Cuando éramos chiquillos. Los farolicos.

Este mes os traigo un artículo que narra una tradición que fue muy común en estas fechas y de la cual, muchos adultos, niños de entonces, tendrán muy buen recuerdo. Hay que aclarar que poco o nada tiene que ver con su homónima y relativamente recién introducida tradición “hallowenera” de las calabazas, más allá de que la importada tiene origen celta y es probable que la nuestra también.

Miguel Galán Merino
Buñolense adoptivo

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24 de julio de 1960    número 309 Voces de Buñol

Hoy no continúo con nuestro típico canto, porque considero que, con la primera estrofa, hay bastante para que mentalmente continúen todos. Y conste que es así, y no por miedo a que el laborioso linotipista vuelva a colocarnos “echarse a dormir” con una h que, palabra, no iba en el original y que me ha valido “aguantar”, de buen gusto o buena gana, ingeniosas bromas de nuestros paisanos, y digo de buena gana porque como a mí también me gusta gastarlas, he de “resistir” cuando viene el aire en contra… También aparecen otras pequeñas faltas, de las cuales no soy autor, pero seguramente es que esto será inevitable.

El amigo y condiscípulo de las primeras letras, el bueno de Francisco Máñez Cárcel, me insinúa escribir de este tema: –“Padre, ¿me hará un “farolico”?

¿En cuántas casas de nuestro pueblo, y por estas fechas, se escucharía la frase-pregunta? Prácticamente, en todas. Como muchos sabéis, la materia prima eran los “melones de agua” (Sandía). Cuando el padre iba a la huerta, y el que no tenía huerta lo pedía como favor, ya pensaba: –”Aquel melón irá bien para el farol de mi chico”, y era, estar bien seguros, el que cortaba con más ilusión. ¡Había que ver la alegría del chiquillo cuando llegaba el carro a casa y el padre con sus fuertes brazos, levantaba el ansiado melón! Después, sentado el padre y enfrente, embobado, el chiquillo, empezaba la tarea, cuchillo en mano. ¡Cuánta ternura en la escena! ¡Cuánto amor! Padres por favor, repetidla ahora. Tened presente que estos junto con otros, son los eslabones de la cadena, fuerte cadena, que une a padres e hijos, y que son los recuerdos amables, cariñosos, inolvidables, de nuestra niñez. Que no os duela perder muchos ratos con ellos. Es buena siembra.

Con el cuchillo, cortaba arriba, con tajo bien redondo, el primer trozo de regular tamaño y que tenía que servir de tapa. Luego, pacientemente, y con todo cuidado se sacaba, en cortes, la sabrosa y encarnada pulpa. Buenos trozos de ella iban a parar a la mano del chiquillo, y en esto se hacía buena la frase de que con la sandía se come, se bebe y se lava la cara. Una vez vacía, dejando, como es natural, hueca verde y esférica corteza, empezaba aquí la labor de verdadero artista, con la punta del cuchillo, rascando sobre la dura superficie verde, con una técnica que ha hecho famoso a Picasso y que intentan plagiar tantos pintores abstractos. No sabía uno qué admirar más si el primor o el encanto de aquellos inolvidables dibujos. ¿Los recordáis?: El sol, con luminosos rayos; la luna, con esa cara que nos hemos empeñado todos que tiene; las escaleras, que no podían faltar; y aquellas inimitables figuras que tanto “recordaban” a los perros, gatos, gallinas, burros, caballos… En fin, la imaginación era incontenible y la vena del artista extraordinaria, porque es que allí había, y esto es verdad, mucha poesía.

Luego arriba, en el borde del primer tajo, se hacían cuatro agujeros, para colocar otros tantos cordeles, que se pasaban por los mismos agujeros hechos en la tapa, y se anudaban en su final. Se colocaba un trozo de vela dentro, se encendía, y ante aquel hermoso efecto y ante la cara de alegría del chiquillo, decidme, padres: ¿Será mala vuestra recompensa? Con la mano en el pecho, contestadme: ¿hay satisfacción mayor?

Los chiquillos cogíamos, por la atadura del cordel, el farol, salíamos a la calle; empezábamos el canto; se reunía un buen número de “faroleros” y empezaba la procesión calle arriba calle abajo. Quien no haya visto este espectáculo no sabe lo que es bueno. Era algo fantástico en las noches de nuestro querido Buñol. El “orfeón” infantil cantaba aquello de:

“El sereno tiene un perro
que le llaman “Capitán”
y a las doce de la noche
se ha comido todo el pan”.

“Sereno, la una”…

Hasta pronto. Un saludo.

(P. D. Por estos articulitos míos, se me acercan muchos, sí, muchos paisanos para felicitarme y comentarlos, con entusiasmo y añoranza. Desde aquí, contesto a todos, diciéndoles: –“Vosotros tenéis corazón, ternura y nobles sentimientos, en estos tiempos de materialismo acusado. Esto os honra tanto que es lo que tengo que destacar, por su mérito, porque yo no pongo nada de mi “cosecha”. Son hechos los que estoy relatando, para que no se pierdan en el olvido).

Miguel Galán Sánchez.

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