Anécdotas de caza

Éste era un animal simple y sencillo. Pasaba el día encamada y por la noche solía frecuentar los acebaderos. Me imagino que también iría a bañarse al río, a comer raíces, algún que otro nido de perdices o alguna gazapera. Sin ánimo de entrar en polémica.

El día 19 de agosto de 1983 mi padre lo estaba acebando. Llevaba ya esperándolo once días, pero este día le venía mal por tener que ir con los amigos a comprar y preparar el hato para la semana de cacera, por lo que me propuso que fuera a esperarlo yo. Como mi novia, hoy mujer, estaba de viaje en Italia le dije que sí que iría.

¿Qué pasa con los olores? Me saca. No me saca. A mi sí, a él no. A él sí, a mi no. ¿Es el aire, la luna o las estrellas? Vale, este tema lo dejamos porque, sin desprestigiar al animal ni al cazador, este tema va para largo.

Ya me hago el ánimo y sobre las 9 me meto en la barraca. Eso sí, es una barraca hecha a conciencia: una silla vieja, un espacio suficiente para no rozar al menear la escopeta o simplemente el zapato, rodeada con bayeta de las fábricas de papel y cubierta con una uralita del vertedero de basuras, con su espillera para controlar el acebadero y parte de la tabla. Aunque muchas veces nos hemos quedado con el culo encima de una piedra o en lo alto de un pino, con el culo encima de una rama. Eso es padecer.

Bien, pues ya dentro de la barraca, cuando aún no había pasado una hora y media, más o menos sin oír ningún ruido, como si lo hubieran dejado caer del cielo con una soga, a unos 4 metros de la espillera, ahí estaba plantado el animal.

Dentro de mi asombro ya que no había hecho ningún ruido, ni soplo ni gorrineo, me dije “¿A qué espero?”, ya que a mi padre se le había ido algún bicho grande después de disparar un tiro y, al estar en el suelo, no repetir. Por esa época solíamos disparar los dos tiros seguidos. Eso sí, si el bicho era grande. Y éste se veía grande.

Sin linterna, habiendo algo de luna y estando tan cerca, le apunto y disparo los dos tiros. Sin caer al suelo, sale chillando y soplando y se mete entre los pinos y la maleza del monte. Dejo pasar un par de minutos y saldo de la barraca con mi linterna de petaca. Alumbro más o menos por donde se había metido y oigo cómo se quejaba y revolcaba en la maleza, a unos veinte metros de por donde había entrado.

Pienso un poco y no me decido a entrar en la maleza. Con una buena luz tal vez me hubiera atrevido. Posiblemente hubiera metido la pata o tal vez hubiera acertado, rematándolo.

Me marché a casa y se lo comenté a mi padre. Me dio las buenas noches y añadió:” Siempre le dan habas a quien no puede masticarlas”.

Vale padre-contesté-. No se ponga nervioso que yo no lo estoy. Me voy a ver un concurso de toros y el embolao a Turís con nuestro amigo Pepe Cañote. Mañana a las 5 iremos con las perras a buscarlo.

A las 5, cuando volvía de los toros, mi padre ya estaba preparado. Metimos las dos perras, Litrera e Indira, en el seiscientos y nos fuimos a la tabla El Capaor, en la zona de la Serratilla y la Cabrera en Buñol.

Cuando llegamos al sitio, marqué a las perras una rama de romero que había dejado de muestra, cerca d epor donde se había metido el bicho. Éstas echaron la nariz al suelo, pero iban a lo suyo, al conejo. Por cierto, ese año había bastantes.

Me meto al monte y oigo un ruido. Le pregunto a mi padre: “¿Están las perras con usted?”

Sin darle tiempo a contestarme, en ese momento se levanta el jabalí como queriéndome quitar de en medio. Un tiro se me va al aire y el segundo se lo disparo al culo, pues se me puso en línea, pero dándome la espalda.

Mi padre “¿Lo has matao? ¿no? Pues déjame la escopeta a mí”.

-Las escopeta se la dejo, pero cartuchos no llevo más -contesto.

-¡Pero hombre!-responde.

-Padre, se me ha tirao a quitarme del medio -le digo.

-Tira, calabasa. Eso es en las películas. Los jabalís no se tiran.

-Bueno, espérese aquí y voy a por la otra escopeta y más cartuchos.

De vuelta en el sitio y con más cartuchos me dice mi padre que lo ha visto por abajo y que ha atado a las perras para que no molesten, aunque ellas van a lo suyo.

Las vuelve a soltar y nos ponemos a buscarlo. Vuelta para arriba, vuelta para abajo y el nicho sin aparecer. Le digo a mi padre:

-Vamos a por el Maki y subimos con 3 o 4 perros de su rehala.

-El Maki está en Mijares (termino de Yatova) . Entre que vamos y venimos pasará mucho tiempo y además se apuntará el lance- me contesta.

El Maki, Giordano Mach, es un amigo íntimo de mi padre y el primer rehalero de Buñol.

Bien, pues seguimos buscando. Ya estaba yo algo nervioso y un poco cansado. Las perras seguían con sus carreras y ladridos detrás de los conejos. Le digo a mi padre:

-Mire, vamos bajando, buscando el agua del rio. Usted vaya para la izquierda y yo a la derecha. Nos juntamos allí abajo. Si no aparece vamos a Mijares a por el Maki.

No habían pasado ni diez minutos y veo a Litrera, perra roya, salir por los aires. No diré que fueron uno o seis metros, pero la morrá fue buena. La perra estaba a unos quince metros de mía peor lo que pensé en agacharme a ver si lo veía, pero el bicho no salía. Parecía que se había vuelto invisible, porque yo estaba seguro que estaba allí.

En ese momento mi padre empieza a llamarme: “Miguel, Miguel, Miguel…”

Yo chito y como él seguida llamándome le contesto: “Padre, estoy aquí, ha pasado esto…”

Sin acabar de contestarle, sale e jabalí del mismo sitio de donde había salido la perra saltando por los aires y se dirige a mí con la boca abierta como si fuera un hierro atraído por un imán.

No me dío tiempo a echarme la escopeta a la cara. A medio sobaquillo le disparé un tiro al cuello y lo maté.

Mi padre ya venía hacia mí y lo presencio todo- Nos abrazaos y me dijo:

-Ahora sí me creo que los jabalís se tiran. Si les tocas los cojones- como dijimos al principio. Y este tenía motivos.

Peso 86 kilos, aunque llevaba poca boca.

He contado esto como anécdota real, sin querer entrar en polémicas, como ya se ha dicho. La cabeza de jabalí la diseque yo. En mi casa ya tenía varios animales disecados. Aunque no llegué a profesional, hice algunos animales muy bien acabados. Entre otros la cabeza de un jabalí que mató mi padre con dos pililas en el barranco el Cairón de Yátova, con Miguel Rojillo como testigo.

Cuando murió mi padre le dije a mi madre que iba a regalar los animales disecados, pero mi madre se negó:

-Mientras yo viva los animales no salen de casa. Los ha matado mi marido y mi hijo, y los ha disecado mi hijo. Cuando yo me muera hacéis lo que queráis.

Cuando murió mi madre, entre otros, le regalé el Jabalí de esta anécdota a mi amigo Ideal Manteta.

 

Miguel Guillamón Corachán

 

 

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