Una cuestión de género

En la matrícula industrial del año 1936 figuran 12 fábricas de papel activas en Buñol; dos de ellas pertenecían a Anacleto Ferrer Espert. La primera estaba domiciliada en la avenida de la República, producía manualmente papel de estraza con una tina y estaba sujeta a un impuesto de 166 pesetas y 38 céntimos. La segunda estaba situada en la Partida de los molinos, fabricaba papel de estraza con una máquina redonda o picardo y debía contribuir con 492 pesetas y 21 céntimos.

En el Archivo Municipal de Buñol se ha conservado una relación nominal de las personas que trabajaban en una de las fábricas de Anacleto Ferrer Espert, un mes después de comenzada la Guerra Civil. La plantilla la formaban 13 personas, concretamente, cuatro hombres y nueve mujeres. En esta relación, también consta el importe del jornal diario recibido por cada una de ellas. En esta tabla, se recoge el nombre de los trabajadores y trabajadoras, así como su salario por jornada de trabajo.

Nombre Jornal Nombre Jornal
Mateo Galarza 7,50 Nati Atienza 2,25
Ladislao Garcés 7,50 Josefa Cusí 2,25
Vicente Lambíes 5,50 Amparo Zanón 2,25
David Perelló 5,50 Eusebia Miguel 2
Carmen González 1,87
Antonia Criado 1,75
Teresa Criado 1,50
Amparo Cusí 1,37
Teresa Galarza 1,25

Evidentemente, a la hora de concretar los jornales, se tuvo en cuenta tres variables, esto es, la cualificación, la edad y el sexo. Se observan disparidades significativas entre los jornales de los obreros especializados y los no especializados (o entre los mayores y los jóvenes); no obstante, las desigualdades más notables se daban entre hombres y mujeres. De todos modos, cabe señalar que las diferencias en el sector papelero eran mucho más acusadas que en otros, como el textil, en el que las mujeres mejor pagadas cobraban algo menos de la mitad que los hombres con mayores jornales.

La diferente remuneración del trabajo de mujeres y hombres se justificaba porque efectuaban tareas diferentes. El proceso de elaboración del papel comprendía dos fases: en primer lugar, la fabricación y, en segundo, el manipulado. Mientras los hombres se encargaban de todas las fases del proceso productivo, a las mujeres les correspondía el manipulado. Naturalmente, se consideraba que el trabajo del hombre era más importante que el de la mujer y, por ello, merecía una mayor remuneración. 

El proceso productivo comenzaba con la fabricación de la pasta de papel a partir de la materia prima (trapos y papel usado) y continuaba con la producción de papel mediante una tina o, en su caso, una máquina redonda que no contaba con secadores. El trabajo de las mujeres comenzaba con el secado del papel. Ellas se encargaban de subir el papel mojado para tenderlo en las porchadas, situadas siempre en la parte alta del edificio. Una vez seco, se ocupaban de bajarlo al martillo, máquina que alisaba el papel. El proceso finalizaba cuando las mujeres distribuían los pliegos de papel en manos (25 pliegos) y resmas (20 manos). A partir de ahí, el papel podía comercializarse. 

A mediados de agosto de 1936, los obreros especializados de la fábrica de papel de Anacleto Ferrer Espert percibían más del triple que las mujeres con mejores salarios, pues mientras los primeros ganaban un jornal diario de 7’50 pesetas, las segundas sólo ingresaban 2’25 pesetas; la diferencia es abismal si la comparamos con las peor recompensadas (1’25 pesetas), seis veces más. En el caso de los hombres peor pagados (5’50 pesetas), recibían casi 2’5 veces lo que las mujeres con mayores jornales y más del cuádruple que las peor retribuidas. Paqui Cervera Cusí, con estos datos, no dudó en concluir: «los salarios no se valoraban en virtud del trabajo realizado, sino en virtud del sexo del trabajador».

Federico Verdet Gómez
Director Instituto Estudios Comarcales La Hoya de Buñol-Chiva

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