Una hipótesis de la Mafia

No nos acordamos de aquel día en el cual un tal Juan Cotino (cargo notable del PP valenciano y español), al salir de unos juzgados, dijo en un claro y esclarecedor lapsus «puedo haber metido la mano, lo he dicho mil veces, pero nunca la pata…», ni cuando un tal Zaplana nombró «embajador de la comunidad Valenciana en el mundo» (ojo) al cantante Julio Iglesias, por lo cual en limpio y en sucio arreplegó Julio Iglesias unos seis millones de euros que cuando el juez lo reclamó para aclarar algo dijo que sí, que había cobrado, pero que lo hizo «con mucho cariño».

No nos acordamos de la afrenta a la inteligencia, a la cordura, al sentido común que supuso la infamia de Canal 9 ni de un tal Sanz, que durante años manejo los hilos del exabrupto mientras amenazaba a casi toda la plantilla y abusaba sexualmente desde su ámbito de poder a un nutrido grupo de trabajadoras de la entidad. No, no nos acordamos de aquellos 20 años o más en los cuales la estructura mafiosa del P.P. valenciano desestructuró cualquier estructura ética que pudiere haber en Valencia y… deberíamos. 

El escritor Ferran Torrent, que en clave literaria ha publicado varias novelas sobre el asunto (lean «Un dinar un dia qualsevol», por ejemplo), decía: «Han pasado tantas cosas aquí y tan increíbles que si quisieras hacer un relato novelado quedaría exagerado. Nadie se lo creería. La realidad valenciana es mucho más brutal que cualquier ficción». Otro escritor, Rafael Chirbes, que también noveló sobre el asunto (lean «Crematorio»), tildó esas décadas «ominosas» como un «suicidio colectivo»

No nos acordamos de un tal Rus que tenía (y quizás en su tremenda cara dura todavía tenga) un Ferrari y puso, a comisión, césped de plástico en todos los campos de futbol y piscinas de valencia entera y cuyos exabruptos y disparates eran aclamados por su público. No nos acordamos de un tal Blasco y su mujer, que desde sus áreas de «inmunidad» metieron infamemente la mano y más en los fondos públicos y en los gustos estéticos y morales como auténticos cuatreros.

No nos acordamos del infinito presidente de la diputación de Castellón con su tremendas gafas napolitanas, la infamia de sus negocios, su aeropuerto sin aviones, sus consuetudinarios boletos de lotería premiados, su caciquismo abochornante, su afición malsonante a la rapiña…

En fin… la historia es larga, desafortunadamente bien larga y venía a cuento el triste cuento de esta larga historia que vivimos en primera línea (algunos sin poder creerlo) del extraordinario recordatorio que un periodista, Rodrigo Terrasa nos hace en su libro: «La ciudad de la euforia. Una hipótesis de la mafia» donde compendia de manera magnífica una parte del tremendo iceberg que fue y ha sido la corrupción en la vida política valenciana durante esos malogrados años de hegemonía en las instituciones de un partido que en ese momento no tenía nada que envidiar a las manifestaciones clásicas de la mafia italiana.

El escritor Pepe March decía que «si este desfile de impresentables no fuese tan oneroso, doliente y un descredito para la ciudadanía valenciana daría para un esperpento gracioso». Quizás nos vendría bien que alguien se atreviera a retratar en clave de humor, sarcasmo o sátira la melomanía, la dipsomanía y la cleptomanía de los/as individuos/as y estructuras que provocaron esta vergüenza.

Es una pena que todo aquello pasara mientras las gentes íbamos a nuestros trabajos, cuidábamos a nuestras familias, pagábamos nuestros impuestos… intentábamos ser ciudadanas de pro y teníamos al frente de las instituciones verdaderos chorizos de la peor calaña. Es una pena que todo aquello ocurriera sin que la sociedad civil, ni las estructuras democráticas hiciesen nada contundente y eficaz en el momento. Es una pena que la única sociedad civil (o casi) valenciana sean las Fallas, el fútbol y, si apuramos, las bandas de música. ¿Podría haber ocurrido aquello en un contexto socialmente vertebrado y responsable? La verdad es que es difícil de saber porque el ruido de las mascletás que en estas entrañables fiestas josefinas lucen finos es de un estruendo que puede enceguecer al pueblo más templado y si no, que prueben en Estocolmo, a ver como les luce el pelo después de unos 20 días o 20 años de traca y Paquito el chocolatero.

Lean pues «La ciudad de la euforia», de Rodrigo Terrasa o «Grütel & Company», de Alfons Cervera, o «Crematorio», de Rafael Chirbes, o «Un dinar un dia qualsevol, de F.  Torrent… 

En fin, tengamos memoria: «recuérdalo tú y recuérdalo a otros». Porque estás cosas no sanan solas.

Biblioteca Pública Municipal
bibliotecaspublicas.es/bunol

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