¿Alguien hizo algo cuando quisieron acabar con todo?

Puedo decir que muchos hicieron mucho por nuestros servicios públicos, aunque como nos dijo Fátima Báñez un 29 de marzo de 2012, “la agenda reformista del gobierno es imparable”. Imparables fueron aquellos recortes que hicieron salir a un país entero a la calle, muchos con bata blanca gritaban: “Sanidad, pública y de calidad”, los mismos a los que estuvimos aplaudiendo cada día a las ocho de la tarde durante estos meses pasados.

Día a día, mes a mes y año tras año hemos podido ver como se ha intentado individualizar nuestros problemas y nuestros intereses, como si no los tuviéramos en común y fueran cosas que ocurren porque sí. Creíamos que éramos clase media por podernos comprar una segunda vivienda, pero lo cierto es que dependíamos de nuestro salario. ¿Quién no ha tenido problemas en el trabajo? ¿Quién no ha sido despedido y se ha encontrado en situación de extrema vulnerabilidad? ¿Cuánta gente tiene problemas físicos o psicológicos por su trabajo? ¿De quién no se han intentado aprovechar en el trabajo? ¿Qué joven no ha tenido que trabajar y estudiar a la vez? Y estos problemas son comunes a mucha gente, no por coincidencia, sino porque pertenecemos a una misma clase social, ni pobre ni rica, ni baja ni media ni alta, pertenecemos a la clase trabajadora.

Y es que la clase trabajadora es la que necesita de unos servicios públicos fuertes, la que no se puede permitir que se haga de su salud un negocio, la que lo único que tiene para poder sobrevivir, son sus manos y su trabajo. Creo sinceramente que el Coronavirus ha sido capaz de evidenciar, una vez más, que la clase trabajadora, la que mueve el mundo cada día –¿quién sino sacó esto adelante durante los meses más fuertes de la pandemia?–, es la que sufre y paga todas sus crisis.

Este pequeño artículo viene a reivindicar el valor de lo colectivo, y es que aquel 29 de marzo fue para mí mi primera huelga general –cuando mi madre me dejó no ir al colegio–, para muchos un gran día de lucha, aunque para otros algo que no servía para nada. Después de casi cuarenta días con coronavirus en casa, como Jesucristo en el desierto, veo que en esta crisis que se está agudizando, están evidenciándose muchas de las consecuencias de aquellos años, de aquella crisis que no provocamos pero si pagamos, porque hay otra clase social que necesita llenar más y más sus bolsillos.

¿Y ahora qué? Ahora vienen tiempos difíciles, “quieren acabar con todo” –así decía el lema de la huelga de marzo de 2012–, pero nos deben encontrar enfrente. Y tenemos que saber, que hoy por ti y mañana por mí, o por el futuro de tus hijos, o por la pensión de tus padres. Ser afiliado a las Comisiones Obreras no es solo recibir un servicio, es colaborar a fortalecer la mayor arma que tenemos para defendernos, no individual, sino colectivamente.

Que nunca perdamos la conciencia, la conciencia de lo que somos.

Álvaro Belda

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