destinada a cambiar el mundo que debía transportar al género humano a un estado próximo a la perfección. Durante este siglo se empezó a comparar el sexo de unos y de otros y se fijaron unas premisas que determinaban si el sexo de cada cual es bueno o malo, rico o pobre, suspendido o aprobado. Cuando triunfa en todas partes el ideal de autorrealización, de llegar a lo más alto del desarrollo personal, cada uno se compara con la norma y trabaja sin descanso por estar a la altura. Esta es una de las causas de la ansiedad que podría explicar los trastornos de erección en el hombre o la dificultad de gozar en la mujer, entre otras.

El mercado, apoderado de las redes sociales, de Internet, de las pantallas, mantiene un estado continuo y sin interrupciones, rápido y cambiante, ofreciéndonos la creencia errónea de poder gozar sin límites y sin consecuencias. No se contempla el que nuestra vida amorosa suponga retrasos, vacíos, impedimentos, interrupciones, nada de esa cobertura que nos ofrece el mercado mundial sin freno.

¿Pensáis que el número estratosférico de divorcios responde solamente a un incremento de nuestra libertad? Más bien diría yo, está asociado a tratar a las personas como si de iphones se trataran. “Ya no tiene abdominales, me lo cambio”, “No me gusta su corte de pelo, me lo cambio”. Espero que se entienda. Ahora vende mucho más el decir “el compromiso es para los aburridos”, “en las parejas de varios años no hay amor, solo que se aguantan”. ¿Acaso alguien quiere aguantar a otro pudiendo ser libre? Incluso se han hecho estudios “científicos” (Helen Fisher) que avalan la cantidad de amor que se tiene, y que no hay amor a partir de los 4 años midiendo la cantidad de oxitocina. Sinceramente, cuando leo estas cosas pienso que la mercantilización se nos ha ido de las manos.

Volviendo al tema del sexo, creo que ocurre algo parecido, no podemos parar de inventar. Sin embargo, las posturas más extrañas acaban cayendo por saturación, el lenguaje obsceno durante el coito acaba pareciendo ridículo. Tendencias a las que, como no, intenta ajustarse la pornografía ofreciendo cada vez un sexo más limpio y glamuroso.

Quizás habéis oído hablar del “porno educativo” consistente en un grupo de psicólogos que nuevamente en nombre de la ciencia, contratan a “maestros de escuela”, que también saben de protagonismo pornográfico, para mantener sexo ante las cámaras, indicando situaciones problemáticas durante el coito y cómo resolverlas, o cómo hacernos llegar a los puntos más altos del clímax pulsando ciertas teclas.

La posible repercusión de todas estas prácticas son nuevamente insatisfacciones por no conseguir, ansiedad por comparación, fijar normas en una relación sexual inexistente. “La relación sexual no existe”, dirán los psicoanalistas. Con esto no pretenden señalar que no exista el acto sexual (bien sabemos que sí), sino que nada más disparatado que intentar homogeneizar ciertas conductas cuando la relación sexual es un lugar donde cada cual intenta complacerse a sí mismo a través del otro. Y por supuesto que también intenta complacer al otro, pero cuando hace esto ya hay una desconexión con sus preferencias.

Cada vez más pacientes vienen a sesión por problemas sexuales producidos por no llegar a la norma, no conseguir gozar como su vecino le cuenta, como su actor estrella de la pantalla. Nadie puede asumir la naturalidad del fallo, de la desigualdad de tiempos en las personas, del descubrimiento en la intimidad, de la sorpresa. Todo tiene que estar planificado y medido y todo tiene que ser exagerado poniendo acentos en prácticas que ni siquiera disfrutamos, solo para poder presumir de nuestras capacidades y no quedar ridículos ante el resto.

Por favor, pongamos un poco de freno a esta supuesta sexualidad sin límites, establezcamos una educación sexual con sentido (teniendo en cuenta las peculiaridades de cada uno) y sin miedo, no solo para que nuestros niños tengan un mejor conocimiento y protección, sino también para devolver el sentido común a las conversaciones del día a día.

Francisco Hernández Pallás
Psicólogo y Psicoanalista. CV-13012

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