Recordando los concursos de dibujo de Navidad

Mitad del mes de noviembre en el Colegio Público San Luis. Estamos en el edificio viejo –el de nada más entrar por la puerta principal a la izquierda–. Voy a 5º A con la «señorita» Mª Carmen. Todavía recuerdo esas puertas de armario marrones donde guardábamos las huchas del Domund, el material de clase, el flúor –para enjuagarnos la boca– y los vasos de plástico con nuestra lenteja o garbanzo y ese algodón húmedo –todos los días íbamos a verlo a ver lo que había crecido la planta–. 

Luego estaban esos pupitres color crema, con las patas marrones, las pesadas ventanas verdes y esas persianas que costaba levantar cada mañana. 

Bien, pues una vez puesto el contexto y compuesta la imagen de aquella clase de 5º de primaria –fuimos los pioneros de la primaria los de mi quinta–, vamos a lo que hemos venido. En esa mitad del mes de noviembre, alguien llamaba a la puerta, daba los buenos días y decía: «se abre el concurso de dibujos navideños y hay premio para el ganador o ganadora». Ahí ya tu imaginación se ponía a volar y ya te veías con un gran premio en tus manos después de haber hecho una auténtica obra de arte. La verdad es que no era mi caso. Era y soy bastante patoso para el dibujo, para el arte en general. Siempre intentaba buscar alternativas a esa incapacidad manifiesta con las composiciones. Por ejemplo, cogías algún dibujo navideño hecho de algún catálogo, alguna tarjeta que ibas localizando por casa e intentabas calcarla. Sí, habéis leído bien, calcarla. Porque a los que no se nos daba bien dibujar, teníamos que tirar de cualquier técnica. Así que, te ponías con la tarjeta o el dibujo original en la ventana de tu casa, ponías el folio en blanco encima e intentabas no salirte mucho del trazo y recrear a la perfección ese dibujo que no era tuyo. Una vez ya tenías la silueta completa quedaba colorearlo. Y ahí había dilema: lápices de colores Alpino, Plastidecor o rotulador Carioca. Si optabas por los lápices de colores el resultado final era como mucho más «suave», por decirlo de alguna manera. Si usabas los Plastidecor, te quedaba como un poco más uniforme y como más contundente. Y si empleabas los rotuladores, corrías el riesgo de que se notaran los trazos si es que cambiabas de dirección al pintar. Lo que si puedo decir, es que con los rotuladores siempre se tenía tendencia –no sé por qué nos dio por ahí– de repasar el contorno el dibujo con el color negro. Fue una tendencia entre la chavalería de aquellos años 90 –al menos en mi colegio–. 

Una vez ya tenías tu dibujo, tocaba presentarlo. Le ponías el nombre por detrás y lo dejabas en la mesa de la maestra. El siguiente paso era exponerlo en el pasillo. En la época navideña, a la decoración manual que hacíamos nosotros mismos, se le unían todos los dibujos de todas las clases de ese edificio viejo, y esos pasillos pasaban, de ser fríos y viejos, a estar llenos de vida. Una vez estaban colocados en las paredes –con el nombre por detrás para no saber quién lo había hecho–, un jurado «profesional» pasaba y los evaluaba. Y ahí venían los nervios: «¿será el mío el seleccionado o no?». La respuesta ya la sabía, pero oye, de ilusión también se vive. Obviamente, en mi clase estaba claro, la que tenía mano eran Vera Ruiz, Patricia Paniagua, Natalia Criado… Entre ellas tres siempre andaba el juego. Cuando entraban a la clase a comunicar el veredicto, te agarrabas al pupitre y una vez decían la ganadora o ganador, ya te desinflabas como un globo. Ahora, eso sí, aquello te duraba muy poco. Más o menos lo que tardaba la ganadora en abrir el regalo, que normalmente era material escolar o alguna recopilación de libros infantiles.

En esos concursos, como ahora, también participaba la antigua APA, ahora AMPA. A día de hoy también lo hacen y me alegra que este tipo de iniciativas se continúe realizando en mi «cole» y en los otros centros de la localidad. Desarrollar la creatividad de los más pequeños es una tarea más que necesaria y concursos como estos contribuyen a desarrollarla. Ahí tenéis a mi amiga Vera, que se dedicó por un tiempo a esto, e incluso llegó a exponer varias de sus obras en Buñol. Por cierto, que se me olvidaba, había años en los que de esos concursos de dibujo salía la postal que hace unos años el Ayuntamiento de Buñol mandaba, a modo de felicitación navideña, a todas las casas. Hablamos ya de eso hace varias navidades. Y aprovecho ahora para reivindicarlo desde estas líneas. No cuesta nada y quedabas bien.

Por último, agradezco enormemente que este artículo haya sido ilustrado con varios dibujos que han participado en esos concursos y que hemos pedido expresamente para este número. Desde aquí animamos a las y los más pequeños a que no pierdan la creatividad, porque es fundamental para su desarrollo. Dejad un poco de lado las «maquinicas» y permitid que vuele vuestra imaginación ¡Felices fiestas!

Luis Vallés Cusí
Periodista

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