Atrapados en la pantalla

Consecuencias clínicas y educativas al problema de los niños con las nuevas tecnologías

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Siglo XXI, nos encontramos ante una revolución de orden mundial. La diferencia: esta no es una revolución popular, sino una revolución tecnológica. Una nueva ola generacional de personas dominadas por un objeto común, la pantalla (“el objeto”). Sea la TV, la Tablet, el móvil, la consola… la pantalla captura nuestra mirada de una forma tal que no somos nosotros quién la miramos, sino ella quien mira. Nos hace partícipes en la formación de un síntoma social que nos deja inútiles frente al exterior y su actividad.

Remontándonos un tiempo atrás, vemos como el adulto podía guiar el proceso de socialización de un niño, establecer unos límites claros en la educación, a fin de conseguir una promesa de futuro (“hoy no, mañana sí”), y ejercía de figura de autoridad (no confundir con autoritaria, la violencia solo implica cobardía). Ahora, estas figuras se han descompensado. Los niños utilizan al “Objeto Pantalla” como fuente de saber, cuestionando e invalidando el mensaje de padres y maestros. El “Objeto” les proporciona la ilusión de un poder inmenso y ninguna otra cosa que se les pueda ofrecer tiene tal funcionamiento. Con el añadido de que este “Objeto” es inagotable, y al no tener “corte” o “apagado”, se pierde la función del tiempo, siendo la pantalla  quien comanda a la persona en todo momento.

El problema central del adulto en la relación con sus hijos es que se abstiene sobre sus responsabilidades y hace lo más cómodo, culpabilizar, ceder y quejarse. Primero se produce la culpabilización, sea al niño o al cónyuge por su permisividad, seguido de una cesión a la voluntad del niño “para no escucharlo más” y finalizado en lo único que les queda, quejarse, que además de conservar al síntoma, no sirve para nada.  Todo esto pone a los padres en un lugar totalmente inoperante.

Cuando el problema ya se ha generado y no se sabe cómo responder, buscamos ayuda y nos consolamos con una etiqueta: “su hijo es hiperactivo”, a lo que el padre piensa: “buff, menos mal. No soy el único”. Sin poder entender que no hay una fórmula general para cada niño, que cada uno de nosotros es singular y necesita de un tipo de ayuda diferente. No hay hiperactividad, sino hiperexcitación o hiperinmovilidad y corresponde a los padres ponerle freno.

Y, ¿cómo?, os preguntaréis. La respuesta está en cada uno de vosotros, padres y madres que atendéis diariamente a las necesidades de vuestros hijos. Quizás tratando de ser auténticos, no escondiéndole al niño las emociones que se sienten. Los niños necesitan un patrón de referencia verdadero. Es importante mantener conversaciones con ellos y tratar de entender cuáles son sus sentimientos, tanto cuando las cosas van bien, como cuando funcionan mal, haciéndoles sentir que os importan. Y, sin duda, fijando unos límites claros en su educación que les permitan comprender qué es lo que su familia piensa que es bueno o malo. Puede ser que así todo el trabajo que realizáis, que es indiscutible, tenga más efecto sobre ellos. Y, por favor, lejos de cualquier manual que enseñe cómo ser mejores padres, no hay que olvidar que todos hemos sido niños.

Francisco Hernández Pallás
Psicólogo y Psicoanalista

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