
El estudio de la historia nos ofrece algunes oportunidades de reflexión que pueden resultar impactantes o, al menos, sorprendentes. Hace unas semanas el nacionalismo español celebraba una extraña «fiesta nacional» adjudicada a una fecha de dudoso merecimiento ya que recuerda el inicio del asalto y expolio del continente americano en un festín particular de la corona de Castilla que enseguida tuvo que compartir con la de Portugal previa bendición apostólica.
Parecería más adecuado buscar para la «fiesta nacional» un pretexto como la aprobación de la Constitución, que ya tiene su festivo correspondiente pero, como en tantas otra cosas, la desmemoria inducida por la llamada «transición» no se atrevió a prescindir de esta reminiscencia creada por el conservadurismo patrio y realzada por el fascismo español. Las valencianos que, en principio, nada tuvieron que ver en aquella rapiña americana tuvieron que esperar al efecto centralizador de los Borbones para entrar en el «negocio». No en vano, la industria papelera, uno de los pilares de la industrialización temprana de Buñol y la Hoya, experimentó una potente expansión atendiendo a la creciente demanda de las profesiones y las burocracias coloniales.
Nosotros, los valencianos, hemos buscado un pretexto diferente para celebrar nuestra nación. ¿Diferente? Una celebración de la que nos hemos ocupado en otras ocasiones tratando la vertiente bélica y también la erótico-culinaria de la «mocadorà» e incluso la divertida protección del pobre Dionís, obispo de Paris que caminó decapitado – «¿el hombre sin cabeza?»–. Y todo en torno a un 9 d’Octubre, nuestra «diada».
La salvajada que estamos contemplando en Gaza tras varios terribles decenios de persecución, exterminio, rapiña de tierras y casas de la población autóctona a manos del gobierno sionista de Israel nos obliga a reflexionar acerca de nuestras celebraciones «nacionales»: la española y la valenciana. En efecto el exterminio, la intolerancia, el robo, la violencia extrema no parecen aspectos muy adecuados para una celebración colectiva. Y es que, si se ha escrito y divulgado con abundancia el papel vergonzante de Castilla en el continente americano desplegado a partir de los viajes de Colón, no así conocemos la dimensión y el talante cruel y despiadado de nuestro «adorado» Conquistador.
He recuperado un magnífico artículo del professor-mestre Ferrán García-Oliver de hace 20 años (El Temps, octubre 2001) que repasa diferentes rasgos de la personalidad del rey fundador y que me sugiere la necesidad de revisar algunas cuestiones en torno a lo que sucede ahora en Palestina.
En efecto, la crueldad de Netanyahu-Trump tiene un paralelismo con nuestro Jaime I –Jaqme «El Barsaluní», el tirano de Barcelona en otros textos, como le llaman los andalusís en su relatos– y las tierras y casas, los campos y los animales de la población autóctona, que fueron arrebatadas por los ocupantes alegando derechos de procedencia sobrenatural: Dios les prometió estas tierras. Nuestro héroe nacional parece enorgullecerse de sus fechorías y cuenta, en la crónica que mandó escribir, que hizo quemar a diez valencianos indígenas refugiados en la torre de la Boatella de las murallas de València que no rindieron cuando les fue exigido. Capturó el «buen» rey diecisiete personas más en Énguera y, como se resistieron, «a la vista d’ells faem-ne la meitat escapçar e l’altra meitat, enforcar» (en su presencia hicimos a la mitad cortar la cabeza y a la otra mitad ahorcar). En su crónica se vanagloria también de hacer colgar a un hombre por incumplir una orden real. En el sitio de Mallorca mandó el joven figura real lanzar hacia la ciudad con sus aparatos de guerra no sólo piedras sino también las cabezas de un grupo de indígenas que había capturado: «Quatre-centes dotze testes de moros», recoge la crónica de Bernat Desclot.
¿Hay que celebrar el sometimiento ajeno? Cierto es que no podemos medir con igual rasero lo sucedido hace casi 8 siglos en la invasión catalano-aragonesa encabezada por un monarca extranjero para los valencianos de entonces, nacido en la ciudad occitana de Montpelher, o el asalto a las riquezas americanas disfrazadas de «civilización» y predicación de hace 5 siglos con la barbarie que sucede, viene sucediendo y no cesa de manos del sionismo convenientemente escoltado por las principales «democracias» occidentales y el silencio cómplice de otros muchos que con triste moderación dicen estar en desacuerdo sin molestar demasiado.
Jaime I, nuestro héroe fundador, invadió el territorio valenciano exterminando, arrasando y expulsando de sus tierras y sus casas o segando sus vidas como hizo Hernán Cortés o Pizarro y como hace hoy Netanyahu en Palestina. La Franja de Gaza estuvo entonces en la estrecha y rica franja litoral que envolvía la preciosa capital de la Taifa de Balansiyya, y sí, el 9 d’Octubre de 1238, la fecha de nuestra diada o fiesta nacional, desató una orgía de sangre, botín y violencia y produjo una auténtica depuración étnica con expulsiones y traslados forzosos entre la población valenciana rematada poco después en 1248 con un orden bestial de expulsión de la autóctonos. Nuestros héroes protagonistas de aquellas grandes glorias patrióticas en el continente americano tienen una calle dedicada en nuestra población. Habrá que proponer que la tengan Jaime I y Netanyahu, ¿no?
Manel Pastor i Madalena
Doctor en Historia Medieval
Instituto de Estudios
Comarcales de La Hoya de Buñol-Chiva