El Carnaval

El carnaval se celebraba a partir del domingo de quincuagésima hasta el domingo de Cuaresma. Quedaba cerrado el período de fiestas el miércoles de ceniza con el anacrónico «Entierro de la Sardina» y lo iniciaba la fiesta llamada de las «Murgas» y la de los disfraces.

Artículo extraído del libro «La Hoya de Buñol: La tierra y el hombre», de Vicente Pérez Soler (1974)

El conjunto de las «Murgas» estaba integrado por una serie de jóvenes bajo el mando de un director que componía, a veces, la letra de las canciones que habían de entonarse, siempre alusivas a hechos o circunstancias relativas a la comunidad o vecinos. Los instrumentos imitaban, ingeniosa mente, clarinete, trompeta o saxofón, pero hechos de caña, conveniente mente perforada y obstruida una salida con papel de fumar. Un bombo y tapaderas de pucheros de cocina eran empleadas como platillos.

Los disfraces, ya individuales o en conjunto, aludían a diversos motivos de la vida o de las costumbres: «La llegada de los húngaros», por un grupo de muchachos y muchachas, tiznados y andrajosos, sobre un carro arrastrado por una burra famélica, capitaneados por la tía «Colegiala»; «El batallón de modistillas», con antiguos trajes de soldado y redondos gorros; cuadros satíricos sobre personas: en Buñol, el tío «Catarro» imitando a la tía «Morota», mujer que rifaba cerdos, vendiendo números por las casas. En cierta ocasión se parodió al tío «Algodonero», al grito pleno típico de éste: «beta, goma e hilo y medias para las mujeres, caladas». Ambos eran fuertes, burlador y burlado. Al término del desfile el «Algodonero» buscaba, insistentemente a su burlador, quien, avisado por la gente, evitaba su encuentro. Se prolongó tanto la búsqueda y la huida que llegó a conocimiento del pueblo entero. Receloso el burlador de que su broma fuera tomada como cobardía, permaneció, al fin, en uno de los casinos de Buñol, a la espera del tío «Algodonero», Cuando se anunció la llegada de éste, la gente se agolpó, curiosa y gesticulante, a la puerta y ventanas del casino, con un gesto de tragedia marcado en sus rostros. Frente a frente, por fin, los dos hombres, gritó el tío «Algodonero»; «Chiquio, cuánto m’hais hicho corré; total pa na, pa envitar a tú a una copa po lo bien qu’hais estau».

La cabalgata o desfile daba ocasión también a la burla  o sátira de lo político y religioso; así cierta vez, se simuló «La expulsión de los Jesuitas» que acabó con el acarcelamiento, en Chiva, de algunos de los que interpetaban el mencionado cuadro.

Durante la semana, hasta el domingo de cuaresma, se celebraban banco familiares, en el teatro Penella o en los casinos musicales o en los centros políticos, durante la noche. La gente vestía los disfraces que exhibió en el desfile y se repetía la alegría y el jolgorio con el recuerdo de los acontecimientos más graciosos de las fiestas.

Al llegar el miércoles de ceniza se cerraban las fiestas del carnaval con el «Intierro de la Sardina». Por lo tarde se lanzaba el pregón:

Esta noche, a las dies, igual que toos los años, se selebrará el Intierro de la Sardina, saliendo del callejón del Padre Bernat. Rogamus a toos guarden un perfecto orden durante el recorrío de siempre, por la vuelta de la prosesión y una ves terminao, en nues tra plasa, avisamus que se vayan a dormir los débiles, purque a partir d’ese momento ya no respondemus de los sebollasus y gatasos. Haymus dicho.

Como se anuncia en el pregón comienza a las diez un festejo de carácter satírico-burlesco, por el comienzo del ayuno, materializado en una comitiva presidida, muchas veces, por un individuo montado en burro que toca una bocina para que acudan las mujeres a las puertas de sus casas, con una luz, que él apagaba con un espolsador, de una aspersión, a manera de hisopo, propinándoles un buen susto.

Una congregación de encamisados desde el cuello hasta los pies y una funda de almohada, colocada a modo de turbante, totalmente embadurna dos de harina el rostro y con un farol en la mano, sigue al hombre del burro. En el centro de los congregados, llevada por cuatro hombres, los más juerguistas, desfilaba una caja, en forma de ataúd, conteniendo una sardina; o bien era una cruz con una sardina clavada en ella. Otras veces desfilaba una escalera, convenientemente disimulada, de entre cuyos pel daños afloraba la cabeza de «Juaneto», rodeada por la tabla del «escusau». y a la que se le añadía un bulto, simulando un cuerpo muerto sobre un lecho que andaba solo.

La comitiva marchaba entonando cantos que eran parodia del De profundis y a cada requiem disparaban un cohete.

A veces, a lo largo del trayecto si se cruzaba algún gato, era volteado por los aires varias veces.

De regreso ya al punto de partida, como por encanto, desaparecían faroles, cirios, etc. Y se armaba una batalla de cebollazos o remojones con agua de olivas «sapateras», fenomenal. Y terminaba todo el ciclo del carnaval.

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