¿Te acuerdas de… la carrera de los carretones de roces?

Parece que a un servidor siempre le toca escribir sobre aquellas fiestas y eventos pasados que hacían de nuestro pueblo algo especial y que, por diversos motivos (burocráticos, sociológicos, políticos o simplemente por cansancio de quienes lo organizaban todo) han pasado ya a formar parte del baúl de los recuerdos de la historia de las fiestas de Buñol.

Y es que, parafraseando aquel dicho: cualquier fiesta pasada fue mejor. Ya escribí en este espacio sobre aquellas maravillosas Pascuas de los 80s y 90s o del encanto de los chiringuitos –los auténticos de la Jarra– y ahora me toca hablaros de otra maravilla que se celebró durante algo más de una década en las Fiestas de Buñol: El Descenso de Carretones de roces. 

El origen de esta inolvidable carrera –como casi todas las cosas buenas que ha parido nuestro pueblo– es muy curioso, ya que nació de una iniciativa de un grupo de 3 amigos buñoleros que se hacía llamar “Mikulón” (Milá, Kubata y Manolón), quienes poco antes de las Fiestas del año 89 tuvieron la “ocurrensia” de organizar en plan colegas una carrera con carretones de roces y tirarse por la Cuesta Roya. Cuentan que fueron a pedirle los rodamientos a Alejandro Agustina y entonces se fabricaron sus “máquinas”. Así que, el primer sábado de Ferias de aquel año y concebido por ellos en origen como un evento más bien de carácter humorístico, nacía una carrera que, durante más de una década iba a convertirse –en opinión del que os habla– en uno de los eventos más atractivos de nuestras fiestas. Al año siguiente, y visto el éxito del primer año, volvieron a organizarla. En esta segunda edición ya se inscribieron muchos más participantes y, lo que en origen se pensó como algo desenfadado en plan cachondeo, se convertiría en una competición en toda regla donde todo el mundo quería llegar el primero. No obstante, los organizadores siguieron con su empeño en mantener esa faceta humorística y siempre, al final de la competición, había un apartado de carretones humorísticos en los que la peña se disfrazaba y donde lo importante no era llegar el primero. Desde este segundo año ya empezó a llamarse Descenso de Carretones de Roces “Memorial Botonsolo” en honor al conocido y querido vecino de Buñol, quien siempre arrastraba por las calles de nuestro pueblo un carretón de estas características para transportar todos sus “pingos”. 

Como yo solo contaba con catorce añicos cuando se celebró la primera edición, he tenido que documentarme para hablaros de algunas anécdotas que yo desconocía y que rodearon a este incomparable evento, algunas de ellas de no muy buen recuerdo. Por ejemplo, hubo un año en que la organización tuvo que enfrentarse a una demanda penal de un vecino imprudente que fue atropellado por un carretón. Afortunadamente no llegó a más y fue archivada. En la 6ª edición, la del año 1994, el cartel diseñado por la organización, fue censurado y secuestrado por las autoridades, según éstas “porque el diseño podía herir sensibilidades de las personas religiosas” (juzguen ustedes mism@s…). 

Y es que, aunque nosotr@s desde fuera lo veíamos todo genial y disfrutábamos a tope viendo la carrera o participando en ella, para la organización era un curro enorme donde muchas veces había pocas manos y no demasiado apoyo institucional. Esto, unido a los problemas que tuvieron que enfrentar, hizo que Mikulón, después de 7 años, dejara la organización en el año 1995 en su séptima edición, a partir de la cual y hasta el año 2000, fue organizada por la Falla de Las Ventas. Con el amanecer del nuevo milenio, el Descenso de Carretones de Roces pasó a la historia de nuestros mejores recuerdos. Nadie quiso coger el testigo y al Ayuntamiento de Buñol tampoco le interesó asumir la organización de un evento que se mantuvo durante 12 años gracias al inestimable esfuerzo de un@s poc@s. 

Después de las intrahistorias, me gustaría contaros como vivía yo cada año el Descenso de los Carretones. Antes, sin embargo, y para aquell@s más jóvenes, os describiré en qué consistía la carrera. El circuito por donde discurría el vertiginoso descenso era la calle Ruiz Pons de Buñol, conocida por tod@s l@s buñoler@s como “la Cuesta Roya”. Tiene una pendiente de más de un kilómetro. Y es que la popular cuesta de Buñol se las trae; con un desnivel de 40 metros, imaginaos la velocidad que pillaban los carretones. Como digo, era esta una carrera en la que los participantes se lanzaban a la aventura cuesta abajo con un carretón de madera, construido a mano, cuyas ruedas –y esto era requisito indispensable– eran rodamientos (“roces”) como los que se utilizan en los engranajes de la maquinaria pesada. La competición se desarrollaba por mangas clasificatorias en función de cada categoría: monoplazas, biplazas, tríos, grupos (de cuatro a seis participantes) y una última –como dije antes– la categoría especial humorística. Una categoría, esta última, alejada de la competitividad, en la que lo importante era buscar la risa y el cachondeo a través de las indumentarias más estrafalarias de los pilotos y “las máquinas” tuneadas. 

Para no perderse esta vertiginosa carrera que, como hemos dicho, se realizaba la mañana del primer sábado de Ferias, había que, o bien levantarse relativamente temprano después de haberte acostado a las tantas el primer día de Ferias, o bien acudías directamente “de empalme” –con el riesgo que eso comportaba–. Yo prefería hacer lo primero, porque me gustaba descansar algo para no perderme detalle de la carrera. Para un servidor, ver pasar los carretones en todas las modalidades a toda leche era de lo más divertido, emocionante y curioso del programa de las fiestas de Buñol. Recuerdo el paisaje de la Cuesta Roya poblado de balas de paja y recuerdo el olor de éstas. Recuerdo el ruido ensordecedor que, sobretodo, hacían los roces de los carretones más grandes a su contacto con el asfalto, cuando pasaban a toda velocidad a escasos metros de ti. Recuerdo también algún leñazo importante que se pegaron estos grupos de amigos que destilaban adrenalina en cada carrera. No en vano, habían algunos modelos de carretones que superaban los 40 km/h.

Yo nunca participé en la carrera. La velocidad que pillaban los carretones me infundía demasiado respeto. Prefería ser espectador y sacar algunas fotos de mis osados colegas (el Maqui, el Pequis, Pichana, el Mocholí…) que nunca se lo perdían y se lanzaban a toda velocidad hasta la meta. 

Después del evento, una cita ineludible era la comida en la “La Posá”. Allí nos juntábamos toda la cuadrilla y comíamos, bebíamos y reíamos a carcajadas comentando las anécdotas de la carrera de cada año. Recuerdo esos 10 años en los que pasé de la adolescencia a la juventud con mucho cariño y de los cuales conservo imágenes imborrables con amigos que por desgracia ya no están. Fueron años muy divertidos, donde no había tantos miedos, ni tantas restricciones y menos burocracia. Una época donde 3 amigos eran capaces de inventarse una fiesta que fue capaz de, durante 12 años, aglutinar a un montón de gente de todas las edades para pasar una mañana emocionante en el inicio de las Fiestas de Buñol. Qué lástima que hoy ya no se den ni las condiciones, ni existan las ganas, ni el atrevimiento para siquiera imaginar eventos tan originales y divertidos como era aquel Descenso de los Carretones de Roces.

Jose Guerrero Moliner
Amante de tradiciones y festividades desaparedidas

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