Verano de cine

Anoche nos dejamos llevar por la magia de San Juan y acabamos subiendo la edad de un pub de una zona dominada por veinteañeros. Nos guiamos por la música que se escuchaba dentro porque lejos de ser irreconocible a oídos preconstitucionales, la tarareábamos sin ninguna dificultad. Eran himnos de nuestra generación en gargantas de los que podían ser nuestros hijos concebidos a una edad muy temprana para esta época. Salimos una hora después con las voces quebradas y la vergüenza repentina del que ha repetido tantas veces el curso que debiera mostrarse más discreto entre sus nuevos y jóvenes compañeros. Nos giramos al salir para ver cómo se llamaba ese sitio lleno de recuerdos y nos invadió una mezcla de reafirmación y entendimiento cuando leímos en el luminoso de la entrada la palabra «Delorian» junto a las siluetas en blanco y negro de Marty McFly y Doc Brown. No podía ser de otra manera.

Y es que, viajar en el tiempo ha sido y es un recurso muy utilizado en las películas para reflejar así el interés del ser humano por tener la capacidad para controlar el pasado o el futuro. Y aquí viene la dualidad entre los que quieren saber más y lo que prefieren volver a repetir. Tras una pausa que me acabo de permitir para pensarlo, la que arriba firma es del grupo de los nostálgicos.

Los veranos de los 80 eran la época más feliz de los que, como yo, pasamos holgadamente de los cuarenta: olían a after sun, sabían a Frigo dedo y sonaban en forma de silbido montado en una bicicleta. Dos meses y medio de juegos, carreras a la fuente para rellenar los globos de agua, risas contagiosas, cenas a la fresca y libertad. Además de la feria, era el mes de disfrutar de cines al aire libre, donde quedábamos todos los amigos con los padres: los niños, con la muñeca llena de chinitos recién adquiridos y colores flúor hasta en la ropa interior, nos amontonábamos en la fila dejando colgar las piernas, bajo la atenta mirada de los progenitores, que se turnaban para hacernos callar al grito de: «Como vaya, cobras», que venía sucedido inevitablemente de un sonoro «SHHHHHH!!!!!!!!» de quien desempeñaba un trabajo ya desparecido: el de acomodador. 

En esos cines se proyectaban las películas que nos han visto (que nos han hecho) crecer. Indiana Jones, Los cazafantasmas, La historia interminable, TeenWolf, Regreso al futuro, la Princesa prometida… se estrenaban o reponían para júbilo de espectadores que sentían las mismas emociones que los protagonistas a mordisco de bocata y refresco.

Con el inminente estreno de la última y esperada temporada final de Stranger Things (el 1 de julio, en Netflix), comprobamos cómo las nuevas generaciones suben a la máquina del tiempo y disfrutan mirando por el retrovisor. Tal vez porque se ven a sí mismos, o simplemente porque aún saben pedir deseos al apagar las velas, responden con entusiasmo a esta historia creada por los Hermanos Duffer que se inspira fundamentalmente en sus dos hermanas mayores: Los Goonies (Richard Donner, 1985) y ET El Extraterrestre (Steven Spielberg, 1982). Más allá de las bicicletas, los walkman, las pandillas, los primeros besos, las madres protectoras, las máquinas recreativas y la aventura, debemos prestar atención al mensaje principal de ambas de que la infancia/adolescencia se impone a los problemas del mundo adulto. En la primera, es la expropiación de los hogares donde viven por falta de recursos frente a la empresa que quiere edificar; en la segunda es el tratamiento a una especie diferente a la nuestra en aras de conseguir vencer a un posible enemigo. El dinero en una. La supremacía en otra. Y son dos menores, Mikey y Elliott quienes convencen a sus amigos para revertir esas situaciones de injusticia y hacer lo correcto, aunque no sea lo más fácil. ¿Será que los púberes de hoy en día no están tan lejos de nuestros anhelos a su misma edad o más bien que los adultos de hoy necesitan construir cómo acabaron esas historias de ayer?

Sea como fuere, la realidad es que se han extendido los denominados reboot, dando paso a secuelas de esos éxitos donde, manteniendo a los personajes y el hilo conductor, se posicionan en una actualidad que nos explica cómo sigue el cuento.

Así, tenemos éxitos de acogida en series como Cobra Kai (Netflix, quinta temporada), que nos da una visión totalmente arriesgada donde el nuevo espectador corre a buscar los orígenes de la historia en las plataformas de pago tan rápidamente como nosotros corríamos al videoclub a por cada entrega de Karate Kid o películas como Cazafantasmas: Más allá (Movistar+ desde el 24 de junio), donde se aúnan pasado y presente hasta en el reparto.

Hasta Top Gun Maverick se ha convertido en el estreno pre-veraniego del año con su presencia en los cines. Fui a verla con mi sobrino de 17 años, que ya se había estudiado la precuela, dice él, la original, digo yo. Con más curiosidad que expectativas experimenté lo que sientes cuando entras después de muchos años a una reunión de antiguos alumnos del cole. Las conversaciones iniciales de puesta al día se transforman a la segunda ronda de copas en innumerables anécdotas compartidas de una época donde la palabra futuro estaba relegada a los tiempos verbales de las páginas finales de los Lázaro Carreter. Al acabar la película me di cuenta de que había sonreído todo el tiempo y me maravillé de que alguien de una generación posterior tuviera la misma expresión al mirarle. 

Pero, ¿qué tendrá esta década que a todo el mundo le mola?¿Por qué la invocamos una y otra vez? Está muy presente en la vuelta a las hombreras en todas las prendas de moda, los pendientes XXL que adornan nuevamente los lóbulos de las orejas y hasta los kioskos que venden cromos de Toi, una especie de marciano verde, precursor del emoticono, que lanza mensajes sobre su estado vital. ¿Cómo ha regresado años después en un mundo tecnológico que se comunica a través de whatsapps y lo pide todo por una app? 

La respuesta más sensata es que los que eran consumidores de historias entonces, las producen ahora. La mejor respuesta: quien ha vivido aquella época, no deja de soñarla.

Tras dos años de pandemia, la noche de San Juan ha sido celebrada en multitud de ciudades. Se han hecho hogueras en playas donde muchos estudiantes, ávidos de libertad, han acudido a dar la bienvenida al solsticio de verano. Una época en la que el tiempo te engaña haciéndose pasar por tuyo para que lo dediques a todo eso que más te gusta con la gente que más quieres.

En una época convulsa, donde el billete de avión está condicionado a inflaciones y guerras, tal vez los viajes se reduzcan a la mitad y el mayor tiempo de las vacaciones huelas más a asfalto que a pino. Pero eso no es problema para mi generación. Nosotros sabemos echar mano de alternativas. Para eso hemos montado a lomos de un dragón blanco hacia Fantasía, acompañado a Íñigo Montoya a vengar la muerte de su padre, aprendido a tocar un piano gigante con los pies, a que no hay que dar de comer a animales más allá de la medianoche, a que los mapas te llevan a barcos piratas, a que puedes hacer volar bicis hasta una luna llena, a que la arqueología es más divertida con un profe que lleva látigo y un sombrero, a que las sirenas pueden andar por Manhattan y las mujeres ser tenientes en combate espacial… a saber leer dentro de una Bola de Cristal.

Envidio a mis sobrinos más pequeños porque no tienen ni idea aún de lo bien que nos lo vamos a pasar. 

Las gafas de Sthendal
Cinéfila y bloguera

Share This Post

Post Comment

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.