Me crié y viví en Buñol hasta los ventipocos años. Aunque después mi vida ha transcurrido durante más tiempo fuera que aquí, siempre he vuelto frecuentemente. La infancia y la juventud son las épocas que más huella pueden dejar en nuestra personalidad y que nos enseñan en gran medida a ser como somos.
¿Qué recuerdos guardo en el desván de mi memoria? Empiezo con uno muy vital: el agua, con su sonido al llegar a las casas cuando «echaban la directa». Las cañerías anunciaban su llegada por unas horas, pero había muchas fuentes y lavaderos.
Las calles eran nuestro lugar de esparcimiento y socialización con el resto de la chiquillería, y en gran número todavía estaban sin asfaltar. Muchos juegos, partidos de fútbol, canicas, «perras juaoras», etc. Tras las lluvias nos metíamos en los charcos con aquellas botas negras de agua.
Los carros que pasaban por aquellas calles, que venían de las huertas. A veces nos dejaban subir a los críos en un breve recorrido hasta que llegaban a sus casas y desenganchaban el macho. Esos productos cosechados de las huertas ocupaban en muchas ocasiones para su venta las puertas de las casas, expuestos en «basquets» junto a una balanza de pesas.
Las tiendas y comercios, con sus peculiares olores, esparcidos por todo el pueblo, en los que también se compraba «al fiao». Entonces no existían las financieras. La palabra y el compromiso eran algo muy serio.
Las escuelas en donde empezamos nuestra formación. Desde aquel olor a tiza, la pizarra, los baberos durante los «párvulos», hasta llegar al recién acabado Instituto a finales de los setenta, y todos los maestros y maestras que nos impartían las diversas asignaturas.
Las cuadrillas de Pascua eran como una puerta a algo parecido a «ser más mayores».
Es por esto y por muchas más cosas y sensaciones por lo que cuando vuelvo a Buñol es como si se abriera de nuevo el desván de mi memoria. La vida sigue pero no olvido aquellos recuerdos.
Venanci Ferrer Tarín
Ex-quiosquero del barrio Gila
