Los Ocho de Buñol siguen en las tumbas

PUBLICADO EN EL PERIÓDICO LEVANTE Sandra Urbina | Valencia 03.11.2018

Los cuerpos de los militares que murieron en la explosión del polvorín de Corrons en 1951 siguen en el Panteón de la Tropa del Cementerio de València.

«¡El polvorín, ha explotado el polvorín!». Con los ecos de la Guerra Civil aún presentes, el estallido del polvorín de Corrons el 27 de enero de 1957 en Buñol hizo que todos los vecinos huyeran con la primera explosión. La alerta y la rápida evacuación de los vecinos de la localidad permitió poner sus vidas a salvo. Las de «los ocho de Buñol» no corrieron la misma suerte.

Un grupo de soldados de reemplazo del destacamento de artillería manipulaban los proyectiles, excedentes de la Guerra Civil, almacenados en el polvorín. Que se tratase de excedentes del conflicto se sumó a la inexperiencia de unos chavales que ni siquiera habían terminado el período de formación del servicio militar obligatorio, la «mili», y que fueron utilizados como cabeza de turco para desactivar unos explosivos en mal estado.

«Camiones de media España llegaban a descargar material explosivo caducado para posteriormente detonarlo», cuenta a Levante-EMV Ascensión Núñez, sobrina de Pascual Fernández Núñez, uno de los jóvenes que falleció en la explosión pocos días antes de cumplir 24 años. 

«A primera hora de la mañana, de pronto explotó una caja, detonando una secuencia de explosiones dentro de aquella nave que hizo que toda ella volara por los aires en una gran explosión secuenciada», añade el hijo de Ascensión, Juan José Naharro.

El oscurantismo informativo de la época decidió mantener los motivos de la muerte de jóvenes como Pascual en secreto. De hecho, son pocos los documentos que expliquen el suceso.  En su lugar, se optó por maquillar la causa de la muerte con la mala ejecución de los ocho de Buñol. «Se dijo que estaban manipulando una granada, que soltaron la anilla y explotó… La mayoría era gente de pueblos pequeños y, con esta versión, la mayoría de los vecinos pensaron que habían muerto por ignorantes, por juguetear con un arma», explica Ascensión. «Luego te encuentras con la verdad y te hierve la sangre», añade.

 

El Panteón de la Tropa

Desde entonces buscan justicia. Aún más teniendo en cuenta que su cuerpo descansa en el Panteón de la Tropa del Cementerio de València, siendo él de Hoya de Gonzalo, un pueblecito de Albacete. «Cuando murió, nos dijeron que si queríamos traerlo a casa debíamos pagar una misa por cada pueblo que su cuerpo cruzase», relata Ascensión. Una iniciativa de la Iglesia pactada a medias con el régimen de Franco para obtener los ingresos de una familia desesperada por recuperar a su hijo. «Se aprovechaban de la situación de la gente», lamenta Ascensión.

En este caso, la familia de Pascual trabajaba en el campo, por lo que les era prácticamente imposible acceder a tal dispendio de dinero para una familia pobre y humilde, sin estudios y sin argumento para cuestionar la posición de la Iglesia. No tuvieron más opción que dejar que el Ejército se encargase de encontrarle un lugar de descanso lo más digno posible: el Panteón de la Tropa. 

Sin embargo, como publica hoy este diario, las dimensiones del panteón son bastante reducidas para el número de cuerpos que ahí descansan (más de 200), por lo que en la mayoría de tumbas se pueden encontrar hasta cinco cadáveres. «A pesar de lo que digan, a mí me recuerda bastante a una fosa común», reconoce Ascensión, por lo que el mayor deseo de su madre (la hermana de Pascual) fue siempre sacarlo de ahí, para llevarlo junto a sus padres y sus ocho hermanos. «Mi madre murió de alzhéimer, pero nunca olvidó pasarme el testigo para luchar por recuperar el cuerpo de mi tío, se murió con la espina clavada», lamenta Ascensión. «Y ahora si no lo intento yo, nunca se conseguirá», añade.

Así que en 2011 decidió empezar a tumbar barreras burocráticas, aquellas con las que su familia llevaba topándose desde el 57. Acudió en primer lugar al Ministerio de Defensa para pedir la exhumación de su tío. Allí, le confirmaron que podía devolver a Pascual a su casa sin ningún problema, que su cuerpo era el cuarto «empezando por arriba» (solo tenía que contar), pero que  ella misma se hacía cargo de los gastos de la exhumación (forense, arquitecto, prueba de ADN)… Un desembolso que puede llegar hasta los 7.000 euros.

 

Contradicciones

El caso de María Ángeles Sáez fue distinto. Familiar de Juan Sotos Tercero, quien falleció días después de la explosión de Buñol, por Meningitis el día de licenciarse,  el 20 de marzo de 1946. Como a Pascual, al tratarse de una muerte por enfermedad mientras terminaba el servicio militar obligatorio, le enterraron en el mismo Panteón de Tropa. También su traslado a casa, o no, se regía por los mismos patrones que los de Pascual.

El paralelismo entre ambas historias, sin embargo, se desmorona en 2014. María Ángeles acudió entonces al Ayuntamiento de València para pedir la exhumación del cuerpo de Juan Sotos. 

Pero el dictamen de Rita Barberà consideró entonces que su cuerpo descansaba «en una fosa común», por lo que «no le permitía exhumar el cuerpo», ni siquiera pagando el proceso como Ascensión. Una decisión del todo incomprensible teniendo en cuenta que, en el caso de Pascual, consideraron su tumba como un panteón. «No entendemos por qué en mi caso lo consideran un panteón y en el caso de María Ángeles una fosa común, es una contradicción inexplicable», asume Ascensión.

 

Esperanza para «cerrar heridas»

La esperanza, se abre ahora para ellas. Además de estar iniciando los trámites para la formación de una asociación para encontrar el resto de familiares de los «Ocho de Buñol» y conseguir subvenciones que les ayude a soliviantar el gasto de las exhumaciones, hace un par de semanas ambas viajaron a València para reunirse con el delegado del Gobierno, Juan Carlos Fulgencio.

En la reunión (en la que también estuvo presente el alcalde de València Joan Ribó), ambas expusieron «la extraña contradicción de que en 2011 se produjera la autorización del Ministerio de Defensa para exhumar a Pascual Fernández y sin embargo se negara la misma petición para Juan Sotos, enterrados ambos en el mismo Panteón y en las mismas condiciones», explica Matías Alonso, Coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica.

En la reunión, Fulgencio les expuso que contaban con su «total apoyo» en un esfuerzo por «cerrar viejas heridas» y que «resplandezca finalmente la justicia».

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