Sin Buñol en agosto

La luna ilumina de un verde indescifrable las hojas de los árboles en agosto. Quizá los rayos de luz sólo las acarician, como los dedos, a cuatro manos, de los amantes de la curva de la Jarra que repiten cada año, sin ser los mismos, y perduran en el tiempo. 

Hoy todo parece en paz al escuchar el sonido del agua recorriendo las piedras y la tierra, pero en otros tiempos se escucharon gritos y hubo muerte, tan cerca, que aún la siento y la recuerdo. La Plaza se tiñó de negro. En una infinita consternación, expiró una vida muy querida, Ruben nos dejó. Y no hay quien olvide, algunos hechos están en la memoria para siempre. No fue en agosto, no. Algunos momentos están para guardarlos, atesorarlos como si no hubiesen sido, pero fueron.

La memoria se entremezcla entre la felicidad de la fantasía y el dolor más extremo. El amor está en todo, hasta en los olores y los sonidos, en la riña cruel de dos enamorados o en el sufrimiento extremo de la pérdida, de la muerte. Con estas palabras me hago testigo.

La vida pasa, pesa, te pisa y también se posa, como la luz y el olor de una noche de verano grabada en la memoria. Creo saber que todos tenemos unas cuantas lunas especiales en el recuerdo, en el presente y espero que en el futuro.

No contemplo un verano sin agosto en Buñol, incluso habiendo huido en más de una ocasión.

En agosto Buñol rejuvenece, para madurar en otoño y envejecer en invierno. Así lo he vivido durante casi cinco décadas. El tiempo siempre transcurre tranquilo mientas nosotros vivimos enloquecidos. El tiempo no es rápido ni lento, simplemente es. 

Nosotros creemos impregnarlo todo, creemos ser el agua en un mundo propio e imaginario, el fuego escondido entre las ramas, el aire respirando imágenes y pensamientos anacrónicos, la tierra fecundada para que rebose la vida. Nos creemos el centro del mundo… y los somos, del nuestro, única y exclusiva, es nuestra mente maravillosa.

¡Somos débiles y fuertes y tan contradictorios!

Pulsión vida. Pulsión muerte.

Pero en agosto naceremos de nuevo y pasearemos por las calles abarrotadas, la alegría comenzará de nuevo, a ratos, como es siempre, pero muchas más veces. 

Así es agosto en Buñol, un río de personas que fluyen de nuevo, que salen de otro invierno y vuelan… y aterrizan en San Luis… manamos, no lo duden.

Pocas cosas son como antaño, salvo este movimiento tan humano: volver a donde nunca te fuiste, volver a las calles que huelen a cientos en la frescura de la noche. 

Si has vivido Buñol ya lo sabes, si no lo has hecho, te invito a que lo vivas, creo que cuando lo encuentres te darás cuenta, igual hasta coincidimos…

La vida da giros inesperados, van ocurriendo hechos que fracturan los huesos, se abren heridas sin sangre en nuestros adentros que nunca cicatrizan, también en agosto, por mucho que la tradición diga que hay que estar alegre, y en las vacaciones y en las fiestas las sonrisas deban predominar. La realidad suele tener la sangre fría y no siempre suena al unísono con la música.

Aún así, algo ocurre en Buñol en agosto, quizá la ilusión del niño, del adolescente, del joven que fuimos, salta a borbotones removiendo mente y cuerpo en un chute de serotonina y dopamina que conecta el presente con el espacio y el tiempo pasados. El cerebro es capaz de hacerlo sin dopaje, dispone de 86 mil millones de neuronas y pesa menos de kilo y medio. ¡Qué cosas!

Lo curioso es que generación tras generación la diversión va ligada siempre a algún deshinibidor externo como las fartás, el alcohol y las drogas. Volvemos de nuevo a la pura contradicción, para disfrutar parece necesario hacernos daño, se diría que cualquier placer está ligado al dolor, se podría decir que en la vida humana siempre se danza entre contrarios y que existe un efecto contagio que se transmite en todo lo social. Una vez leí que a esto le llamaban inconsciente colectivo, tiene su sentido.

Quizá vivamos condicionados por el inconsciente colectivo, quizá las tradiciones sean eso, mezclado con una dosis de serotonina y dopamina. Quizá Buñol en agosto sea una construcción mental y emocional: ¡un estar de acuerdo en algo! Sin debates.

Quizá no se pueda vivir sin fantasías, sin ilusiones. 

Cuando me sumerjo en el agua, después de un buen rato nadando y buceando, me tumbo al sol, y casi todo cambia dentro de mí. O cuando es el día del Mano a Mano y su fiesta posterior, o cuando el primer viernes de fiestas nos reunimos con los viejos amigos y todas las cuadrillas parece se hayan puesto de acuerdo en elegir ese mismo día y esa misma sonrisa. Y así día tras día en agosto…

No contemplo un verano sin agosto en Buñol y no sé por qué. Y sonrío.

Alejandro Agustina Cárcel
Aprendiz de todo y maestro cuando aprendo

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