La hora más oscura

Es difícil ponerse a escribir cuando te sientes abrumado y cuando el tiempo –el personal y el que nos queda como especie– se nos escapa de las manos. Pero hay que hacerlo, aunque sea como antaño, para despejar durante un rato las nubes de desazón que hieren el alma.

La humanidad atraviesa hoy, quizá la que sea su hora más oscura. No es que haya habido en la historia del homo sapiens épocas oscuras, trágicas y de infausto recuerdo. Las hubo y muy cruentas, pero en el momento actual de involución de una especie que tiene unos 200.000 años de existencia (apenas un suspiro en el tiempo profundo del planeta), convergen una serie de horrendos acontecimientos que hacen que cada vez menos gente -hasta los que viven o malviven en la más absoluta ingenuidad o ignorancia- vean posible un futuro mínimamente deseable para esta nuestra maldita especie de homínidos altamente sobrevalorados y ya venidos a menos.

Cuando escribo estas líneas, el ejército del criminal estado de Israel, sigue sembrando de bombas y de muerte la ciudad palestina de Gaza, en un genocidio, limpieza étnica o exterminio…(la barbarie tiene muchos nombres) de un pueblo, que dura ya la friolera de 75 años. La cruenta carnicería de estas dos últimas semanas es solo un capítulo más -eso sí, a lo bestia- de una de las vergüenzas que hemos permitido, cuando no alentado desde eso que llaman “occidente», esto es, el club de lacayos del imperio -también genocida y decadente- de los EEUU.

Es sonrojante, indignante, ultrajante y todos los “-jante» que se nos ocurran, que en pleno 2023, con toda la historia de guerras, masacres, holocaustos y matanzas que llevamos detrás, estemos asistiendo -gracias a las redes (in)sociales- a un genocidio en tiempo real y que, salvo las gentes que estos días salen a las calles del mundo entero a gritar su dolor por las víctimas de Palestina, ese pueblo eternamente olvidado, nadie en ese grotesco, ridículo y muchas veces vago concepto llamado “comunidad internacional» haga nada por evitarlo y sí por justificarlo. Hace justo 9 años, a cuenta de la (enésima) matanza de palestin@s en 2014 en aquella sangrienta “operación» llamada por Israel “Acantilado poderoso», escribí un texto que continua vigente palabra por palabra en el día de hoy. Y es que hay sufrimientos e injusticias que no por el discurrir de los años, por mirar hacia otro lado , por tragar la asquerosa propaganda del estado usurpador de Israel, o simplemente por vivir absortos en nuestras rutinas de mierda impuestas y orquestadas desde arriba, dejan de existir en esa eterna y cruenta angustia de los pueblos oprimidos. Por muchas bombas, tanques, misiles y tecnología armamentísica de ultima generación, por mucha prensa servil y corrupta a nivel global que tengan a sueldo para vomitar su propaganda y sus mentiras, por mucha complicidad vergonzosa de los gobiernos europeos -que no sus gentes-, y por muchos millones de dolares que les lluevan desde EEUU, Israel no podrá acabar su proyecto supremacista de genocidio de todo el pueblo palestino. Es cierto que va a pagar con mucha sangre. Sangre inocente de miles de niños y niñas que ahora mismo están siendo asesinados. Pero no se irán. Ahí hay un pueblo que resiste con la más poderosa de las armas: la razón de quedarse en la tierra de sus ancestros y el enorme apego hacia ella. Resistir, es vencer. Si algo podemos hacer las demás por ellos y ellas, además de reventar de rabia las calles para arrancar a los gobiernos de toda Europa un compromiso para detener la masacre, es no evitar el dolor que está causando el estado de Israel. Huyamos de la anestesia con la que nos bombardean a diario. Que no nos quiten el dolor que sentimos por el pueblo palestino. Es lo único que nos queda que nos hace todavía humanos.

Por otro lado, y con algunos actores comunes e intereses parecidos, tenemos desde hace casi dos años, también nuestra propia guerra dentro de Europa, en la que mueren otros desgraciados y en la que ríen y se frotan las manos los de siempre. En ambos dramas, Ucrania y Palestina, el papel de los dirigentes de toda Europa y en concreto de ese proyecto fallido llamado Unión Europea, es absolutamente repugnante e hipócrita. Si en Palestina, los eurócratas se posicionan claramente del lado del estado ocupante, asesino y usurpador de Israel, en Ucrania defienden “la soberanía de un pueblo», el Ucraniano, frente a la agresión y la invasión externa rusa» y de paso se suman a la propia demolición del proyecto europeo en favor de los intereses comerciales y geopolíticos de EEUU, metiéndose en una guerra eterna que podrían haber evitado y en la que no es descartable una escalada termonuclear. Y es que el proyecto neoliberal europeo hace tantas aguas desde su creación, que ha quedado reducido al patético papel de mayordomo del matón de barrio que vive tranquilo al otro lado del charco, porque cree que llegado el momento le ayudará o le defenderá cuando lo necesite. Estamos en manos de dirigentes -algunos de los cuales -véase Ursula von der Leyen- ni siquiera han sido elegidas por las urnas, que tienen un perfil claramente psicopático acompañado de una ideología supremacista, ultracapitalista y neocolonial. ¿qué puede salir mal?

No quisiera olvidarme, aunque no sea de actualidad (nunca lo fue), del resto de conflictos bélicos como el de Yemen, el Sahel, Etiopía, el Congo, Armenia, y tantos otros que no copan portadas y en los que también mueren los de siempre, aunque parece que no importan porque nadie habla de ellos. Tampoco del genocidio silenciado que se produce por el abandono deliberado de decenas de miles de personas que mueren ahogadas en esa gran fosa común que es el Mar Mediterráneo y las que se quedan varadas, apaleadas y despellejadas por las concertinas de la frontera Sur de la Europa fortaleza. Hay, por desgracia mucha gente, que llama “invasión» a los pocos desheredados africanos que, de vez en cuando y tras dejarse la piel -literamente- consiguen saltar la valla de Ceuta o Melilla. O los que, en una odisea mortífera consiguen llegar a las costas españolas en patera o cayuco y resulta que “te roban el trabajo» porque malviven vendiendo gafas y pulseras en la calle extendidas en una manta. ¿Cómo llamarían entonces estos mismos sujetos a 75 años de ocupación ilegal de tu tierra, de expulsión de tus casas, de tus pueblos, a punta de cuchillo y pistola, matándote, acorralándote y encerrándote en guetos amurallados y militarizados como el de Gaza, y bombardeando indiscriminadamente a toda tu población si osas defenderte, las más de las veces con piedras como únicas armas?

Siendo este panorama geopolítico una absoluta atrocidad imposible ya de digerir -al menos por un servidor- y habiendo posibilidades de adelantar nuestra más que probable extinción por una guerra termonuclear que borre toda vida del planeta, afrontamos desde hace décadas un peligro latente, producto una vez más, de tres siglos de abusos del sistema económico más salvaje, y a la vez más absurdo y suicida que se nos podría haber ocurrido crear y desarrollado mayoritariamente a partir de la quema de millones de toneladas de combustibles fósiles extraídos sin cuartel, que costaron millones de años formarse geológicamente, y cebado y mantenido cada día con nuestra propia autoexplotación, nuestras vidas, nuestro tiempo y nuestros infinitos y absurdos deseos alentados por la maldita publicidad, la más insidiosa aliada del capitalismo criminal, valga la redundacia. Ah, no os lo había dicho. Ese peligro latente, tiene que ver con que nuestra casa común, el planeta Tierra, se ha cansado de abusos, de maltrato, de envenenamiento, de depredación, de destrucción y codicia y está empezando a cambiar, empezando por el clima.

Nuestra estupidez, y las ansias de crecer infinitas que marca el sistema vigente en un planeta con recursos finitos, han provocado una desestabilización del sistema Tierra en lo que respecta tanto al clima como al resto de los nueve límites planetarios , seis de los cuales ya hemos sobrepasado -todos ellos interconectados- y que hasta hace unos años permitían las condiciones de vida que conocemos, y ya dejan notar un reguero de fenómenos meteorológicos extremos cada vez más frecuentes en forma de inundaciones, sequías, huracanes, megaincendios, y eternas olas de calor con unas temperaturas desbocadas que provocan que algunas zonas del planeta sean ya inapropiadas para desarrollo normal de la vida humana, y en otras comiencen a afectar a la base de nuestra vida; la producción de alimentos. Los océanos están sobrecargados de energía en forma de calor porque han ido absorbiendo la mayor parte de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) de los últimos 200 años de civilización termoindustrial capitalista. Parece que las aguas del Planeta Azul han dicho basta, y con unas temperaturas muy por encima de lo normal, las corrientes oceánicas que regulan todo el ciclo climático de la tierra se están frenando. Y eso genera pánico a los que entienden, que llevan tiempo avisándonos y a los que no estamos haciendo caso: a l@s cientifíc@s. Se derrite Groenlandia, el hielo del Ártico no se renueva y de la Antartida se van desprendiendo a enormes icebergs producto del calentamiento global. Hemos entrado ya en territorio desconocido y no tenemos ni idea de las consecuencias (ninguna buena) derivadas de las fuerzas que este sistema capitalista ha desatado. Este planeta ya no es el mismo en el que nacimos.

No hemos dejado ni un metro cuadrado de este inmenso planeta sin contaminar de plásticos, de productos químicos, y de todos los desperdicios que genera este sistema que engorda en un bucle obsesivo a base de fabricar, usar y tirar. Tierra, már y aire emponzoñados con la codicia de unos pocos y la miseria del resto. Y ahora lo estamos pagando, tanto los animales humanos, como sobretodo los no humanos y el resto de la biodiversidad. Pues ésta, junto al cambio climático sea una de las mayores crisis que estamos enfrentando hoy. El ritmo de extinción de especies es 1000 veces superior a lo normal. Podemos observarlo dramáticamente cuando salimos a pasear al monte donde cada vez el silencio es más frecuente.

Quienes ya pintamos canas y nos acercamos al medio siglo de vida vemos con preocupación la vejez que nos espera, pero sobretodo estamos horrorizados ante el futuro (si es que eso todavía significa algo) que les quedará a nuestros hijos o peor, a los que están todavía por nacer. Porque si no es posible la paz entre pueblos, si se sigue propagando el odio como un virus imparable, si se encarnizan los conflictos, se alimentan las guerras -las viejas y las nuevas- y los que mandan sobre los que mandan no tienen intención de detener la megamáquina, cuya dinámica extractiva, codiciosa y ecocida está destruyendo las bases de la vida para existir en el planeta, a uno no le quedan grandes razones para el optimismo. Más bien para la desesperación.

Si de verdad existiera algun tipo de divinidad, seguro que no permitiría esta distopía hecha realidad que estamos viviendo y probablemente mandaría a los monstruos supremacistas y asesinos del estado de Israel directos al infierno. Yo, hasta le pediría que interviniera. Pero como no hay nada más allá, salvo lo que en la Tierra hace cientos de millones de años hicieron posible las células de unos microorganismos gracias a la cooperación -y no a la competencia-, esto es, la vida y su evolución hasta nuestros días, solo me queda la esperanza activa en ese mar de fueguitos que forman las personas que a pesar de vivir la hora más oscura luchan por que creen que vivir en paz entre nosotras y con el planeta es todavía posible aunque cada día que pase sea más difícil soñar con ello.

José Guerrero Moliner
La pastilla roja

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