Cuando aquella noche dejé Buñol, concretamente, desde Venta L´Home, hasta llegar, llámenlo, mi guarida, sita en El Castillo iglesia fortaleza Castillo de Garci Muñoz, a unas horas de Buñol, no dejé de pensar en una sola cosa, en una sola idea, en un solo sentimiento, venganza.
Sí, venganza, y venida desde hace mucho tiempo, años atrás, más de veinte, cuando me dejaron quemarme en aquella Central de luz, como la llamaban en el pueblo, central eléctrica ahora.
Ya llego a mi refugio, nadie sabe donde vivo, sólo el chófer-criado que tengo a mi cargo, pero es sordomudo y muy eficiente. Cuando llegue y me siente a escribir en la habitación de la torre principal, rodeada de almenas y un escudo blasón del siglo XV, informaré a todos de mi devenir, sí, del próximo desfile, último y único, para el deleite terrorífico de aquellos que me dejaron arder entre cables y cartón aquel día fatídico, primer jueves de abril. Aquel día, miserable y cruel, me abandonaron a mi suerte, suerte de joven niño de doce años, que se hizo el valiente, el chulo, como se solía decir en la villa. Se habían marchado los operarios que trabajaban en ese turno de la Central y entramos forzando la verja. Fue fácil. ¿Qué buscábamos?, no lo sé, aventuras quizás, influenciados por los cómics de Capitán Trueno y Marvel.
Éramos cinco. Una vez en el interior sólo encontramos paneles y cables, luces de colores y paredes blancas que nos delataban. El más gamberro de todos, le llamaré Uno, comenzó a romper con una barra de hierro todos los paneles y lo que se le antojaba, riéndose sin parar. Los otros le miramos atónitos, eso no era lo acordado, lo acordado era que formábamos un comando que iba a sabotear la Central y dejar sin luz al enemigo, pero más controlado, más profesional, no a lo bestia. Al enemigo, que eran los habitantes del pueblo.
Ahora, escribiendo sobre el próximo desfile del forastero, aquí en la Torre, divisando a lo lejos la NIII, con una vela cirio como luz, recordando aquel día de abril, la rabia se agolpa en todo mi ser, deseando venganza sobre esos cuatro seres que me abandonaron entre electricidad y llamas, cómo empezó el fuego a quemar mis pies y subir hasta la cara dejándome estas horribles quemaduras. Me miro al espejo barroco que tengo sobre mi escritorio, me miro, y sonrío, río en la noche quieta y muerta, porque tengo poder y soy, soy…. el Hombre de Cera.
Me quito el sombrero y los pañuelos de seda blancos. Mi rostro desfigurado es terrible, mis manos también, menos mal que puedo escribir, leer… No perdí los ojos porque me los tapé con una toalla mojada de los servicios de la Central. Sé quienes son los Cuatro, uno por uno, los tengo en mi mente más de veinte años, rumiando la venganza. ¿Que porqué no lo he hecho antes? Pues porque quería ver sus rostros en las calles, cada año en los desfiles les veía en el puente sonreír y callar, no sabían que yo estaba en alguno de los personajes que desfilaban. Nunca fallé en los veintipico desfiles, y los vi algunas veces asustados, quizás intuyendo algo que sospechaban al ver aquellos seres extraños, como quemados, andar entre coches o animales, todo tan hiperreal que se asustaban.
Lo que nunca entendí es el porqué estaban los cuatro siempre juntos tras la pasarela del Puente, seguirían unidos todavía, como ocultando el secreto de mi desaparición. No lo he dicho, pero a mí se me dio por desaparecido. Ellos sí vieron que me quemaba, pero siempre afirmaron que eran cuatro. Altas influencias les salvaron de la cárcel, estuvieron dos años internados en un colegio de alto nivel en Valencia. ¿Qué hicieron conmigo? Después de las descargas y el posterior incendio me echaron en una manta y cada uno de una punta me arrojaron a una cuneta de la carretera, sí, en el Monte de la Cruz. Allí estuve gritando de dolor y después inconsciente, hasta que un coche se detuvo y me echó en el maletero. Pero esto es para otra historia, mucho más rara y tenebrosa, que algún día contaré.
Yo, el Hombre de Cera, qué importa mi nombre, si era huérfano, no tenía a nadie, ese mismo año me cuidaba mi tía, que falleció del disgusto de mi desaparición. Movió cielo y tierra para encontrarme y estaba segura de que esos cuatro amigos ocultaban algo. Sí, lo dejamos en San Luis rezagado porque se acobardó en último avance, dijeron, y ya no sabemos más. No les preguntaron más, lo dieron por cierto, pero mi tía, antes de fallecer, escribió una carta al gobernador diciendo que investigasen a los cuatro, cosa que nunca se haría. Pero, ¿fue culpa de ellos mi desgracia? Sí, aquel descerebrado no tenía que haber destrozado todo, pero pasó, tenían que haberme llevado a un hospital, quizás ahora no tendría este rostro, pero no lo hicieron por miedo, se hubieran arriesgado mucho, y la condena habría sido diferente. Ya todo pasó, como una pesadilla, y escapé del hombre que me cogió en la cuneta, así pude seguir con el desafío anual de la creencia de El Forastero.
Que se encuentren juntos los cuatro cada año me resulta muy raro, la verdad, se estarán protegiendo mutuamente, de mí, eso sospecho, y todavía lo más extraño es que estén solos, sin familia, eso averigüé un día después del desfile, pues un viejo decía, al pasar delante de ellos, «mira, tú, los cuatro mosqueteros, que bien están sin mareos ni mujer, esos si que saben». Sorpresa para mí, estamos igual que el día de la Central.
Uno a uno irán despareciendo, porque no trataron de salvarme ni echar una manta cuando ardía entre cables y fuego, al revés, me observaban y el Uno dijo, «dejar que arda, no podemos hacer nada, además está solo en este mundo cruel».
Veía sus caras asustadas pero inertes, yo gritaba y salí de la Central entre llamas para caer medio muerto sobre las aliagas. Esta noche, aquí, en el Castillo de Garci Muñoz, preparo a cada uno cómo será su final. No debieron dejarme herido y tirarme a la cuneta, fue un error, aunque siempre supe que quien me recogió en su coche era enviado por ellos. Tengo que averiguar al Quinto Hombre, sólo una prueba tengo del tiempo que estuvo curándome en aquella casa de monte perdida, y oírle decir «tenía que haberlo tirado a la sima como me dijeron, y me pagaron, pero soy tonto o… bueno, no me atreví. Es joven, pero ellos creen que está en el fondo de la sima y eso basta, cuando esté mejor lo dejo en la capital y allí que se encargue alguien de este pobre monstruo».
Eso oí noche tras noche de aquel enfermo hombre tan extraño pero con algo de humanidad. Un día desperté en una calle de Valencia, pero eso es otra historia muy larga y también surrealista.
Empezaré por el primero y le llamaré, el Uno. Lo tengo controlado, sé donde vive, quizás una larga chimenea sea su última visión, pero antes debo preparar el último desfile, de ese que llaman el Forastero.
Y una carcajada hueca y cruel, ronca y tremenda se escuchó en todo el pueblo donde estaba la fortaleza e incluso los conductores de viejos camiones con la ventanillas abiertas miraron al tétrico castillo al otro lado de la NIII. Al oir un estruendo o gritos por todo el lugar, el chófer-criado sordomudo y con un pasado criminal, también se sobresaltó, aunque sólo escuchase algo de aquellas terribles risas y golpes.
El forastero, ya veréis quien es el forastero… gritaba sin cesar, en la vieja habitación del Castillo roto de Garci Muñoz.
(Continuará)
Rafael Ferrús Iranzo
Buñol es misterio