Bibliotecas bibliotecas

Ray Bradbury, ustedes se acordarán, el autor de «Fahrenheit 451», novela distópica de los años 50 donde los bomberos son los encargados de detectar y quemar libros y bibliotecas, decía en una entrevista en el 2006: «Ya no es necesario quemar los libros para destruir la cultura, sino que basta con dirigir a la gente para que no los lea, eso es lo que está ocurriendo». Es posible que no hayamos llegado a «Fahrenheit 451» con los bomberos pirómanos y la ignición de los libros pero es posible que no estemos demasiado lejos de lo que Braddury decía cincuenta años después de escribir la novela. Si no, lean, por ejemplo, lo que cuenta el neurólogo francés Michel Desmurget en «Más libros y menos pantallas». Pero eso, aún siendo del mismo saco, sería harina de otro costal. El asunto iría por un cauce paralelo: ¿Qué mejores espacios para el común de los mortales que las bibliotecas?

Puede uno ir por Berlín, Sueca, Viena, Copenhague,  Carabanchel, Vallecas o Buñol y, con suerte, y en algunos países con certeza, encontraremos una Biblioteca Pública abierta, y no sólo abierta, sino abierta e inclusiva, interactiva de verdad y no como los servicios online, que más que interesantes, que podrían, son bien interesados. ¿Existen lugares públicos o privados más receptivos, democráticos, abiertos, inclusivos que una Biblioteca Pública?

Escribía Ray Bradbury: «Las bibliotecas me criaron. No creo en los colegios ni en las universidades. Creo en las bibliotecas (…) Cuando me gradué de la escuela secundaria, fue durante la depresión y no teníamos dinero. No pude ir a la universidad, así que fui a la biblioteca tres días a la semana durante diez años. ¿Qué hubiera sido de mí sin las bibliotecas?». Es más, ¿qué sería de nosotros sin las bibliotecas?

Las bibliotecas sirven para señalar el interés de las instituciones públicas en el proceso trasformador de la cultura y la lectura. Los gobiernos, que desatienden la función renovadora y vertebradora de las bibliotecas, son gobiernos aciagos que se aproximan a la ignorancia y, peor, al desprecio de la cultura, por el hecho substancial de que no hay democracia sin cultura, y no hay cultura sin propósito, y no hay propósito cultural sin bibliotecas vigorosas, actualizadas, parejas a los cambios, más con la idea original, democrática y moderna de las mismas: espacios abiertos, plurales, de toda la ciudadanía, dispuestas estratégicamente para llegar, incluso, hasta a quienes, en principio, no sentirían interés por ellas.

Escribe Antonio Muñoz Molina: «Una biblioteca pública no es sólo un lugar para el conocimiento y el disfrute de los libros, también es uno de los espacios cardinales de la ciudadanía…».

Un espacio cardinal que debe ser vivo y atractivo, dedicado al servicio, receptivo y dispuesto a compartir su visión con la visión de sus usuarios y usuarias, aunque muchas veces nos encontremos con este certero retrato que desde su posición de lector, de usuario de bibliotecas, de escritor mismo, nos hace Muñoz Molina: «…esa idea festera y despilfarradora que tiene cualquier política cultural en España, donde no hay límite para el gasto público a condición de que éste sea superfluo. Cualquier municipio español gasta miles de euros en contratar artistas de moda o alentar paletadas vernáculas, pero para una biblioteca, muchas veces, no hay dinero».

Aunque muchas veces no haya dinero o, peor, interés político, podemos ir por Sevilla,  Asturias, Baviera,  Bretaña, Zamora,  Dublín, La Mancha misma, y, con fortuna, siempre podremos encontrar un lugar dispuesto, receptivo y abierto donde nadie nos exigirá requisito alguno para disfrutar de estos preciados bienes públicos enraizados en una idea virtuosa que, por extraño que parezca, nos conecta con el conocimiento, con el arte, con la comunidad, con la vida, con la cultura como verdadera arquitectura social.

Hay cosas de las que no nos acordamos o que desconocemos pero es importante saber que las bibliotecas de Europa son los espacios vinculados al ocio y a la cultura (incluidos los campos de fútbol, sin ser estos ni ocio creativo ni cultura propiamente dicha) más visitados del continente y, si el sentido de nuestro voto estuviera vinculado a ser usuario o usuaria de bibliotecas, los múltiples gobiernos del continente tendrían, sin duda, el sabor de los libros, de la lectura, del conocimiento, del ocio comunitario y enriquecedor que las bibliotecas representan.

Escribe de nuevo Muñoz Molina: «Me acuerdo siempre de la primera biblioteca que conocí, en la que empecé a educarme, la biblioteca de Úbeda. Sin aquella biblioteca hoy yo no estaría, sin duda, donde estoy….

Es más, ¿dónde estaríamos sin bibliotecas? 

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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