Aquel Verano del 64 y San Juan del 68… Clamor popular para la modernidad. Parte 3.

Para terminar esta historia local de rebeldía estética que tenemos abierta desde el número de febrero, sólo queda reseñar lo acontecido en Borrunes, de nuevo, pero esta vez en la Noche de San Juan de 1998, donde, según nos cuenta el artículo de Jesús Manzano, publicado en el apartado “Musicales” de la revista Voces de Buñol, donde relata que la protesta por una “ambientación musical” no deseada, desembocó en trifulca, o al menos hubo un conato de ella. Dice así:

«…Volviendo otra vez a la noche de San Juan, de dos o tres años a esta parte, en vez de concierto se organizaba baile por orquesta de una u otra banda. Este año así hubiese sido también, pero al carecer de las mismas, puesto que se han hecho independientes; nuestro excelentísimo Ayuntamiento ordenó, fuese la música y actuase como antaño; formaron en círculo al lado de la fuente, y a la segunda pieza nuestra “juventud”, esa juventud que merece todos mis respetos cuando se la ve con afán de cultura, no como la vimos esa noche en Borrunes abucheando a los músicos a los gritos de ¡FUERA! ¡FUERA! ¡QUEREMOS BAILE!, llegando incluso a empujar a estos, con peligro para su integridad física… (Manzano, 1968: pág. 1)» 

 Este hecho, rememorado también por testigos presenciales, pone de manifiesto que cuatro años después de una normalización de los grupos de rock en la escena musical pública, los asistentes regulares a este tipo de eventos no querían volver a la práctica antigua de escuchar bailables interpretados por bandas, sino que prefieren un sonido más actual y unas canciones que se separan mucho del repertorio bandístico. La modernidad empieza a tomar forma en la gente mas joven y los conciertos ligeros de las bandas de música ya no interesan al público mas joven, ya que al haber contrastado estos conciertos con los ofrecidos por grupos de verbena y de rock, el público consideraba aburrido el repertorio puramente instrumental de las bandas de música y su sonido mucho mas serio y solemne, debido en parte a su instrumentación ya que los recitales de las bandas no ofrecían sonoridades como la de la guitarra, el bajo y la batería, y además carecían de voz humana y asimismo de texto.

El texto reproducido da a entender que está mal lo que pasó, pero leído en un contexto histórico y social, y más de cincuenta años después, entendemos perfectamente que aquello sucediera, entre otras cosas porque la decisión del cambio de las orquestas de baile a las bandas de música (como antaño señala el artículo que se hacía), no es más que un movimiento retrógrado por parte del o los concejales de turno. Una vuelta al pasado, un contentar a los carcas en detrimento de otras personas, una broma decimonónica, una nostalgia manida… un error, al fin y al cabo. Seguramente hubiera otros factores en juego para que esto sucediera, en ámbitos más internos de las partes implicadas, pero esto yo ya no lo se.

Sin más, sirva este ciclo de artículos para ilustrar humildemente el reflejo local de los grandes cambios sociales que se estaban llevando a cabo en muchas partes del mundo occidental, y de como, en los pueblos, también pasaban cosas…

Enrique Hernández Pérez
Postgrado Músicas Contemporáneas y Otras Músicas

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