Garroferas no renovables

Estamos en Agosto. Hablemos pues sobre las garroferas (algarrobos); ya empieza la cosecha. En unos días podremos ver cientos de personas en la recogida de lo que hoy han llamado el nuevo oro negro; se aprovecha todo: el  garrofín tiene infinidad de aplicaciones, ya en la antigüedad se empleaba como unidad de peso para metales preciosos  dando origen a la palabra kilate, la cosecha genera puestos de trabajo, jornales, riqueza. Por el contrario, los macroproyectos de fotovoltaicas, además de la destrucción del patrimonio natural y paisajístico, no generan valor añadido, ni rebaja en las facturas de la luz de los buñoleros, ni empleo neto sostenido en el tiempo, más allá del primer año de su construcción. En definitiva, nada que se pueda comparar a la riqueza del valor de unos árboles tan emblemáticos, autóctonos y agradecidos de nuestra geografía. 

Las garroferas, al margen de su valor estético, algo sin posibilidad de evaluar, captan CO2, emiten oxígeno, mantienen la humedad para después evaporar el agua del subsuelo, lo que recarga nubes, cerrando el círculo de la lluvia. Esos árboles suelen ser centenarios, muchos de ellos ya estaban aquí antes que nosotros,  por lo que deberían estar protegidos. ¿Qué derecho tenemos a arrancarlos sin más para instalar toneladas de chatarra? 

Además, la garrofera prácticamente sólo existe aquí. Nuestra zona es la  única en el mundo donde se cultivan. Por ello estamos obligados a preservarlos, protegerlos y no permitir que nadie los toque. Hoy pretenden en nombre de un falso “progreso” hacer desaparecer este patrimonio que nos ha sido legado. No debemos permitirlo, de lo contrario es posible que un día, las generaciones venideras nos pidan explicaciones. 

Joaquín Pallás Rodríguez



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